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Urko Orrantia tiene 38 años y es una persona inquieta que no quiere atarse al mismo trabajo de por vida. Se dedicaba al montaje de estructuras por toda Europa y decidió hacerse taxista por recomendación de un amigo hace once años. Tras vivir mucho tiempo ... en Bilbao, va y viene a diario de una pedanía de Medina de Pomar de muy pocos vecinos, aunque en estos momentos permanece de baja tras caerse con la bicicleta por el monte. Cree que esta etapa ya ha llegado a su fin y por eso ha sacado a la venta su licencia profesional. Le gustaría encontrar un trabajo relacionado con la vida rural, que «es más lo mío», porque no quiere vivir en la ciudad, pero no tiene prisa por dejar el taxi. Pagó 125.000 euros por su permiso y lo vende por casi la mitad, 65.000. Tardó siete años en amortizar el préstamo.
«No considero que vaya a perder dinero porque he podido vivir de ello y muy bien todo este tiempo. Pasa como con los pisos: mucha gente los compró en su día por el doble de lo que cuestan ahora y es lo que hay», relata. Cree que el de taxista «es uno de los mejores trabajos» que existen: «Te da libertad. Nadie te manda, tú te organizas y eso es fabuloso. Yo no podría estar en una fábrica a turnos».
Los primeros años, recuerda, trabajó duro para poder quitarse el crédito cuanto antes y metía el máximo de horas diarias que permite el reglamento. Pero el sector le deja a uno amoldarse: «puedes escoger el horario que prefieras, dejar tiempo a la familia y a las aficiones, aunque siendo consciente de que hay que pagar los gastos. Yo empiezo cuando me despierto y no pongo la alarma. Y el 99% de los clientes son sensacionales: la gente es muy cercana y muy amable».
La mayoría, asegura, se toman vacaciones cuando quieren: solo hay que notificarlas. Eligen las semanas más flojas, las últimas de julio y dos primeras de agosto. Ahora, insiste, el taxi es una oportunidad, más teniendo en cuenta cómo está el mercado laboral, aunque haga falta cierto «talante». «Bilbao está de moda. Tiene negocios, turismo, la gente está envejeciendo y necesita que haya taxis».
A su juicio, un trabajador de Uber nunca podrá sustituir en calidad y en cercanía a un taxista, que al final puede tomar sus propias decisiones y bajarse de su empresa a echar un cable. A bordo del taxi «conoces a muchas personas. Yo he hecho amigos». Aún tiene contacto con la que fue su primera clienta, que tuvo que indicarle el camino que debía seguir. También pudo salvar a un hombre al que llevó a Basurto saltándose todos los semáforos. «Se montó en Santutxu y me dijo: no tengas prisa, pero corre todo lo que puedas, que me está dando un infarto».
En once años tampoco ha sufrido ningún percance desagradable ni se ha sentido especialmente inseguro. «Nunca me ha tocado ver ningún incidente grave, pero sí cómo la gente merodea en la noche y está a ver lo que pilla al descuido», relata.
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