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La soledad tiene muchas manifestaciones, pero esta es la más terrible de todas: morir y que nadie te eche de menos. De vez en cuando se conoce algún caso extremo, como la mujer que, hace un par de meses, apareció momificada en un ... piso de Vitoria ocho años después de haber fallecido. ¿Un hecho aislado? No. Solo en Bizkaia, en los diez primeros meses del año, han aparecido los cadáveres de 21 personas a quienes les llegó el final en la más absoluta soledad y sin que nadie les hubiese echado en falta.
Es muy difícil acercarse a este asunto porque no hay datos oficiales. ¿De dónde salen entonces los 21 casos? Del Instituto Vasco de Medicina Legal (IVML), por donde pasan todos los cuerpos de personas fallecidas en situaciones inusuales. Pues bien, hasta allí han llegado entre enero y octubre los mencionados 21 cuerpos de gente que murió «en su domicilio, sin atención y en el más absoluto desamparo», y que se hallaron más de una semana después de la muerte, explica su director, Carlos Cubero. Es más, la mayoría (14) llevaban más de dos semanas muertos cuando fueron descubiertos. Se supo de ellos por distintas circunstancias: sobre todo, por el olor que detectan los vecinos. Pero también por la voz de alerta emitida por algún familiar o conocido más o menos cercano que llevaba tiempo sin saber de esa persona.
Todo esto es consecuencia de la soledad, que en nuestro mundo está alcanzado la categoría de epidemia. En Bizkaia más de 57.000 personas mayores de 65 años viven solas. Es cierto que una cosa es vivir solo, y otra muy distinta padecer de soledad. Todo depende de que esa situación sea deseada y de si, al margen de que haya o no compañeros de piso, uno tenga relaciones sociales. Pues bien, según la estadística del Eustat sobre condiciones de vida, hay más de 170.000 vascos que aseguran carecer de ningún tipo de relación, ni con familiares, ni con amigos, ni con vecinos. Que están totalmente solos. En Bizkaia es donde el fenómeno tiene más peso y el 15% de la población vive sin relaciones sociales. Vamos a peor, porque eso es el doble que hace veinte años, cuando era el 7,3%.
«Una de las principales características de esta sociedad es el individualismo. Cuando hacemos estudios sobre valores vemos que hemos pasado del 'nosotros' al 'yo'», resume el catedrático de Sociología Javier Elzo. Las familias cada vez tienen menos miembros, los hijos se van a vivir fuera... «Pero también hay cada vez más gente joven que toma la decisión de estar sola». Es un cambio total. Y se va a notar, sobre todo, dentro de pocas décadas.
Pero ahora mismo, ¿cuál es el perfil de quienes fallecen en desamparo? Lo primero que llama la atención es el sexo: de los 21 casos registrados en Bizkaia, 18 fueron hombres. Bueno, en realidad, a Teresa Bazo, catedrática de Sociología y pionera en estudios sobre soledad en la vejez, no le extraña. «Las mujeres tienen más habilidad para mantener relaciones sociales y familiares que los varones», asegura. Quizás es porque este mundo les ha enseñado a ser «menos soberbias, a perdonar más... A que su vida tiene que ser compatible con la de los demás».
También destaca una circunstancia que pone a los hombres en una situación más vulnerable en este asunto: «Los divorcios están influyendo mucho porque lo normal es que la mujer se quede con los hijos. Al final, en bastantes supuestos, ellos se quedan solos y acaban envejeciendo solos», analiza Bazo.
Pero cuidado. Contra lo que pueda parecer, las muertes de este tipo no castigan únicamente a ancianos. De hecho, más de la mitad de las 21 personas de las que estamos hablando no llegaba a los 60 años, según los datos del IVML. ¿Cómo es esto posible? Primero, porque la propia soledad es como un veneno. Mata. Según distintos estudios, el sentimiento prolongado de desamparo aumenta un 26% el riesgo de muerte por los efectos que el estrés causa en el organismo. Si hay aislamiento real, el porcentaje supera el 30%.
También están los suicidios. En las dos decenas de muertes mencionadas se incluye un suicidio y otros dos casos que podrían serlo. «Es un fenómeno que está repuntando», certifica Elzo. «De hecho, ya se cobra más vidas de jóvenes que los accidentes de tráfico». En concreto, hay una «modalidad» de muerte autoinfligida muy propia de nuestros tiempos, y es la que aparece cuando «hay una distancia muy grande entre las expectativas que tienes para tu vida, y las posibilidades de conseguir ese objetivo». Claro, estamos en una sociedad en la que «nos hemos creado la obligación de estar siempre contentos y de conseguir lo que queremos»; donde es fácil confundir la felicidad con «tener cosas». No estar a la altura de la proyección que hemos hecho de nosotros mismos, a veces, acaba generando una frustración insoportable.
Luego también están las redes sociales, que crean ficciones. «Hay gente que tiene mil amigos» en el mundo virtual pero, en realidad, «no conoce a ninguno», destaca Bazo. «Es pronto para saber cuáles van a ser sus efectos, pero da la impresión que algo nacido para unir puede tener el efecto contrario». Javier Elzo, por su parte, pone sobre la mesa los efectos indeseados de esa conquista esencial que es el Estado del Bienestar: «Antes había una solidaridad de cercanía, de vecindad. Ahora, eso se ha sustituido por una solidaridad más burocratizada, la de los servicios sociales. ¿Quién conoce hoy a sus vecinos de edificio? ¿Quién va a pedir sal al del segundo?».
Este es el mundo que ha venido para quedarse y que augura un futuro muy distinto y algo inquietante. Pero el presente es el presente, y el colectivo más frágil es el de las personas mayores. Es a ellas a quienes se dirigen ciertas iniciativas de las administraciones para detectar situaciones de soledad. Por ejemplo, el programa Mirada Activa, en Bilbao, que el año pasado identificó 66 casos de ancianos en desamparo que se derivaron a los servicios sociales.
Cáritas es una de las organizaciones que saben más de todo esto. «Hay mucha más soledad de la que se ve», asegura Pili Castro, responsable del área de mayores en esta ONG. En Bizkaia tienen unos 400 voluntarios que visitan a otras tantas personas mayores -hay lista de espera- para que no se sientan tan solas. «Va generándose una relación de complicidad, de confianza...». Se detectan problemas de salud, se puede dar la voz de alarma, y se evita que la gente muera sola y siga así incluso después de muerta.
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