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Hay vecinos que viven de lunes a jueves en el paraíso y de viernes a sábado en el infierno. Pasan de un estado a otro cuando empiezan a aparecer bajo sus ventanas chavales para hacer botellón. Algunos aseguran estar dispuestos a declarar su propia guerra ... a este fenómeno «tirando baldes de agua».
«Aquí los días de partido siempre se ha montado una buena jarana, pero podías convivir, porque veías que era por el partido y lo asumes, porque a las doce de la noche quedaba desalojado», arranca Álex Muñoz, vecino de María Díaz de Haro. «Pero aquí hay una multitud toda la noche y la Policía no hace nada. Este martes contabilicé un grupo de 50 personas bebiendo. Los vecinos estamos preocupados, nos preguntamos si esto se extenderá en el tiempo, y vivimos ojipláticos por la pasividad de los agentes. El otro día actuaron los antidisturbios, pero a las tres de la mañana. Está habiendo permisividad absoluta por parte del Ayuntamiento. Y lo gordo es que los bares, me lo han dicho, no hacen caja, porque los que llegan no consumen en ellos», considera. «Por circular a más de 30 por hora enseguida sancionan, pero por esto no», se queja Álex.
«Antes de la pandemia los bares se quejaban del botellón que hacían los jóvenes. Decían que se sentaban fuera y sólo cuando ya habían terminado el botellón entraban. Pero ahora esto lo producen los mismos bares porque les ponen a los chavales las bebidas fuera del local. Este miércoles sin ir más lejos, había todavía gente a las siete de la mañana bebiendo, lo he visto con mis propios ojos. Esto nos da la idea de que hay bares que no han cerrado a las tres, ¿no?». Loli, vecina de la calle Zaballa de Barakaldo, no disimula su hartazgo. «Es imposible dormir. Aquí vive gente mayor enferma. Esto se ha ido de las manos porque nadie se atreve a meter mano en ello. ¿Tienen que echar a la gente con mangueras? No me gustaría, yo soy de ideas progresistas, hay que evolucionar y no volver atrás, pero los vecinos ¿qué hacemos?», se pregunta.
Ignacio ha sacado desde casa muchos vídeos «de la marabunta que tenemos» de jueves a sábado en Licenciado Poza. La gente se concentra entre los portales 45 a 53. «Antes de la pandemia ya teníamos un problema grave porque, por falta de espacio, cada bar tenía una media de 50-60 clientes fuera, y de ahí provenía el ruido. Pero es que ahora es una salvajada la gente que hay. Lo que han hecho muchos vecinos -explica Ignacio- es cambiar la distribución de la casa y llevar la cocina y el salón al exterior. Observe, hay muchas casas en obras. Yo tengo el salón ahí, pero lo tengo inutilizado», indica. «Además, hay un serio problema de acceso. Los jueves a partir de las ocho de la tarde ya no podemos entrar en nuestras casas, el gentío obstruye el paso y no se apartan, así que te lo piensas dos veces y a determinadas horas ya ni entras ni sales. Vivimos atrapados en nuestras casas. Conozco a una señora que una noche se tuvo que ir a casa de su hijo porque no pudo llegar a su portal. Y otra vecina que está embarazada me ha dicho que le da miedo ponerse de parto en jueves, viernes o sábado noche».
La casa de Alejandro da al parque de Doña Casilda. «El resumen de todo esto sería el abandono por parte de la Administración y la impotencia que sufrimos los vecinos como consecuencia de ese abandono. Porque esto no es nuevo. Se ha permitido que circule el alcohol libremente entre los jóvenes como forma de ocio y se ha asimilado de forma natural. Ahora se rasgan las vestiduras las Administraciones con el botellón cuando hace más de veinte años que lo sufrimos. Se tuvo que hacer una ley, pero no ponen medios coercitivos para que se cumpla. Hay un buenismo generalizado por parte de los sucesivos alcaldes, como este último, que dijo en un 'tuit' que entiende la necesidad de la juventud. ¿Pero esto qué es?», apunta. «Antes de la pandemia había menos botellón, entre otras cosas porque los ciudadanos hacíamos la labor de la Policía», asegura. «Aquí todo el mundo pasa de la contaminación acústica, pero está demostrado que hace mucho daño. Bilbao es una ciudad que está dedicada a la fiesta continua y al alcohol. Es la ciudad sin ley».
Maite Vallejo tiene una pensión en la calle Zaballa de Barakaldo, un negocio familiar en pie desde 1971. En esta calle hay 25 bares en 200 metros de vía y «cada vez más ruido». «Aquí ha habido mucho ambiente, pero muchos bares han cambiado de dueños, buscan otro tipo de clientela y vamos a peor, y ahora más. Hay muchísimas peleas, aquí les dejan sacar los vasos hasta altas horas. A la hora de hacer reservas yo advierto que estamos en una zona en la que hay ruido por las noches y tengo muchísimas cancelaciones. Los sábados y los domingos la calle está indecente, todo lleno de cenizas, botellas, vasos rotos...». Para Maite y sus vecinos, «llamar a la Policía es el pan de cada día».
«Yo tengo dos perritas, todo esto está lleno de cristales cada vez que hay botellón. Las tengo que coger en brazos para pasar y tengo que ir esquivando basura. 'Por ahí no vaya o tendré que sancionarle', me ha dicho un guardia municipal. Y respondí, '¿dónde está la cámara oculta? ¿Me está diciendo que por aquí no y a mi espalda a veinte metros hay mil tíos cortando el paso?'. 'Es lo que hay', respondió», expone Javier Domínguez, vecino de la calle María Díaz de Haro. «Ahí -señala desde su ventana- hay tantísima gente que se apoyan en los timbres y te dan un susto de madrugada». Dice que a la juventud la comprende «a medias». «De joven he andado por ahí hasta que ha salido el sol, pero no he molestado a nadie. Si te llegaba una nota a casa y la habías liado... Pero a las Administraciones no las entiendo. Esto no se puede consentir», opina. «Desespera, hay que vivirlo para saber hasta qué punto».
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