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Es un barrio histórico de Alonsotegi, en un paraje privilegiado, en las faldas del imponente Ganekogorta. El enclave, al que los lugareños accedían antaño andando por caminos vecinales -ahora impracticables- y varias de las ocho edificaciones tienen más de un siglo de antigüedad. A sus ... pies se remansan las aguas de la cordillera en el pequeño pantano de Artiba. El núcleo está a unos cinco kilómetros del Ayuntamiento, pero carece de un acceso digno, según denuncia la mitad del vecindario. Una carretera asfaltada comunica Azordoiaga con el embalse, pero los 800 metros de pista que separan este punto de la parte baja del barrio están vallados por uno de los propietarios. Su sobrino, Josu Etxebarria, de 37 años, heredero del caserío de su abuelo, ganó en los tribunales un paso de servidumbre.
Las viviendas de la zona alta, la de Josu, la que Iurgi Urraza, de 32 años, adquirió a la asociación Remar, y la de Amaia Sánchez Guardamino, -que compró hace 20 años-, carecen de una carretera en condiciones. Ahora mismo, ninguna de estas tres familias puede residir en Artiba porque no tienen un acceso seguro al pueblo, al que deben llegar dando un rodeo de 8 kilómetros a través del barrio San Martín.
Los últimos 4 (o los primeros, en función del sentido de la marcha) transcurren por el monte, entre árboles, por una pista forestal de gran valor paisajístico sin asfaltar, con baches, cursos de agua cuando llueve y donde cruzarse con otro vehículo es un problema. Como es lógico, carece de iluminación, por lo que recorrerla por la noche se complica. Se tardan unos 20 minutos por el día, en todoterreno. Para un utilitario de ciudad es casi misión imposible.
Hace un año que Amaia y su marido alquilaron un piso en el centro del pueblo porque tienen una hija de 16 años y empezaron a explotar un bar donde meten muchas horas. Mientras, siguen pagando la hipoteca del caserío de Artiba. «Al principio subíamos hasta el pantano y recorríamos el resto del camino 'a pata' con mochilas. Tardamos dos años en reformar la casa, con los materiales a cuestas, porque muchos gremios no querían venir».
Después empezaron a dar el rodeo. En dos décadas han destrozado 12 coches. Cuando su hija era pequeña, se apañaban bajando y subiendo juntos en todoterreno. Ahora ya no se puede.
Iurgi, que tiene un hijo de tres años y otra bebé de pocos meses, compró en la zona para vivir en la naturaleza, creyendo que había en marcha un acceso. Josu también tenía idea de mudarse allí - «en esta casa nació mi abuelo y sus cinco hijos», explica- pero tal y como está el asunto, no puede. Algunas viviendas se suministran de un arroyo. La cobertura es otro cantar. Amaia tuvo que contratar a una firma especializada. «Imagínate aquí durante la pandemia y sin internet», recuerda.
Los vecinos dicen que en otros barrios aislados de Alonsotegi se han asfaltado pistas hasta los caseríos. «No entendemos por qué a unos sí y a otros no». Tras años de pelea, se llegó a una suerte de consenso para «poner en marcha una vía entre la entrada al pantano y la parte alta del barrio». Se trataba de prolongar en un kilómetro la carretera. 700 metros ya tienen forma, por lo que «sólo habría que adecentar un camino de 300 en terrenos públicos y de particulares dispuestos a cederlos. Una opción que se presupuestó en 300.000 euros y que evitaría expropiar a nadie», relatan.
Las familias denuncian que ahora este plan está parado y piden que el Ayuntamiento tome cartas en el asunto para evitar «más abandono. Las casas cada vez se degradan más. Es tercermundista que a 6 kilómetros de Bilbao haya un barrio que sigue así. No es que nos hayamos ido a vivir al Ganeko y queramos una carretera, es que esto es un barrio», insisten.
Aseguran que esta obra es «perfectamente realizable», que es la opción más económica de las analizadas por una firma contratada por el Ayuntamiento y que la Diputación se ofreció a colaborar. Pero el nuevo equipo de Gobierno descarta su viabilidad porque «faltan los estudios geológicos» y porque el importe se dispararía «más allá del medio millón» en un municipio con un presupuesto de 4,5 millones anuales, en el que cualquier solución pasa por recabar el apoyo económico foral.
«La Diputación carece de ningún estudio de viabilidad», alega el alcalde, Unai Arregi (EH Bildu), que lidera el Consistorio. Asegura que su equipo lleva más de un año trabajando en una solución «factible» y que ya se han reunido en dos ocasiones con técnicos forales. El regidor plantea adecuar la pista a partir del barrio de San Martín, destinando cada año un importe al asfaltado y mantenimiento, aunque ha de clarificarse la titularidad del tramo final, que, según el Consistorio, es camino público. Según su propietario, Iurgi, es privado, por lo que están litigando. Algo a lo que se oponen los residentes. -«Eso es una pista forestal que usamos porque no hay más remedio», apuntan-. La otra opción, asegura el regidor, es expropiar al otro propietario, que cercó su terreno junto al pantano hace ya años, y permitir el paso a todo el mundo.
En septiembre trasladaron al área de Medio Natural esta alternativa y por el momento están a la espera del pronunciamiento foral para reunirse con los afectados, aunque los vecinos denuncian que, en vez de transcurrir en línea recta al barrio, consiste en un rodeo de 3 kilómetros por el pantano «que no se va a poder ejecutar».
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