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María escondía el alcohol en todas partes, hasta en botes de suavizante que limpiaba y rellenaba con vino, por temor a que su hijo de 9 años los encontrara. Katy mezclaba los tragos con antidepresivos y no podía levantarse de la cama sin su ... dosis diaria. Simona se recluyó en casa, perdió su trabajo y casi a su familia que la veía ebria a todas horas. Las tres son madres y alcohólicas, un colectivo que esconde su adicción por el estigma social que supone. Ahora, rehabilitadas y en tratamiento desde hace años, las tres han decidido contar su testimonio a EL CORREO con motivo del Día Mundial Sin Alcohol, que se celebra hoy.
Simona -nombre que escoge ella misma, en referencia a los cartones que consumía a todas horas- tiene 65 años, dos hijas y vive en Bilbao. Se refugió en el alcohol hace diez años: «Tomaba una copa y me sentía bien. Después fueron dos... te da alegría hasta que te enganchas». En su caso la adicción fue rápida, «a lo bestia», hasta que su vida se convirtió en una espiral en la que solo malvivía por y para el alcohol. «Me echaron del trabajo y mi familia solo me veía ebria».
Hasta que en una borrachera, se cayó y se rompió la pelvis. «La doctora me derivó a un psiquiatra, con el que empecé a tratar mi depresión, y después a un grupo de apoyo». Le costó llamar «por vergüenza», pero fue allí, en Alcohólicos Rehabilitados de Santutxu, donde se recuperó. «Una sola no sale de esa situación», destaca. Ahora lleva ya diez meses sin probar el alcohol y no se pierde una sola reunión. «Antes siempre estaba amargada y te dejas, ahora he recuperado la alegría, aunque aún hoy me gusta pensar que solo lo sabe mi familia».
La Asociación La Cruz de Oro supuso una nueva vida para Katy, de 59 años y vecina de Santurtzi. Ahora celebra el 5 de mayo como si fuera su cumpleaños, «la fecha en la que salí de un infierno terrible». Recurría al alcohol para todo y necesitaba un chupito para poder levantarse de la cama. «Mezclaba la bebida con antidepresivos y olvidaba muchas de las cosas que hacía». La cara de su hija, la mayor, era el espejo en el que leía lo sucedido el día anterior, «eso era lo peor», asegura. Ella pidió acudir a un grupo de apoyo de Bilbao, porque no quería que nadie en su pueblo lo supiera. «Mucha gente cuando ve a una mujer que ha bebido, piensa que son putas o borrachas. Es puro desconocimiento, lo hacen incluso las propias mujeres».
María, de 66 años y natural de Santurtzi, también prefiere guardar el anonimato. Empezó a beber cuando su primer hijo tenía 5 años. «Probé con un marianito y me gustó. Mi marido trabajaba fuera de casa entre semana y yo aprovechaba para beber cuando me quedaba sola». Escondía la adicción de sus hijos y llegó a rellenar botellas de suavizante con vino. «Guardaba botellas hasta en la cisterna del váter», confiesa.
En incontables ocasiones prometió a su familia que nunca más volvería a beber. «Les mentía. A día de hoy, mi hijo me sigue llamando cada semana para saber si he ido a la reunión de Alcohólicos Anónimos». Consiguió recuperarse, pero con el alcoholismo no se puede bajar la guardia: «Hace cinco años tuve una recaída, pero tengo claro que no quiero volver a beber. No cambio el peor día de ahora por ningún día de alcohol».
Las mujeres suponen casi un 30% de las personas tratadas por adicción al alcohol. «Ellas lo viven con más vergüenza y el estigma social es mayor», destaca la psiquiatra Idoia Larrañaga, del Centro de Salud Mental Ajuriaguerra. En su opinión, normalizar esta adicción sería dar un paso adelante: «Que la gente vea el alcoholismo como una enfermedad más, no como un vicio».
«Vivía por y para él, no me preocupaba por mí. Era un agobio constante», dice Maite, de 56 años. Su marido bebía ya desde novios, pero al casarse se dio cuenta de que aquello no era normal. «La casa era un caos y hacía daño a todos a su alrededor», en su caso, a ella y sus dos hijas. Cuando murió su hija mayor, Maite acudió a Al-Anon, grupo de ayuda para amigos y familiares de personas alcohólicas. «Aprendí a tomar decisiones y a cuidarme, mi vida cambió completamente», destaca. Se separó de su marido, que a día de hoy sigue siendo adicto. «Me di cuenta que no puedes cambiar a nadie. Él es el único que puede salir de esa situación».
El departamento de Salud y Consumo del Ayuntamiento de Bilbao apoya económica y técnicamente a las organizaciones que trabajan en la villa. «Es un problema que afecta a toda la familia, por ello intentamos que haya una ayuda integral», destaca la concejala del área, Yolanda Díez. En el caso de las mujeres alcohólicas, «antes lo sufrían en casa, ahora cada vez rompen más esa barrera de la soledad». Los grupos de apoyo funcionan como una red en la que lo importante es asumir que existe una enfermedad. «Hay que hablar de esperanza y de que existe una salida, sin estigmatizar», enfatiza la concejala.
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