Los últimos comercios de los pueblos
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Poca oferta ·
18.285 vizcaínos residen en localidades sin tiendas o donde solo quedan una o dos, y en las que conviven negocios clásicos con otros más modernosLa falta de relevo y las dificultades para competir con la comodidad y los precios que ofrece internet están haciendo mella en el pequeño comercio. Bizkaia ha perdido en cuatro años 1.095 tiendas, una situación que sufren especialmente los municipios de menor tamaño. Ellos ... llevan décadas viendo cerrar carnicerías, panaderías, ultramarinos... y desplazándose a comprar a otras localidades. Esta situación se ha intensificado y cada vez son más los vizcaínos que residen en lugares de baja densidad comercial, en los que hay menos de tres minoristas por cada mil habitantes. El año pasado eran 18.285 personas, casi 7.300 más que en 2019, según los datos del Informe de Estructura del Comercio del Gobierno vasco. Son los residentes de estas localidades testigos de un cambio que, si bien está dejando una cascada de clausuras de negocios de toda la vida, también está revelando que los pueblos plantean otro tipo de opciones comerciales en las que no falta esa fusión de lo clásico con la modernidad.
Richard Alpire Panadería de Fruiz
Hace unos meses que Richard Alpire tomó las riendas de Ogiola Berria, panadería en la que comenzó a trabajar hace doce años. En el local vende apenas una veintena de barras a lo largo de la mañana. Su fuerte son las rutas que realizan él y su hijo de lunes a sábado por los caseríos de la localidad, pero también por otras cercanas como Arrieta, Meñaka, Gamiz-Fika... «Repartimos a unos 200 clientes, y también a bares y a un albergue», detalla. Para llegar a todo, explica, «a las 3.30 horas ya estoy metiendo la primera hornada».
Le gusta empezar pronto con la furgoneta porque algunos clientes agradecen «tener el pan en casa para desayunar». «Los domingos también llevo el pan y el periódico a algunas personas mayores», asegura, aunque su clientela es «de todas las edades».
Iker Herreros 'Grow shop' de Fruiz
«Esta mañana ya han entrado dos veces a pedirme café y pintxo». Es algo que le sucede, de forma habitual, a Iker Herreros, a quien también emplazan a «poner una máquina de tabaco en la puerta». El local en el que está fue un restaurante «hace veinticinco años». Pero ahora ya no. Desde hace ocho alberga la 'grow shop' Hator Enea, especializada en la venta de accesorios y artículos para el autocultivo del cannabis.
Junto a la carretera y un parking, está en un «buen lugar» para que paren los clientes que vienen de fuera. También le compran vecinos de la localidad, «sobre todo tierra para las huertas». En Fruiz, dice, hay opciones para abastecerse. A la ruta del panadero, se añade la del pescadero, y también «un chico que tiene un baserri prepara cestas con verduras» que reparte a domicilio.
Alberto Bermúdez Fotógrafo de Fruiz
Alberto Bermúdez cambió en 2019 su estudio en el bullicioso barrio bilbaíno de Santutxu, en el que tenía varios empleados a su cargo, por la quietud de Fruiz. Este fotógrafo puede desarrollar su trabajo de otra manera. «No me falta, pero controlo mejor mis horarios y estoy más tranquilo», señala. Tomó la decisión cuando el Ayuntamiento instaló la banda ancha, algo «necesario» para él. Recibe a los clientes en su nuevo espacio, un caserío reconstruido en el que la piedra queda a la vista, bañada por luz natural. Tener un negocio en este municipio, en lugar de un hándicap, es para él una fortaleza. Viaja a cubrir bodas -cuando le visitamos hace apenas unos días que ha regresado de Venecia- y, subraya, «desde aquí es comodísimo llegar al aeropuerto».
