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FOTOS: Fernando Gómez | Bernardo Corral | VÍDEO: Marta Madruga | Pablo del Caño | Igor Gandiaga

El valle secreto de Bilbao

A un paso de la ciudad, pero libre de ruidos y contaminación, el río Bolintxu se derrama por la vega más frondosa del Pagasarri en un paraje de increíble biodiversidad

Domingo, 31 de marzo 2019

Es un refugio de biodiversidad, el tesoro natural del Pagasarri. Un entorno que se muestra casi intacto y que es conocido solo por los aficionados al paseo en naturaleza. Sobre todo los del barrio de La Peña, desde donde se accede fácilmente a este paraje, el valle secreto de Bilbao, el último de los que rodean la ciudad que ha resistido su empuje invasivo. Así es hoy la frondosa vega del río Bolintxu.

El valle ha cobrado una relevancia especial por la próxima llegada de la Supersur. En 2023 será atravesado por un viaducto sin pilares de camino a la autopista AP-68. La obra ha desatado el rechazo de ecologistas y vecinos, críticos con las eventuales consecuencias que tendrá sobre la flora, la fauna y las aguas de un entorno que conserva un bosque de ribera autóctono. En un intento por reducir su impacto, la Diputación, promotora de la infraestructura, evitará la ladera del Bolintxu en la excavación del túnel y destinará un paquete de medidas paliativas valorado en cuatro millones de euros –entre las que destaca un programa de reforestación– para compensar los efectos del paso del tráfico sobre la cuenca.

Mientras tanto, la vida fluye bajo las copas de fresnos, sauces y alisos, entre los que estos días es posible escuchar el martilleo del pájaro carpintero preparando el nido. «En realidad en este valle hay más que ese tipo de bosque de ribera en concreto. Aquí hay varios hábitats que se pueden distinguir muy bien», explica Idoia Biurrun, profesora del departamento Biología Vegetal y Ecología de la UPV/EHU. La experta en hábitats y vegetación lo comenta en la parte alta del entorno, por encima del conjunto de fuentes y manantiales de los que brota el Bolintxu, en el arranque de la pista de Artabe, que se dispone a recorrer valle abajo junto a EL CORREO.

Apenas dados los primeros pasos, señala ejemplares interesantes: «Allí, junto a las rocas calizas», cerca de la ermita de San Roque, «crecen las encinas cantábricas. Detrás se ve un pasto verde claro que también es un hábitat de interés a nivel europeo. Son pastos secos, que pueden ser bastante más diversos que los prados». Más cerca, y en el talud del propio camino, señala lo que a ojos profanos parece un zarzal. Error. «Es zarzaparrilla. También está ligada al encinar. Se apoyan en los árboles para llegar a la luz y forman cortinas que llegan a ser impenetrables». Junto al camino, se puede observar «el aladierno, que está en flor».

Brota la primavera

Está entrando la primavera y se nota. Muchas plantas empiezan a florecer o lo han hecho ya, y los pájaros ofrecen un paisaje sonoro espectacular. Están emparejando. Parece mentira que este lugar se encuentre a unos 3 kilómetros en línea recta y 5 por carretera del centro de Bilbao. No se oyen bocinas, ni motores, ni sirenas, ni el barullo del gentío. El paso de algún avión es el único rastro del ruido propio de la vida urbana. Se imponen los sonidos evocadores del viento, el agua y las aves. La niebla cubre parte del paisaje y le da un aire de mundo perdido.

Camino abajo, Biurrun sigue indicando especies de plantas herbáceas, arbustos y árboles, sin llegar aún al famoso bosque de ribera: «Esa mata de ahí. Es espinosa redonda, es aliaga, en euskera se llama otabera. Forma matorrales en las calizas». Su nombre científico es 'Genista occidentalis'. «En mayo tendrá flores amarillas». Hay robles –tres especies diferentes: común, melojo y pubescente– y fresnos. Más abajo, donde empiezan a confluir los riachuelos que conforman el Bolintxu, aparecen los sauces y los avellanos. Empieza a formarse el bosque, cambia el entorno. Ya en los márgenes del río crecen los alisos.

Gráfico.

«El bosque de ribera es un bosque que está afectado por la humedad del suelo y se caracteriza porque suele inundarse con cierta frecuencia», explica Biurrun. Es un bosque «muy diverso, muy productivo, porque el suelo suele ser muy rico y húmedo, y las plantas crecen muy rápido». Y sobre todo «hay mucha diversidad», el factor que subraya constantemente la botánica. «No se trata únicamente de que haya tal o cual especie», insiste Biurrun: «Los hábitats singulares también se deben proteger y los del Bolintxu se caracterizan por la diversidad de especies que presentan».

