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Muchas personas han cambiado las discotecas por las aplicaciones y redes sociales a la hora de flirtear. Antes importaba la labia, las miradas, los gestos al hablar o hasta los movimientos de baile. Hoy, con mover el pulgar hacia la derecha es suficiente. Nuestra forma ... de ligar ha cambiado por completo en la última década: apps y webs de citas han ganado terreno a las salas de fiesta, la oficina u otros lugares habituales para conocer gente. Tinder, con 57 millones de usuarios activos por mes, se ha convertido en el gran espacio internacional del cortejo. Basta con deslizar fotografías para encontrar el amor y, sobre todo, tener sexo. En Bizkaia Dmoda recogeremos cada semana los testimonios que usuarios vizcaínos de esta aplicación para ligar están enviando a nuestro email (bizkaiadmoda@gmail.com). Aquí el primero:
Me llamo Irati y tengo 27 años. Hace ocho meses que me hice Tinder. En realidad, me lo instaló mi mejor amiga harta de verme llorar después de que mi novio me dejase de repente por una chica mucho más joven que yo. Así que me hizo una foto de espaldas -me daba vergüenza que se me viese más- y me creó la cuenta para demostrarme que «hay más peces en el mar». Lo que no me dijo es que acabaría encontrando mucha anchoa y poca lubina.
Eso sí, tengo que reconocer que me aliviaba mucho abrir Tinder cada noche e ir pasando las fotos de todos los usuarios. «¡Ves Irati, hay más peces en el mar! ¡Los tienes ahí delante!», me repetía a mí misma. La parte buena es que ese tiempo que invertía viendo a los candidatos lo dejaba de emplear en cotillear si mi ex estaba en línea en WhatsApp. La parte mala es que... ¡le comparaba con todos! «Es más guapo que este, más alto que este otro...» Y, además, acabé cogiendo una manía insoportable a los que compartían las mismas aficiones o las mismas características físicas. «A este no le doy 'like' porque también le gusta escalar, a este tampoco porque lleva el mismo corte de pelo...». Me empecé a dar cuenta de que la 'terapia' de mi amiga no estaba surtiendo efecto. Y, sobre todo, he podido constatar algo que me han dicho siempre: soy demasiado exigente.
Así que decidí cambiar de estrategia. Cada noche me sentaba en el sofá junto a mi madre -sí, todavía no me he independizado- y dejaba que me recomendase ella quién podría convertirse en su futuro yerno. ¡En buen momento le dejé encargarse de tal función! Pinché en el 'corazoncito' del que ella me dijo, estuvimos un par de semanas hablando por WhatsApp y acabamos quedando para tomar algo. Conclusión: era más guapo que en las fotos, pero no había superado sus relaciones anteriores. Y bastante tenía yo con mi duelo, como para cargar con duelos ajenos. Además, tenía más intención en llevarme a la cama que en conocerme. «Me gustan tus pechitos y culito», me soltó en la primera cita. No hubo una segunda.
Al poco tiempo quedé con otro. Un domingo estaba con unas amigas tomando un café y lo propuse: ¿saco el Tinder y me elegís a alguno? Les encantó la idea, claro. ¡En buen momento les dejé encargarse de tal función! Estuve un tiempo hablando con el que ellas eligieron (con mi aprobación) y acabamos quedando para tomar algo. Conectamos y hubo una segunda cita. Conclusión: no hubo una tercera porque no sentí feeling como para continuar (pues eso, que soy muy exigente).
Al poco tiempo quedé con el tercero (me prometí que sería el último). A éste le elegí yo a pesar de que estuve a punto de no hacerlo porque por casualidades de la vida se llama igual que mi ex. «¡Anda que no hay nombres! ¿El más guapo e interesante de Tinder se tiene que llamar igual? ¿En serio?». Me costó sudores guardar su número en mi móvil. No quería poner su verdadero nombre por nada del mundo. «Voy a poner Antonio, Joaquín, Pedro...», pensé. Pero al final me animé a llamarle como se llama, además igual así estaba dando un pequeño avance en mi duelo. Quedamos al poco tiempo y conectamos. Me propuso una segunda cita en su ciudad (no era de Bilbao). Pero volvió con su ex antes de que tuviésemos otro encuentro. Conclusión: estoy gafada. Me propuse a mí misma que cerraría Tinder. «No ha habido suerte Irati, dedícate a otra cosa». Aún así, seguí intentándolo y quedé con uno más, el último. Conclusión: si vas a tener una cita por Tinder asegúrate de escuchar antes su voz. Porque te puedes llevar sorpresas desagradables... (la tenía de pito, sí)
Finalmente, llegó él. Y no por Tinder. Pero sí gracias a mi mejor amiga, la misma que me abrió la aplicación para demostrarme «que hay más peces en el mar». Estábamos en un bar y ella le habló sin conocerle para presentármelo. Las buenas amigas son así, hacen lo que sea por vernos felices. «¿Qué haces? ¿Te has vuelto loca?», le dije. Pero surgió y hasta hoy. ¡Allí estaba mi lubina! Conclusión: el amor llega cuando menos te lo esperas o cuando lo encuentra para ti tu mejor amiga.
Envíanos tu experiencia en Tinder a bizkaiadmoda@gmail.com
La aplicación Tinder tiene un funcionamiento bastante simple. Van apareciendo fotografías de personas a las que se puede dar 'match' en caso de gustarnos o descartar si no es de nuestro agrado. Después, si una de las personas que nos atrae ve nuestras fotografías y también le gustan, se produce un emparejamiento ('match'). A partir de ese momento, ambos usuarios pueden empezar a comunicarse mediante mensajes de texto. Esta app se basa en las primeras impresiones, porque la información que se ofrece más allá de la imagen es muy reducida. Desde que surgió en 2012, está en 40 idiomas en 190 países, pero sobre todo sirve para poner en contacto a desconocidos: 1,5 millones son el número de citas que se concertan al día gracias a esta aplicación y 26 millones los matches que se generan a diario. Los jóvenes son su principal público objetivo: el 85% de sus usuarios en todo el mundo tiene entre 18 y 34 años.
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