Fermín Olea Ultramarinos de Maruri-Jatabe
En Maruri-Jatabe, en plena pandemia, el Ayuntamiento decidió convertir de manera temporal parte del gimnasio municipal en ultramarinos, para facilitar a los vecinos la compra de productos de primera necesidad. Lo que iba a ser una ayuda durante unos meses, es ya un establecimiento fijo que fue ampliado el año pasado. Lo atiende Vanesa, aunque el responsable es Fermín Olea, que recuerda que «desde hace doce años o así que se jubiló Miren», no había una tienda de comestibles en este municipio de 1.036 residentes.
El comercio, ubicado en el complejo municipal -bar, piscinas e instalaciones deportivas- permite acceder a «los artículos de primera necesidad». «La gente sigue yendo a Mungia a hacer la compra grande, pero esto es muy cómodo, porque abrimos hasta los domingos», explica Olea, que añade que también se acerca a comprar gente de «Gatika y de Laukariz», donde no hay comercios de alimentación.
En la tienda, de hecho, se encontraba Joana Ortiz, residente en Larrauri, barrio de Mungia en el que «no hay nada». «Hago mucha vida en Meñaka, que tampoco tiene tiendas», expone. Por ello, cuando sale de trabajar en Maruri-Jatabe, suele hacer «algunas compras» en el comercio municipal.
Sheila Basto Bar del hogar del jubilado de Gatika
A escasos 5 kilómetros está Gatika; grande, con 1.642 habitantes, pero «muy repartidos». «Mucha gente vive en caseríos y, ya que tienen que coger el coche, van a Mungia en vez de venir al centro», puntualizan Nerea Arruza y Arantza Egia. Las encontramos tomando un café en la terraza del bar del hogar del jubilado, en el que también es posible hacerse con una barra de pan. Y esa, la diseminación de barrios, es la explicación que dan al cierre «hace unos diez años» del único supermercado del municipio.
Ahora, en la localidad, en la que tampoco disponen de cajero automático, conviven un puñado de negocios hosteleros con una farmacia, una clínica veterinaria... Y unas estanterías del hogar del jubilado hacen las veces de ultramarinos. Un par de botes de tomate, algunos paquetes de pasta, aceite, azúcar, compresas... «Tengo algunas cosas para emergencias», describe Sheila Basto, al frente del negocio hostelero y que decidió dedicar un rincón a ofrecer esos «productos de primera necesidad» después de la pandemia. «Te sacan de un apuro», certifica.
Tania Martín Bisutería de Gatika
Tania Martín va de Gatika a Mungia los viernes en autobús al mercado de baserritarras, donde carga «verduras, carne y pescado». Le gusta comprar a productores de toda la vida. Cuenta, mientras vigila al pequeño 'Jack', un bodeguero de apenas un mes, que ella también vende en ferias. Y a través de las redes sociales. Porque, si a algo han aprendido en los pueblos incluso más rápido que en las ciudades, es a cubrir la necesidad de estar conectados en el mundo, sobre todo si quieres mostrar tus creaciones. 'Arte de Tanita' es su nombre en redes, y lo mismo enseña sus collares artesanales en Facebook que en TikTok. «Para eso sí que está bien internet», reconoce.
La radiografía del comercio vizcaíno ha variado en los últimos años de manera considerable. Si ahora tres de cada diez tiendas, aproximadamente, son de sucesión familiar, hace una década suponían cuatro de cada diez los negocios que pasaban de padres a hijos. Las cadenas van ganando peso en el territorio (alcanzan el 16,8% en Bilbao y el 15,6% en el resto de la provincia) frente a los establecimientos que sobreviven de generación a generación. De hecho, la forma jurídica de estos comercios ha variado mucho desde 2013. Si entonces el 72,7% estaban constituidas bajo el régimen de personas física, este porcentaje se ha reducido en más de diez puntos en los últimos años al entrar en el sector más empresas. También se ha reducido la antigüedad media, de 26 años en 2013 a 23 en 2022.
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