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David Durán, bilbaíno de 50 años, se pone en situación. La cuarentena ha forzado a muchos a trabajar desde casa. Su ordenador no está acostumbrado a estar activo tantas horas ni a manejar tanta información y falla cuando redactaba un informe fundamental que, además, le ... ha costado escribir más de lo normal porque con el ratón táctil del teclado no es tan ágil como con el accesorio que tiene en la oficina. Además, no tiene la silla adecuada y le duele la espalda.
O necesita imprimir un documento. Una factura de devolución, las fichas de deberes que los hijos deben completar durante estos días... y comienza a preguntarse en qué momento decidió deshacerse de aquella impresora que todavía funcionaba (aunque lentamente) porque ocupaba toda una esquina del escritorio y, además, se había declarado plenamente digital. Por supuesto, si este es su caso, tampoco tendrá papel ni cartuchos de tinta. «Lo que más estamos vendiendo son impresoras y cartuchos. Hay gente que en su casa está venga a imprimir trabajos. Los estudiantes, por ejemplo», corrobora Durán, coordinador de la zona de ocio y cultura de El Corte Inglés.
La sección de papelería y electrónica de este establecimiento forma parte de la lista de irreductibles empresas que resiste frente al invasor. Está abierta de diez de la mañana a ocho de la tarde. La mitad de la plantilla durante la mañana y la otra mitad hasta las tres. «No había trabajado nunca con mascarilla y guantes, es la primera vez y espero que sea la última», indica Durán, «atosigado por el calor» que se le concentra en la cara. «Aquí está viniendo muy poquita gente, nada que ver con la vuelta al 'cole', cuando aquí hay colas por todas partes. Sobre todo, personas que tienen necesidad del tema de ordenadores, folios, bolígrafos, plastilina, pinturas para los críos, cuadernos para ellos... También móviles, que hoy en día si se te estropea es una faena, teniendo en cuenta que casi podemos considerarlo un anexo al cuerpo».
David Durán, padre de dos chavales de 17 y 21 años, con los que ha vuelto a jugar al parchís y a las cartas estos días, comenta que a las tardes, cuando oscurece, «esto parece las cinco de la mañana de un lunes. La calle vacía, oscura, no se oyen más que las sirenas de las ambulancias de vez en cuando... Te llega a dar una sensación de temor», reconoce.
Durán es un hombre de buen talante y risa explosiva, pero tras este buen carácter esconde una honda preocupación. «Convivo con mi suegra, que tiene 89 años, y tengo miedo ya no por mí, sino por ella. Hasta que no te coge el bicho no sabes cómo va a pasar. Precauciones en el trabajo tomamos mil. Estamos constantemente limpiando las terminales, hay mamparas, no dejamos circular a la gente entre los pasillos, sino que les traemos nosotros mismos los artículos que solicitan, cuando subimos al lavabo nos quitamos los guantes, nos lavamos con jabón, nos ponemos otros...». Llega a casa, continúa, y los zapatos y ropa se los quita en el felpudo y echa a lavar las prendas de inmediato. «Te duchas después... Por ese respeto a lo desconocido. ¿Y si pasa? ¿Quién te dice que no tengas alguna patología que no te hayan descubierto?».
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