Las fronteras se reabrieron ayer para que los vizcaínos pudieran desplazarse a otras comunidades y países, pero también para que el turista vuelva a Bizkaia. Tanto la Diputación como el Ayuntamiento de Bilbao se han volcado en la misión de resaltar los atractivos que ofrece ... el territorio y recuperar en lo posible la presencia del visitante nacional, que lleva años batiendo plusmarcas. En 2019 se rozaron los 1,8 millones de viajeros. Pero el proceso se antoja lento. Esa es, al menos, la impresión que daba ayer la capital vizcaína, donde el buen tiempo animó a mucha gente a pasear y alternar por sus calles. Aun así, resultó difícil encontrar a residentes de fuera de Euskadi.
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La ciudad estrenó aletargada el fin del estado de alarma. La calma sólo se vio alterada por el bullicio de los niños, encantados de recuperar al fin los juegos infantiles después de más de tres meses de clausura. En El Arenal, un músico callejero hacía las delicias de los transeúntes, interrumpido apenas por el silbato del tranvía. Los autobuses casi no se dejaban sentir y circulaban muy pocos coches. La Plaza Nueva recuperaba, entretanto, esa tradicional algarabía que genera el disfrute de los mejores pintxos entre pote y pote. Pero hacía años que no se recordaba un perfil tan autóctono. «¿Que tengo pinta de guiri? ¡Pero si soy del mismísimo centro de Bilbao!», se enojaba un vecino en la terraza del Café Bar Bilbao ante la pícara sonrisa de su esposa. Los pantalones cortos y la gorra bien ajustada inducían al error.
Apenas unos detalles delataban a los pocos recién llegados. Un ejemplo. Entre pintxos y rabas, Nicolas Marotte y sus hijas Ilona y Orlane devoraron una paella y bacalao a la vizcaína. «Venimos desde Versalles y, tras parar cerca de la frontera, esta mañana a primera hora hemos pasado al País Vasco. Estaremos cuatro días, dos para conocer bien Bilbao y otros dos para San Sebastián», contaban. Hacen el recorrido en coche y tienen muy claras las precauciones para prevenirse del coronavirus: «Mascarillas y manos limpias todo el rato».
Igual de tranquilos se mostraban los también galos Pierre Delcamp y Gwendoline Lehenaff, procedentes en este caso de la localidad gala de Anglet. «Si hasta nos sentimos más seguros aquí, porque mucha gente utiliza la mascarilla, incluso para pasear, en Francia no vemos la misma concienciación».
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A las tres de la tarde, el restaurante Patri del Hotel Tayko de la calle Ribera, estaba a rebosar. Pero los empleados reconocían su dificultad para localizar a algún huésped extranjero entre las mesas. «Las reservas comienzan a llenarse, pero poco a poco. ¡Menos mal que viene a comer mucha gente de aquí!», confesaban.
A esa misma hora, Puppy se sentía un tanto desangelado a las puertas del museo Guggenheim. Apenas una pareja procedente de Logroño se sacaba una foto frente a su majestuosa figura. Aunque a la carrera, porque una joven les llevaba escalinatas abajo «que tenemos muchas cosas que visitar». En la cercana oficina municipal de turismo, donde no se puede entrar sin lavarse las manos con gel y llevar puesta la correspondiente mascarilla, no se apreciaba movimiento de visitantes. Tampoco en la sede central situada en la Plaza Circular. La cautela ahuyenta. De momento.
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