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Hay momentos especiales que solo se viven una vez en la vida. Conseguir mesa en el que está considerado como el cuarto mejor restaurante del mundo es una suerte. Celebrar un décimo aniversario de boda con la persona que amas también es para considerarse afortunado. ... Pero lo que tiene viajar en avión es que, a veces, esta magia que se lleva meses condensando en el ambiente salta por los aires en un fatídico segundo. Fue lo que le sucedió ayer al catalán Borja Molina. Este hombre tenía mesa para las 13.30 horas en el Asador Etxebarri de Atxondo pero el avión que le tenía que traer a Bilbao junto a su esposa, Patricia, y tres parejas de amigos no llego a aterrizar en 'La Paloma' por la niebla.
El vuelo VY1422 procedente de Barcelona se dio la vuelta y tomó rumbo de regreso a la Ciudad Condal a las diez y nueve minutos de la mañana, justo cuando sobrevolaba Amorebieta. Paradojas del destino: allí abajo, a apenas un puñado de kilómetros, aguardaba su mesa. Borja habla con EL CORREO desde el aeropuerto del Prat, todavía cuando no sabe si va a poder llegar en otro vuelo. «Pues es una faena», dice educadamente. «Estamos viendo a ver si el avión vuelve a despegar pero ya lo tenemos muy difícil porque iríamos muy justos de tiempo».
Casualidades de la vida, Borja trabaja en el mundo de la restauración. «Sé lo que es que te fallen los comensales de una mesa. Es un estropicio para el establecimiento», afirma. «Pero hemos hablado con el asador y se han portado de cine, nos han prometido que nos reubicaran en otra fecha y que el adelanto que hice en su momento no lo van a cobrar», apunta. Este tipo de restaurantes 'top' acostumbran a exigir una fianza que suele rondar los 200 euros por persona. «Yo no recuerdo cuánto era, pero si que se trata de una cantidad importante».
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Pese al chasco causado por la inesperada niebla, Borja respira aliviado porque podrán comer otro día en el Etxebarri. «Nos encanta la gastronomía y llevamos mucho tiempo hablando de este momento, que iba a ser muy especial y, aunque tengamos que esperar y seguro que será diferente, pues podremos hacerlo», dice. «Mira tú, en menos de dos horas teníamos que estar en el Etxebarri y aquí andamos en El Prat, donde Vueling nos ha dado un cupón para comer un bocadillo, puede que de queso», decía sin perder el buen humor.
El vuelo VY1422 acabaría cancelado. Borja, su mujer y sus amigos se quedaron en Barcelona. Ya no les merecía la pena ni la espera ni las alternativas ofrecidas. «Lo que más me ha molestado es el trato de la aerolínea, que no nos ha informado de nada. Si lo hubiéramos sabido desde el primer momento nos habría dado tiempo a llegar en coche», se lamentaba a las tres de la tarde, cuando ya supo que no embarcaría.
En ese mismo vuelo cancelado tenía que haber vuelto a casa el bilbaíno Mikel Gómez, un informático que estuvo charlando con Borja y sus compañeros. «Nos han ofrecido volver a Loiu en autobús, pero yo he preferido quedarme. Me parece demasiada paliza. Igual tengo suerte y a ver si a la noche me pueden reubicar en otra conexión, porque hasta el enlace de las nueve dicen que está todo lleno», comentaba. «La verdad es que ha sido un trastorno grande. He perdido todo un día y tengo ganas de llegar a casa, donde me esperan mi mujer y mis dos hijos».
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