Para los profanos, la pesca de la angula está envuelta en misterio. O, más bien, en varias capas de misterio que se superponen y dan lugar a una tradición compleja, singular y fascinante. Por un lado, está la propia escenografía, los hombres con faroles y ... cedazos que se internan por caminos escondidos, en mitad de esa noche oscurísima que ya se nos ha olvidado a los de ciudad, para apostarse en la orilla y buscar con empeño su minúsculo tesoro. Por otro lado, está la voluntad que los mueve a mantener su compromiso con la pesca en madrugadas atroces cuando la lluvia y el frío invitan a aferrarse al calor del hogar en vez de exponerse a la intemperie y la humedad de la ría. Y, finalmente, está la propia angula, el alevín de la anguila, apenas un trazo traslúcido que ha sido capaz de atravesar el Atlántico con el empuje de un instinto indescifrable. Hasta los anguleros hablan de ellas como si tuviesen algo de mitológico y, a veces, no llegan a ponerse de acuerdo sobre los detalles de su vida corta pero enigmática, pero sí coinciden en una cosa: ese brillo de la angula al examinar el cedazo a la luz del farol, como un relámpago que serpentea sobre la malla, es para ellos una preciosa obsesión que heredaron de sus antepasados.
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«Yo empecé hace veinte años. Mi abuelo era angulero y mi madre nació ahí delante», explica Ugutz Rotaetxe mientras señala hacia la otra margen del Butrón, la de Plentzia, que a estas horas es ya un telón negro. Y se queda pensando un momento: «Pero eso no lo explica todo, porque a mis primos no les ha dado por ahí y a mí sí. El angulero tiene que estar un poco zumbado», se ríe. Acaba de anochecer y los anguleros del Butrón hacen su primera salida de la jornada: es lo que conocen como 'probada', una sesión de pesca que les permitirá decidir si repiten luego con la otra pleamar, ya de madrugada, o si el esfuerzo no va a merecer la pena. Aquí, a dos kilómetros y medio de la desembocadura, el mar parece una presencia lejana, pero la marea tiene fuerza todavía para frenar el agua dulce que desciende de las montañas, ese 'aguaducho' turbio y marrón imprescindible para capturar angulas. Ugutz, que ejerce de cicerone para los forasteros, avanza por la orilla derecha del Butrón con el frontal encendido y ni siquiera se oyen sus pasos sobre la hierba húmeda: solo se escucha un coro distante de ladridos, el ulular de los búhos y el rebuzno ocasional de un burro que se cree tenor. En un recodo, como una aparición, aparece un hombre con un farol.
Está en un harresi, uno de los puestos para pescar angulas, que los aficionados pueden 'reservar' dos horas y media antes de la pleamar dejando allí su cedazo y su cubo. «Ayer fue el primer día que vine y cogí ocho angulas. Y hoy, por el estilo», se resigna Antonio Ortega, que tiene la peculiaridad, en este universo un poco hermético de los anguleros, de haber nacido en Sevilla: «Llevo en esto 35 años. La abuela de mi exmujer era muy angulera, y también el abuelo y el aita. Me picó y aquí sigo: suelo venir con mi compañera, somos unos fanáticos. Esto te engancha y te relaja», se justifica. La pesca de la angula tiene una mecánica repetitiva y precisa que se asemeja al ritual: se hace una calada con el cedazo y después se acerca la malla a la luz, en busca del ansiado culebreo. Pero, una y otra vez, el cedazo regresa vacío, por mucho que a los forasteros las escurriduras de agua les hagan ver angulas que no existen. «Yo recuerdo noches de kilos y kilos», evoca Antonio con ojos soñadores. ¿Y eso es imposible hoy? «No tengo ni idea, pero siempre traemos la esperanza. Yo estoy animado, la que no está muy animada es la angula».
Los dos anguleros se despiden con un breve diálogo.
–Dicen que cogieron bien la noche del lunes.
–No hagas mucho caso.
–Que sí, que son de los que no me mienten. Trescientos gramos cogió uno.
Ugutz Rotaetxe
«La verdad ningún angulero dice», sentenciará después Ugutz. En cualquier caso, las legendarias capturas del pasado no solo parecen inviables hoy, tal como está la población de angula, sino que también serían ilegales: la normativa vasca impone un tope de dos kilos diarios, además de prohibir tajantemente su venta. «Habrá casos extraordinarios, pero normalmente coges entre 50 y 150 gramos. Vamos, que estás metiendo el riñón para dos raciones. Pero aquí seguimos. Cuanto peor tiempo hace, más cachondo te pones. Y, si salen cuatro angulas, te pones cachondo del todo. Nuestro cerebro funciona así», comenta Ugutz. Las mejores angulas se capturan entre enero y marzo, pero la campaña de pesca desde tierra ha empezado a mitad de noviembre y se extiende hasta el 31 de enero. Y gracias, porque el año pasado se cancelaron las licencias por culpa del covid, que impedía las expediciones nocturnas. Fue un inesperado golpe a una actividad que peligra desde hace tiempo por los esfuerzos de conservación de la anguila. «Este año hemos constituido la Euskadiko Angulero Elkartea y hemos conseguido las licencias en una lucha brutal. Somos los únicos anguleros de pesca recreativa del mundo y no entendemos por qué a los profesionales les permiten una cantidad monstruosa, 60 toneladas en Francia, que aquí no hemos pescado ni en la época de mi abuelo. Nosotros tenemos una incidencia mínima en la pesca de la angula en el mundo», insiste.
