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Los usuarios de Bilbobus han recibido con escepticismo el fin de la huelga indefinida, tras la votación en la que este miércoles los trabajadores ratificaron el acuerdo con la empresa que contempla la revalorización de los sueldos en los próximos años y otra seria ... de medidas laborales. Han sido 78 días de huelga en los que a menudo se han incumplido los servicios mínimos, lo que ha generado un importante perjuicio a la movilidad en la ciudad. Especialmente en los barrios altos o en aquellos en los que no existe alternativa de transporte público.
Es lo que le sucedía, por ejemplo, a José Miguel Nadán, vecino de Rekalde de 60 años y que baja a menudo al centro. «Cojo el autobús todos los días», explica, sobre todo para «subir» de vuelta a casa. Asegura que la ausencia de transporte durante la huelga le ha «jodido» y que se ha tenido que apañar como ha podido. Por eso recibe la noticia casi con incredulidad: «Todavía no me lo creo», dice, justo antes de coger en El Arenal un autobús de la línea 75, el primero desde que se ha acabado la huelga.
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En la mañana de este jueves abundaban las personas de mediana edad y jubiladas en las paradas del centro de la ciudad. Arantza Antzia, de 77 años, se entera por este reportero del fin del conflicto. «¿De verdad se ha acabado? Ay, qué alivio, a ver si es verdad que vuelve todo a la normalidad», suspira. Es usuaria, sobre todo, de la línea 56, que espera para ir al ambulatorio de Doctor Areilza. También usa el autobús «para bajar a las Siete Calles». Durante la huelga, tiraba de resignación «y esperaba en la parada hasta que llegase un bus». «Ha sido un trastorno para todos, mucho sacrificio», lanza María Ángeles Salcedo, octogenaria, mientras sube al vehículo.
Javier Ormaeche, vecino de Basurto de 78 años, se muestra muy crítico con el papel del Ayuntamiento en la gestión de la crisis. «Es una vergüenza que la concejala salga en prensa a decir que no puede solucionar el conflicto. Si no lo pueden resolver, ¿qué pintan ahí?», se cuestiona. Lamenta cómo les ha afectado la huelga a los vecinos de los barrios altos. «Subía y bajaba andando, así hacía algo de deporte. Pero los días que llovía, esperaba quince, treinta minutos o una hora. Y cuando llegaba el bus íbamos como sardinas en lata», censura.
Otros usuarios no podían depender de cuándo viniera el autobús y buscaban alternativas que incluso suponían un perjuicio al bolsillo. Sandra Mejía, vecina del Casco Viejo de 48 años, asegura que ha gastado «mucho» en taxis durante la huelga. «Mi autobús sólo pasaba dos veces por semana», asevera, mientras espera al 58. Lo ha pasado «fatal» durante el conflicto. Y, si bien considera que los trabajadores «tienen todo el derecho a hacer huelga y pelear por sus derechos», cree también que «no se ha pensado en la población».
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