El último cantinero de Bizkaia se resiste a decir adiós
Lecheros en peligro de extinción ·
José Luis Casillas iba para delineante pero le pudo el amor por los animales, «vendo de 60 a 90 litros cada día»Secciones
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Lecheros en peligro de extinción ·
José Luis Casillas iba para delineante pero le pudo el amor por los animales, «vendo de 60 a 90 litros cada día»En la memoria de muchos estará la figura del lechero pasando casa por casa con su cantina rebosante de leche recién ordeñada. La estampa puede verse aún, pero cada vez menos. Según los datos del Gobierno vasco, en la comunidad hay ahora mismo 27 ganaderos ... que venden directamente su producto, 10 de ellos en Bizkaia. De esta decena solo uno reparte su producto sin pasteurizar en cantina. Se llama José Luis Casillas, y con su jubilación a la vuelta de la esquina, y sin relevo generacional, todo apunta a que se trata de una profesión en peligro de extinción.
«La venta ambulante está prohibida. Estuve trabajando de manera ilegal hasta que me convertí en una empresa láctea», recuerda sobre sus inicios Casillas, que tiene su explotación ganadera en Galdakao. Figura en los registros como vendedor en botella, pero se niega a abandonar la cantina. «Analizan la leche cada quince días y paso un control cada mes. Mis compañeros de sector han optado por producir leche pasteurizada, pero mi clientela quiere leche entera, del baserri a su cocina».
Considera que su profesión es muy bonita. «Conoces a muchas personas, a algunos desde hace años. Los clientes saben apreciar mi trabajo y el producto que llevo». Lleva en la profesión desde 1981 y dice sentirse muy querido: «Después de tantos años los clientes se convierten en tu familia, y sufres cuando fallece alguno». Los compradores tienen desde los 30 hasta los 92 años. «Cada vez más jóvenes sienten curiosidad por lo natural, lo de toda la vida». Jose Luis reparte la leche por Galdakao, Usansolo, Basauri, Bedia, Lemoa, Amorebieta e Igorre; no solo a particulares, también a restaurantes. «Vendo al día entre 60 y 90 litros».
Cada día -excepto los domingos- el lechero entra en las casas de decenas de personas para llevarles la leche en una botella de cristal o servirla en una olla, pero en la pandemia el sistema se complicó. «Les pedía que me dejaran la cazuela en la puerta para no ponerles en riesgo». Durante este periodo, algunas clientas le pedían el favor de hacerles la compra: «Son mayores y están solas. Tenían miedo de salir de casa. Me dejaban la lista junto al recipiente y les llevaba lo que necesitaran».
Casillas no se arrepiente de la elección que hizo hace más de 40 años. Delineante de profesión, a los 20 decidió dedicarse a la ganadería comprando el baserri Errekaondo. «Empecé por amor a los animales, pero he aprendido que del romanticismo no se vive. Es un trabajo muy duro». Frente a las constantes acusaciones de los animalistas es conciso: «No tienen ni idea. Un animal que maltratas no produce». Añade que sus vacas viven entre 15 y 20 años, y comen hierba que él mismo se encarga de segar. «Adoro a mis animales, me niego a que digan lo contrario».
Hasta 2015 el ganadero también vendía su leche a las centrales lecheras, pero estas eran «abusivas». «Multiplicaban con añadidos el litro que yo les vendía a un precio vergonzoso». Achaca la decadencia del sector primario a los intermediarios: «Las grandes superficies se forran mientras nosotros estamos cada vez más empobrecidos». Pide que el Gobierno vasco empiece «a controlar» a estas empresas.
Pese a ser un sector que obtiene unos buenos beneficios, estos se ven mermados por los cuantiosos gastos. «Una vez que entras a esta profesión tienes que mantenerte por la cantidad de deudas que acumulas. En casa siempre hemos tenido la regla de no deber más de lo que tenemos». Añade que actualmente los ganaderos resisten gracias a las subvenciones que reciben por bienestar animal y limpieza de terrenos. «Ojalá el precio de lo que vendemos fuera justo y no tuviésemos que vivir de ayudas. Pero nadie nos apoya, ni la Diputación, ni el Estado, ni la ciudadanía. Ignoran el trabajo que hay detrás de los productos que llegan a sus mesas».
Casillas prevé que tarde o temprano la profesión desaparecerá. «Es un sector envejecido en el que ningún joven quiere trabajar por las condiciones laborales. En cuanto empecemos a retirarnos los que quedamos…». El cantinero de Galdakao tiene 62 años y ya vislumbra la jubilación, aunque cree que apostará por un retiro activo. «No pienso decir adiós del todo. El amor por mi trabajo hace que quiera morir con las botas puestas». Pese a tener tres hijos, el relevo generacional no es una opción. «Han decidido dedicarse a otras cosas. Tampoco querría que se metieran en esta profesión, prefiero que tengan una vida más sencilla».
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