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«A mí, volver a tener la licencia este año me ha dado vida. ¿Qué voy a hacer, mirando tele voy a quedarme todo el día?», plantea Elías Arostegi, una institución en esta cuenca, que sigue fiel a sus citas nocturnas con la ría. Elías se ha traído una pequeña hoz, para adecentar el harresi, y sigue iluminándose con el viejo farol de antaño, con una vela dentro: «Cuando empecé, se usaba esto, no había los trastos de butano que traen estos pijos. Este me lo hice yo, a lo mejor tiene 40 años, y con él acabaré ya». ¿Y cuándo empezó? «Tenía 17 años y ahora tengo 80, así que conozco bastante bien esto. Mi difunto padre y los hermanos andaban en ello y yo empecé por necesidad, porque no tenía una peseta ni para bajar de Gatika a Mungia. Luego ya me puse a trabajar de albañil, pero seguí con esto». Aparte del año pasado, solo había faltado una temporada, cuando hizo la mili («en Garellano: cerca, sí, pero había que estar allí»), y encadena historias como la de aquella noche mágica en la que capturó más de ocho kilos, o cómo saludaba de orilla a orilla al abuelo de Ugutz, Tomás 'Sitze', que calaba en el otro lado, o aquellas veces que se presentaba a jugar de defensa en el Sondika sin dormir apenas tras una madrugada de angulas.
–¿Y ya jugaba bien?
–Bien, bien... En regional no se jugaba bien.
Elías se refiere a las angulas a la manera tradicional, como 'granos'. «Ayer, a esta hora, llevaba veinticuatro granos. Y a la noche otros veinticuatro, ocho en la campa y dieciséis en la escalera», va repasando harresis, mientras cala sin descanso con el cedazo. «Habiendo angula, cuatrocientas caladas ya damos en una noche». Y, de pronto, ahí está: la luz vacilante del farol delata un movimiento furioso en la malla. La angula intenta superar ese obstáculo imprevisto en su obsesivo avance, pero Elías inclina el cedazo y el pececillo cae al balde sin dejar de sacudirse. A los anguleros les sigue ilusionando el famoso culebreo, de una manera que podríamos considerar desproporcionada, casi infantil: «Esto es lo más grande que hay. Y, cuando llevas diez o doce en el cedazo, ni te cuento», sonríe Ugutz, mientras el veterano Elías hace varias caladas seguidas para aprovechar la racha. En total, reúne ocho angulas que serán la captura completa de la 'probada'. ¿Cuántas habría que reunir para que venir aquí merezca de verdad la pena? «Hombre, cien gramitos ya harían falta. Pero para Navidad ya haré el kilo».
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Aritza Martínez
Preguntar a los anguleros por qué lo hacen tiene su punto cómico, porque todos se encogen de hombros como si los moviese una fuerza superior. La excepción es Aritza Martínez, que responde al momento: «Después de todo el estrés del trabajo y de las hijas, que ni durmiendo consigo descansar, esto es lo único que me relaja de verdad, aunque el balde esté vacío. A veces, lo más importante es el bocadillo. Si no cojo más que siete o diez angulas, las vuelvo a tirar: ¿para qué las voy a matar, si a lo mejor mañana no vengo y ya no sirven para nada? Muchas veces las echo por encima de la presa, para que sigan hacia arriba», aclara. Con 45 años, Aritza está entre los más jóvenes de esta comunidad, para la que ya no se conceden nuevas licencias. ¿Son los últimos anguleros? «Yo voy a seguir hasta que me muera», zanja. Y Ugutz se revuelve, un poco incómodo ante la etiqueta: «Vamos a pelear todos unidos para que esto se mantenga siempre. ¡La tradición tiene que seguir!».
Han pasado un par de horas y los anguleros se van retirando, como fantasmas que atraviesan el bosque. La 'probada' no ha dado para muchas alegrías: ocho angulas uno, diez otro, apenas unos garabatos en el fondo de los cubos. Pero al final siempre se impone el misterio.
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–Tal como ha ido la cosa, ¿de madrugada no vendrán ya, no?
–Yo creo que sí. Nunca sabes...
«La pesca profesional de angula no existe en Euskadi, solo la recreativa», recuerdan desde el Gobierno vasco, que ya no concede licencias nuevas y solo renueva las ya existentes en caso de que el beneficiario lo solicite. Los permisos para pescar desde tierra, que en la temporada de 2019-2020 fueron 719, no van a pasar esta termporada de 660: la cifra definitiva no se conoce aún, porque queda plazo para alguna renovación más, pero ese es el número de pescadores que presentaron su cuaderno de capturas de la última campaña, una condición indispensable si se quiere mantener la licencia. A ello se suman los permisos de pesca desde embarcación, que rondan los 70.
«Está muy regulado y controlado. Tramitamos las licencias, hay un tope de pesca, es para autoconsumo, se hacen inspecciones y se ve que la gente que se dedica a esto lo está haciendo bien. Para diciembre hay una propuesta en una comisión europea en la que se solicita la pesca cero. En su caso, tomaremos las medidas que sean obligatorias, pero ahora estamos igual que hace dos años», explican en la viceconsejería de Agricultura, Pesca y Política Alimentaria.
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