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Hace justo ahora una semana un minibús que viajaba con 13 personas a bordo volcó en Costa de Marfil. La noticia del accidente corrió como la pólvora porque en él viajaban alumnas y exalumnas del colegio barcelonés Canigó junto con tres adultos del mismo centro, ... a cuyo frente estaba la profesora y subdirectora del centro, Teresa Cardona. Se dirigían a participar en un campamento de verano de dos semanas. Las estudiantes españolas estaban dispuestas a sacrificar parte de sus vacaciones para hacer tareas duras. Iban a pintar la escuela local, prestar asistencia sanitaria y enseñar español a los niños más necesitados de la capital, Yamoussoukro.
Lo que no esperaban era que la carretera truncara sus ilusiones. En el siniestro resultaron heridas la mayoría y Teresa Cardona murió. Como todo periplo, un viaje solidario está sujeto a imprevistos y aquí sucedió. Un viaje solidario es un poner rumbo a un proyecto, a una comunidad, a un país que permite al voluntario mirar más allá de lo que muestran las guías turísticas y adentrarse en la realidad de un país para obtener una visión crítica de su situación. En Bizkaia, varios colegios ofrecen esta opción a sus alumnos y profesores a través de su propia ONG o en colaboración con alguna fundación sin ánimo de lucro que realiza actividades de interés social.
Alboan, por ejemplo, la ONG de cooperación internacional de los Jesuitas en Euskadi y Navarra, comenzó a organizar este tipo de programas hace tres lustros y hoy por hoy ofrecen varios tipos, de entre tres semanas y dos años, en países de América Latina (Perú, Venezuela y Colombia) y África (Chad, Burkina Faso, por lo general). «Están dirigidos a gente de 22 a 27 años y también a profesorado y personal no docente de la Universidad de Deusto», explican. «También hay prácticas profesionales en Centroamérica o en Sudamérica durante dos meses». Los voluntarios cuentan allí con la colaboración de «entidades aliadas de Alboan», subraya Edur Mintegi.
Alazne Cámara
«Es muy importante que se den las condiciones de seguridad necesarias. Por eso cada año varían los países elegidos. Hace dos años cancelamos un programa en Nicaragua y otro en Venezuela, cuando coincidió con un momento fuerte de crisis política y social», advierte. «En Caracas hubo situaciones complicadas con algún grupo, aunque no hubo ningún daño personal». La bilbaína Sara Diego, 25 años, participó en el verano de hace dos años en Cali, Colombia, en un programa de Alboan, y el próximo enero volverá a repetir experiencia, esta vez por un año entero en lugar de un mes. «Países inseguros hay en el Sur, pero lo cierto es que también en el Norte. Cuando fui de voluntaria hace dos años vi que aquí y en la ONG local, Fe y Alegría Colombia, eran conscientes de que estaba en un país muy diferente al mío y cuidaban mucho la seguridad, en ningún momento sentí miedo. Evidentemente hay que andar con cuidado, pero también con ganas de aprender».
Berriotxoa es otro de los colegios vizcaínos con experiencia en viajes solidarios. Solidaridad con América Latina (SAL) es la ONG unida a los hermanos menesianos que los organiza desde 1992 en Chile, Bolivia e Indonesia para antiguos alumnos y estudiantes de segundo de Bachillerato. «El transporte se lo costean ellos y SAL se hace cargo de la manutención durante la estancia», indica Alazne Cámara, coordinadora de Sal Bilbao. «El voluntariado recibe una formación básica para conocer la realidad a la que se van a enfrentar. El choque es duro. El año pasado fuimos solo mujeres, casualidad. Nos movíamos siempre en grupo. Yo me hice un seguro de vida por si acaso», sostiene. «Eso depende de cada uno».
David Razki, profesor de matemáticas y tecnología del colegio Maristas de Bilbao, pone rumbo mañana a Bucarest. Tiene previsto viajar con su perro, Kuba, saco, tienda de campaña, todo lo necesario para cocinar, una placa solar para cargar el móvil y hacer la ruta íntegramente en bici. Prevé llegar a finales de agosto a la casa de acogida Case ale Sperantei, donde en estos momentos viven 32 niños. Con su pequeña gran hazaña quiere aportar su granito de arena y conseguir financiar «clases extraescolares de música, teatro y danza y la atención psicológica que estos niños necesitan y no tienen», explica. Para ello, ha puesto en marcha una campaña de financiación colectiva con la que pretendía reunir 4.000 euros, y ya lleva 5.285. «Todo el dinero es para ellos. El viaje corre de mi bolsillo. Tengo un presupuesto aproximado de 10 euros al día. Tras tres veranos en campos de trabajo por Guatemala y El Salvador con la ONGD SED, quiero embarcarme en una aventura personal y un reto solidario, porque para mí, una no sería sin la otra».
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