Aún así, es inevitable preguntar por el 'famoso helecho prehistórico que crece en Bolintxu'. «De hecho hay tres especies interesantes en este valle», aclara. Son 'Woodwardia radicans', ' Trichomanes speciosum' y 'Stegnogramma pozoi'. Pero es el primero, el 'Woodwardia radicans', el que pasa por ser la joya del Bolintxu. No es fácil de ver, sobre todo si el observador es urbanita sin remisión y acaba de enterarse de que hay más de un tipo de helechos. Son algo así como fósiles vivientes del Terciario, testigos de épocas más cálidas y húmedas. «Viven en toda la cornisa cantábrica en localización escondidas, cerca de la costa y en barrancos abrigados porque no aguantan las heladas». Estas reliquias botánicas estaban mucho más extendidas cuando en estas latitudes «el clima era subtropical». Cuando dejó de serlo y se impuso el actual, con sus momentos de frío intenso, estos helechos «encontraron refugio aquí y en otros valles como este».

Pero la clave es que en el Bolintxu «hay un poco de todo. Hay diferentes tipos de bosques, matorrales y prados dependiendo de la orientación y el tipo de suelo, y algunos de estos hábitats son a su vez muy diversos en especies». Biurrun recuerda que «una vez, paseando, decidí hacer un muestreo de la aliseda. Reconocí unas 65 especies en apenas 200 metros cuadrados. Y eso sin contar los musgos».

Cuaderno de notas

En el mismo punto empieza a identificar varias, en una lista que parece interminable y desborda los cuadernos de notas de sus acompañantes: diversos tipos de helecho, flores de san José, 'sinfitum'... Las hojas de los árboles tamizan la luz, ya primaveral: «Esto es una aliseda. También hay sauces, y este es un avellano... pero los más altos son alisos».

Los pájaros aportan una rica ambientación sonora. El ornitólogo Iñigo Zuberogoitia suele destacar que la variedad de hábitats que se da en este valle favorece que atesore muchas especies de aves, algunas de gran interés. Así, está el «escribano cerillo, el alcaudón dorsirojo y el torcecuellos», un pájaro bastante raro, cuyas poblaciones están en retroceso en toda Europa. Entre las rapaces, destacan el azor, el abejero europeo ('Pernis apivorus'), el gavilán y el halcón peregrino. También hay pajarillos de vistosos colores como herrerillos capuchinos y carboneros garrapinos. Y una especie más escasa: la curruca cabecinegra, que no soporta bien las heladas y la singularidad térmica del Bolintxu le sirve de refugio.

Más esquivas que las aves son los mamíferos. Si los excursionistas tienen suerte y paciencia –y además son sigilosos–, pueden ver corzos mientras beben en el río, de buena mañana, o jabalíes, turones –una especie rara de mustélido–, martas y zorros. También topillos, lirones grises y ratones de campo. Además se ha señalado la presencia ocasional de algún gato montés.

Un estudio de la comunidad de anfibios y reptiles en la cuenca de Bolintxu realizado por Gorka Belamendia en 2010 señala la presencia de varias especies a tener en cuenta por su valor de conservación. Seis figuran indicadas como prioritarias: dos anfibios –la salamandra común y la rana patilarga– y cuatro reptiles –la culebra esculapio, la culebra lisa meridional, la culebra lisa europea y la víbora de Seoane–.

La vega se ensancha en la aliseda. En el cauce medio se levantan los restos de la antigua presa de Bolintxu, que forman una cascada artificial pero espectacular en el salto. Por el río se acerca un grupo de paseantes que sube desde La Peña.

En este punto, postal del paraje, es fácil encontrarse cualquier día de la semana con personas que conocieron la presa cuando formaba un embalse que fue usado como piscina durante décadas.

Las inundaciones de 1983 colmataron la presa y el lugar dejó de recibir visitantes. Aquel desastre contribuyó al final a regenerar el entorno. El bosque creció con rapidez en lo que había sido la lámina de agua.

El runrún de la autopista

El valle se ensancha, en la que es su parte más afectada. Aquí está el sifón que conduce a Bilbao las aguas que se traen del Zadorra alavés y aquí precisamente cruzará el valle el viaducto fruto de la prolongación de la Supersur. La mancha forestal también gana anchura, da paso a «la fresneda de fondo de valle» y esta al «robledal acidófilo en las laderas», explica Idoia Biurrun. Esto a ojos expertos. Para el excursionista urbanita, el paisaje sigue siendo una continuidad verde, un bosque exuberante y asombroso por su belleza evidente, pero también por su inverosímil cercanía a la ciudad. Aunque la banda sonora la siguen poniendo los pájaros, empieza a notarse el runrún de la autopista. Para compensar, se pueden admirar algunos ejemplares notables de robles. «El robledal acidófilo se suele caracterizar por sus suelos pobres. Es el hábitat que más se ha utilizado para poner pinos», añade la profesora de la UPV/EHU, que señala algunos helechos y el brezal que crece al pie de los robles. También hay algunos acebos enormes. «Son como los helechos, reliquias del Terciario, pero el acebo aguanta mucho mejor los fríos y heladas invernales». ¿Son una rareza? «No, lo que pasa es que la gente se los lleva como adorno en Navidad».

El valle se abre, ya muy cerca de la autopista. La Peña, donde el Bolintxu desemboca en el Ibaizabal en busca de las aguas salobres de la ría, está a pocos minutos de paseo a pie. La cercanía a la ciudad la anuncia de la peor manera un vertedero ilegal de escombros. Una caseta plagada de pintadas luce la clásica placa de calle bilbaína que dice 'Bolintxubide'. Así termina el último valle natural de Bilbao.

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