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terry basterra
Domingo, 11 de agosto 2019, 00:30
Es el comentario generalizado que más se escucha entre los bañistas de las playas vizcaínas este verano: «¡Qué caliente está el agua!». Y no les falta razón. Pero no es una impresión personal subjetiva. El agua de nuestros arenales está a una temperatura superior a ... la de otros veranos. Los 22 grados que marcaron muchos de ellos el pasado julio, según las mediciones diarias de la Diputación, suponen un grado más que los valores medios alcanzados en el mismo mes de 2018. Y eso que aquel fue el julio con el agua más cálida desde 1947, primer año en el que se comenzaron a recoger estos datos en Euskadi. Pero lo de estos dos últimos veranos no es algo aislado. Es una tendencia al alza que se mantiene constante desde la década de los 80 y que ha hecho que los científicos lancen la voz de alarma.
Los expertos de Azti y de la UPV coinciden en que el cambio empezó hace cuarenta años. Fue entonces cuando comenzaron a constatar que el agua más próxima a la superficie mantenía un aumento de temperatura constante. Pese a que había años más fríos y otros más cálidos, el incremento registrado por década desde entonces es de 0,24 grados, un ascenso que hay que atribuir a las temperaturas que se alcanzan en verano. Y las olas de calor cada vez más frecuentes tienen mucha culpa de ello. Aquellos picos de 22 grados a los que se llegaban años atrás a mediados y finales de agosto -época en la que el agua alcanza su mayor temperatura- han pasado a ser un valor habitual. Ahora, las máximas que se esperan alcanzar en menos de dos semanas son los 24 en Bizkaia y los 25 en la costa guipuzcoana, más propias del Mediterráneo que del Cantábrico.
Estas diferencias de uno o dos grados pueden parecer pequeñas para el profano, pero tienen un gran efecto sobre la fauna y la flora marina. En algunos casos con consecuencias devastadoras. No es una advertencia. Es la realidad que viven las praderas submarinas vizcaínas. Los campos de algas rojas conocidas como 'Gelidium' -tan frondosos en nuestras costas en el pasado- se han convertido en muchos casos en páramos. Con su pérdida también han desaparecido los ricos ecosistemas que generaban. Pulpos, lubinas, julias, estrellas de mar o crustáceos eran algunas de las especies que encontraban en esta vegetación marina uno de sus lugares habituales de abrigo.
«El declive es generalizado en toda Bizkaia. Los campos de Kobaron están arrasados, igual que los de Ea, Bakio o Lekeitio. Los que mejor aguantan son los del entorno de Gorliz y Ogoño», explica José María Gorostiaga, profesor de Botánica de la UPV/EHU y expertos del grupo de investigación Bentos Marino de la institución académica.
La decadencia de esta alga que crece a profundidades de entre tres y doce metros comenzó a detectarse en 1997. Quince años después lo que se encontraron estos expertos al volver a sumergirse para monitorizar las mismas zonas «fue desolador». Las praderas habían desaparecido y apenas quedaban matojos de una planta marina muy valorada por la industria alimenticia y cosmética. Gorostiaga y su equipo acaban de bucear de nuevo en Kobaron y no han visto allí signos de recuperación en estos últimos seis años. También forma ya parte casi del pasado aquellas imágenes de tractores en nuestras playas recogiendo en septiembre y octubre grandes acumulaciones de lo que también se llamó 'oro rojo', arrastrado por los temporales para venderlo después a las empresas, que lo convierten en el extracto conocido como agar-agar.
«Las algas son organismos muy sensibles a los cambios y el agua de la costa vasca cada vez se parece más a la del Mediterráneo», apunta este experto. No es una exageración. Desde hace semanas la temperatura del agua en la costa malagueña oscila entre los 21 y los 23 grados, como en Bizkaia. Pero el calentamiento de la capa superior del Cantábrico no es el único motivo que está detrás de la merma del 'Gelidium' y de otras plantas marinas, como las laminarias o fucales, que encuentran en zonas más frías del litoral asturiano y gallego el lugar para pervivir. Hay que sumar el aumento de la radiación solar por la menor presencia de nubes y la disminución de las lluvias, que a su vez conlleva un menor aporte de los nutrientes que son arrastrados por los ríos vizcaínos.
El calentamiento del mar tiene más efectos. Mientras hace que especies tradicionales de nuestros fondos desaparezcan, propicia la llegada de otras originarias de latitudes lejanas. Ya se han detectado algas calcáreas propias de las Islas Canarias en nuestros fondos. Lo mismo ocurre con la fauna. Hay constatada la presencia de peces ballesta, globo o voladores.
Por contra, el verdel cada vez está más lejos. Desde 1992 ha desplazado su zona de puesta 16 kilómetros al norte. Busca aguas frías. Los estudios realizados por Manuel González, Almudena Fontán y Guillem Chust, investigadores de Azti expertos en cambio climático, detallan también cómo el bonito adelanta cada año su llegada al Golfo de Bizkaia. Porque el calentamiento oceánico no es algo exclusivo del Cantábrico. Es un fenómeno global que ha hecho, por ejemplo, que muchas de nuestras especies comunes tengan cada vez mayor presencia en el Mar del Norte. Ocurre con el chicharro, el lenguado o el rodaballo. Y se prevé que suceda lo mismo con los túnidos en las próximas décadas. Este incremento, según los investigadores, va a tener un efecto negativo sobre la población de la anguila, pero «puede ser positivo para la anchoa».
González, Fontán y Chust sostienen que «la temperatura del agua del mar es un buen indicador del cambio climático porque acumula parte del calor atmosférico». A este fenómeno atribuye también Gorostiaga otro hecho que le alarma y que estudia el equipo del que forma parte. «Se ha frenado la recuperación ambiental del Abra y no es debido a que sus aguas no estén más limpias».
20º Ea es la playa de Bizkaia que valores más bajos ha dado esta semana.
22º Gorliz es uno de los arenales de Bizkaia que registra valores mediterráneos.
El sur, más cerca Las mediciones en algunos puntos sonmuy parecidas a las de la costa de Málaga
Efectos Especies como el verdel se alejan en busca de aguas más frías y llegan otras propias de Canarias
26,5 grados fue la temperatura máxima que se alcanzó en las aguas del País Vasco. Fue en 2003 y la medición se hizo junto al Aquarium de San Sebastián. La ola de calor de aquel año se llevó la vida de 300 vascos, la mayoría enfermos crónicos.
El invierno y el verano La temperatura del mar en superficie varía mucho entre las estaciones en Euskadi. En febrero es frecuente que se registren valores de 11 grados, mientras que en agosto se llegan al alcanzar los 24 y 25. La temperatura media anual fue el año pasado de 16,2 grados.
1.194 personas sufrieron las picaduras de salvarios en las playas vizcaínas durante el pasado verano y 108 las de medusas.
Récord de bañistas El de 2018 fue el verano que más bañistas acudieron a las playas del territorio. Según los datos de la Diputación, entre junio y septiembre los arenales registraron 3,5 millones de usuarios, un 28% más que el mismo periodo de 2017.
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