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La tripulación del 'Ongi Etorri', de Ondarroa, echa el ancla en Bermeo para «hacer carnada» para el atún rojo./ Luis Ángel Gómez
Hay vida después del bonito

Hay vida después del bonito

Este año, la costera se ha cerrado dos meses antes de lo habitual, dejando a marineros en tierra y a pescaderías y restaurantes sin 'stock'

Domingo, 9 de septiembre 2018, 00:23

José Ramón Zulueta es un patrón veterano. A punto de cumplir los 60, recuerda cuando en el puerto de Bermeo no cabía otro navío: «Teníamos 14 años y nos escapábamos de clase para salir en un bote. Saltábamos de barco en barco de pesca para cruzar el puerto. Había más de cien, ahora estamos veinte y otros cuatro o cinco pequeñitos». Él siempre ha sido pescador; como su padre y su abuelo, «se lleva en la sangre». Y no, en medio siglo en la mar no recuerda una campaña del bonito más corta que la de este año.

El pasado 23 de agosto, la Secretaría General de Pesca cerró la costera de bonito del Cantábrico, cuando, por lo general, dura hasta finales de octubre. No es que no quedaran capturas, es que ya se había alcanzado el tope que corresponde a España: 15.015.000 kilos. Este año los bancos han sido muy grandes y aunque aún había mucho que pescar, las normas son las normas. Ahora es el turno de los pelágicos franceses e irlandeses, que emplean pesca de arrastre. Al mando del 'Otzarri Berria', de 25 metros de eslora, José Ramón ha capturado 75 toneladas del preciado pez con el método de la cacea: «uno a uno» y con cebos.

Si en temporada de bonito no hay bonito que capturar, muchos se ven obligados a quedarse en tierra hasta que arranque la faena de otra especie. Como José Ramón, que aprovecha «para revisar cosillas» de su barco a la espera de que el 24 de septiembre le confirmen si aún sobra cuota para salir a por moja, también conocido como 'patudo'.

El dato

  • 15.015 toneladas es el cupo de capturas de bonito que le corresponde a España. Para toda Europa asciende a las 33.600 toneladas. Ahora, entrarán a faenar los barcos de Francia e Irlanda.

En busca de cimarrón -atún rojo- ha salido el 'Ongi Etorri' de Ondarroa, que la semana pasada echaba el ancla en Bermeo para «hacer carnada». A bordo, quince pescadores que mataban la espera en el bar de la Cofradía de San Pedro. El más veterano, Aitor, no recuerda en sus tres décadas navegando una campaña «en la que se haya cubierto tan pronto el cupo». «Se ha pescado muchísimo», coinciden todos. Con 33 metros de eslora y 7 de manga, ellos se han agenciado 160 buenas toneladas.

Rubén Zubizarreta muestras dos piezas de bonito del norte a una clienta.

No faenar, sin embargo, supone ir al paro, así que tras la semana de fiestas de Ondarroa vuelven a echarse a la mar a por otros peces de la época, como la sardina o el propio atún rojo. «Para el cimarrón tenemos un cupo de cuatro toneladas, eso lo hacemos en un día», señala Iván, el más joven del grupo con 27 años, cuatro a bordo del 'Ongi Etorri'. «Ahora andamos estirando, para que nos dure».

Destrozos por el arrastre

Ni los de Ondarroa ni José Ramón Zulueta se quejan de sus cifras con el bonito, pero... Para los primeros, el problema está en la cantidad de la cuota, «que es insuficiente». Para el segundo, la solución pasa por «repartir el cupo entre embarcaciones», para igualar las oportunidades de pesca. «Ha habido algunos que por avería no pudieron salir y cuando estaban listos, ya estaba el cupo cerrado», afirma Rubén Zubizarreta, a cargo desde hace más de veinte años de la pescadería Sollube en Bermeo -el local lo abrió su suegro hace 35 años-.

Cierre temprano de la costera. Los bancos de bonitos han sido muy grandes, por lo que se ha podido pescar mucho en poco tiempo

De las últimas capturas le quedan unos cien kilos, que fácilmente despacharán en dos días. Si más adelante desea reponer, siempre puede recurrir a piezas pescadas en aguas de Marruecos o Canarias. «Pero no se venden igual», apunta Rubén. «Los que vienen desde allí ya han perdido el brillo. Algunos no los podemos ni exponer, mira». Y muestra con el móvil dos imágenes de montón de ejemplares destrozados. «Son capturas que vienen de otras zonas donde pescan con arrastre. Los peces luchan para salir y acaban así».

Jon Arrakegi, del Egaña de Lekeitio, prepara una comanda del manjar del Cantábrico.

Por el momento, no les preocupa quedarse sin bonito de la zona, «la gente consume pescado de temporada». Lo mismo dicen de su clientela en el restaurante Egaña de Lekeitio, recomendados por los vecinos del pueblo por su buena mano con el manjar del Cantábrico. Lo regentan Jon y Víctor Arrakegi Egaña, tercera generación desde su apertura en 1941.

A pesar de la abundancia de peces en las subastas de esta costera, los hermanos no aprovecharon para comprar kilos de más, «porque el precio tampoco bajó», apunta Jon, que se encarga de los fogones del longevo establecimiento. Aún les quedan 105 kilos en las neveras, conservados sobre hielo pilé, aunque solo este miércoles sirvieron 30. «Lo bueno es que es un pescado que aguanta muy bien, hasta quince días, no como el besugo, por ejemplo». Cuando se les acabe, simplemente pasarán a otros de nueva temporada, como la anchoa o la sardina. «Sí que congelaremos algo, para hacer marmitako en invierno».

En el puerto de Lekeitio, los únicos pescadores ociosos son un padre y una niña. José Ramón Zulueta señalaba con nostalgia la veintena de barcos de pesca que apenas queda en Bermeo. En Lekeitio solo el Kalamua atraca ya en sus aguas.

«Llevaba muy bien lo de ser pescador... hasta que fui padre»

«El barco es nuestra casa. Yo soy el padre y el cocinero es la madre», explica José Ramón Zulueta, patrón del 'Otzarri Berria'. No pueden tomárselo de otra manera: llegan a pasar hasta 24 días seguidos en alta mar. Siete personas en el mismo buque. Los ondarreses del 'Ongi Etorri' hacen salidas de una semana, pero reconocen que es una vocación muy del ámbito familiar, «algo que te inculcan desde pequeño con la caña». «Yo llevaba muy bien lo de ser pescador, pero ahora tengo una niña de año y medio», comenta Desi. «La última vez que embarqué la dejé en puerto llorando... me descolocó todo». Y para las vacaciones aún queda, de diciembre a enero, hasta que arranque el verdel.

«Todos queremos dar carreras a los hijos para que se queden en tierra», asegura José Ramón. El suyo, que ahora tiene 33 años, estudió Imagen y Sonido. Tras varios intentos infructuosos por encontrar un trabajo estable, se ha sacado el título de patrón y hará las prácticas en el barco de aita. Ya lo dice José Ramón, que la pesca es un arte que «se lleva en la sangre».

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