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Zierbena festejó ayer su ‘día de la independencia’, «una voz que ahora está en boca de todos», según su alcalde, Iñigo Ortuzar (PNV). Lo hizo para celebrar el 25 aniversario de su separación de Abanto, con el que tenía una historia de hermandad labrada a ... golpe de barreno en las minas de Gallarta. Pese a los ecos con la crisis de Cataluña, en esta parte de la costa de Bizkaia lo más parecido a Puigdemont pudo ser la marca del embutido que se sirvió en el almuerzo al término de la misa con la que se conmemoró la segregación, aprobada por mayoría absoluta por las Juntas Generales del territorio el 15 de octubre de 1992.
Aquí las únicas estelas son las que dejan barcos y txalupas al hacerse a la mar, y las junqueras son sólo un recuerdo anterior a la ampliación del Superpuerto por marismas y cañaverales. Las riberas se escriben con ‘b’, como Xabier. No se sabe si ayer habría algún Albiol entre los asistentes a los festejos -más probable sería un apellido Iceta entre el público-, pero lo cierto es que gentes de «diferentes ideologías» estaban arrimadas en torno a la izada de la bandera de Zierbena, acto central de un aniversario animado por la coral y encabezado por su alcalde.
Entre ellos sí que había un Luis de célebre identidad -no por ser el autor de ‘L’estaca’ ni tampoco por apellidarse Companys-. Se llama Luis Herrerías Uranga, artífice de la desanexión y memoria viva de aquel proceso. A sus 82 años, recuerda que todo comenzó a cuenta del pago de una «elevada» plusvalía por la venta de un terreno al entonces Ayuntamiento de Abanto y Ciérvana, con Gallarta como sede consistorial. El pueblo andaba mascullando quejas por la falta de servicios en condiciones. Hasta que alguien encendió la chispa. Trabajando en un taller de Iberduero, Luis Herrerías y tres compañeros de fatigas recibieron la visita de un contratista, pariente por más señas de un alcalde que gobernó en la dictadura. «¡Coño!, ¿por qué no pedís la desanexión?», les animó. «Pues no es ninguna tontería», se dijeron.
Cuando lo plantearon formalmente algunos se burlaron de la idea. Lo llamaron «plan de chufla». Pero enseguida la cosa se puso seria. El grupo movió sus hilos -unos abrieron conversaciones con el Puerto, mientras que otro, entonces teniente de alcalde de Lemoa, habló con su vecino Juan Mari Atutxa-. La desanexión cobró forma. En este caso, sin referéndum. Con un pleno foral.
Enseguida notaron los efectos de la segregación, recuerda Luis Herrerías en conversación ayer con EL CORREO. Los caminos a los barrios se «arreglaron» -Zierbena tiene seis: La Cuesta, San Mamés, La Arena, Valle, Kardeo y el Puerto-. Hasta se colocaron muros de contención para evitar desprendimientos de tierra. Él sabe de lo que habla porque hasta el pasado mes de abril ha mantenido una cabaña de vacas en su caserío. También comenzó el desarrollo industrial del Abra Exterior.
La segregación
El alcalde incluyó ayer en estas mejoras el saneamiento, el gas, un polideportivo, un ambulatorio, la casa de cultura y las ayudas sociales. «¿Cómo estaríamos si no nos hubiésemos independizado?», preguntó a los congregados en la plaza del pueblo, representado en el Consistorio por PNV y EH Bildu -el PSE se quedó sin representación en las últimas elecciones tras haber sido una fuerza hegemónica en la comarca-. Ortuzar aseguró que, sin independencia, «no estaríamos mejor».
Otra cosa es «qué pasaría» si esa cuestión se plantease en estos momentos. Luis Herrerías no lo ve tan claro como antaño. Con el PNV liderando los gobiernos de la zona, sería más complicado quizá emprender una segregación. Sin ánimo de meterse en el tema catalán, no descarta que un proceso de esa envergadura pudiese ahuyentar a las empresas señeras como Iberdrola y Petronor.
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