Uno de los jóvenes sube a la zona donde pernocta, repleta de diversos enseres, antes de que ese espacio desaparezca. Ignacio Pérez

Los sin techo del Arenal se quedan sin techo

El Ayuntamiento reforma los accesos al parking en los tinglados para evitar que personas sin hogar pernocten sobre las estructuras de madera

Domingo, 29 de septiembre 2024, 00:39

Sobre esa especie de cajón de madera de un par de metros de alto sobresalen una lata de Kas limón, una bolsa de plástico arrugada, el montículo que forman dos rodillas dentro de un saco de dormir azul, una mano inerte y limpia, los cordones ... de unas zapatillas que cuelgan. «¿Hola?». Silencio. Toc, toc. Silencio.

Publicidad

«Pensaban que eras policía», explicaría minutos después Hamza. «Nosotros también lo pensamos cuando te acercaste». Está con dos amigos, dos hermanos turcos como él, sentados los tres en unos bancos próximos al puente del Ayuntamiento, junto a los tinglados del Arenal. Frente a la primera de las entradas al parking. Ahí, sobre esa estructura de madera, dormían ellos también.

Ya no lo hacen porque el Ayuntamiento ha recrecido el módulo hasta llegar al techo para evitar precisamente que las personas sin hogar que pernoctaban ahí sigan haciéndolo. Esa misma actuación se va a replicar en los otros dos accesos al parking que están en los tinglados. En el último, el más próximo en dirección al Arriaga, era donde ayer a media mañana aún reposaban los chicos que se intuían en las primeras líneas de este texto.

Hamza y sus dos amigos no afrontan con dramatismo la situación, posiblemente porque está lejos de ser el mayor revés que han sufrido. ¿Qué harán ahora? «Irnos a otro sitio», dicen como si nada en un español levemente comprensible. Enseñan los papeles sellados por el Servicio Municipal de Urgencias Sociales (SMUS) donde se certifica que la primera atención que recibieron fue en diciembre del año pasado. No tienen pasaporte.

Publicidad

Esta obra para acabar con lo que se entiende como «puntos negros» está siendo ejecutada por el Área de Movilidad y Sostenibilidad porque se hace en un parking. «Nos lo pidieron las áreas de Seguridad Ciudadana y de Acción Social», explica Ignacio Alday, director en el departamento liderado por Nora Abete. Se trata de una maniobra motivada por las quejas de algunos vecinos y usuarios del aparcamiento.

Es cierto que a menudo la zona olía a pis y a rancio, y que la presencia de jóvenes sin hogar generaba inquietud en alguna gente. «Era un punto negro que estamos eliminando». Dice Alday que la obra, colocar los cajones de madera que lleguen hasta el tejado de los tinglados y cieguen esos precarios dormitorios, costará «63.000 euros» y el tajo se prolongará durante dos meses.

Publicidad

Además, la reforma ha tenido que recibir las bendiciones de varias instancias. «Hemos ido a Patrimonio para validar el diseño» de las nuevas estructuras, «y también a Surbisa» por tratarse de una actuación en el Casco Viejo. Al final, se trata simplemente de encajar «unos cubos de madera que no tienen impacto» estético en la zona, tan tradicional y protegida.

«Nos iremos a otro sitio», se limitan a decir los jóvenes afectados por una medida que se tomó tras las quejas vecinales

Una silla de ruedas

A los vecinos, mayoritariamente, no parece haberles disgustado la medida. Un hombre se toma una lata de cerveza junto a la ría. «Llámame Zipi, que soy rubio». Zipi vive ahí al lado desde hace más de dos décadas y dice que a menudo llega la Policía y hace bajar a los jóvenes. «Les registran para ver si han robado». No le extraña porque en el supermercado donde compra la cerveza y en otros comercios más aseguran que «están bastante hasta los cojones de que entren y se lleven de todo». ¿Los chicos que pernoctan ahí? «No sé sin son ellos u otros. Yo no soy juez. Bastante tienen con lo que tienen, con vivir de esa manera». Señala a un hombre que camina con bastón. «A ese le dio un ictus y viene a pasear todos los días. Que te cuente lo que pasó».

Publicidad

Le llama y el señor se acerca. Dice que se llama Pedro. «Veo bien esto que están haciendo para que no venga gente a dormir aquí», se presenta. También vive en el barrio y suele llegar hasta la orilla de la ría con su silla de ruedas motorizada. La deja junto a unos bancos para seguir caminando, con dificultad, ayudado por un bastón. «El otro día uno de esos chavales a punto estuvo de llevarme la silla de ruedas. Lo vi a tiempo. Le grité, 'eh, que es mía', y la dejó. Dijo que pensaba que estaba abandonada y que la iba a vender como chatarra. Hay que joderse». ¿Era una de las personas sin hogar que pernocta allí? «No sé si dormía aquí, pero era uno de ellos».

Ya se ve que la situación es compleja. Los servicios sociales municipales llevan años quejándose de que Bilbao, como efecto de la crisis migratoria, acoge a muchas más personas sin hogar de las que le corresponden y están saturados. Conchi, paseante habitual, no sabe muy bien qué pensar sobre el asunto. «Es verdad que a veces huele mal, pero me da vergüenza quejarme de gente que tiene que vivir de esta manera».

Publicidad

«Llevamos años perfeccionando la arquitectura hostil»

«Llevamos años perfeccionando la arquitectura hostil», se duele Gema Orbe, responsable del área de personas sin hogar de Cáritas Bizkaia. Se refiere a que Bilbao, igual que casi todas las ciudades, cada vez idea más soluciones para cerrar el paso a la gente que duerme en la calle. Lo de los tinglados del Arenal es sólo el último episodio, que afecta a un lugar, eso sí, con bastante atractivo para este colectivo por ser un emplazamiento «en el centro, escondido y cubierto».

¿Qué es eso de la arquitectura hostil? Hay muchas manifestaciones. Por ejemplo, «los pinchos que ponen los bancos en ciertas zonas para que la gente no pueda tumbarse, o las repisas exteriores inclinadas para que no se puedan sentar». Eso, en entornos privados. En cuanto a actuaciones públicas destaca que «cada vez se instalan más asientos individuales, en vez de bancos corridos» para evitar que la gente se tumbe.

Eso tiene un efecto algo pernicioso porque los parques y paseos se convierten «más en lugares de paso que en puntos de encuentro». De manera que los espacios para relacionarse se trasladan, a su juicio, a lugares privados, como son «los centros comerciales».

En estos momentos, explica, en Bilbao hay más de 500 personas viviendo en la calle. En realidad, estas son las que se encuentran «en espacios seguros, donde podemos contabilizarlos». Porque hay más. Son aquellas que se cobijan «en chabolas en las afueras». Por ejemplo, en la zona de Miraflores. También en lonjas y pabellones como los de la isla de Zorrozaurre.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Accede todo un mes por solo 0,99€

Publicidad