Las mejoras en seguridad duplican el número de mujeres taxistas en Bilbao

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IGNACIO PÉREZ

Las mejoras en seguridad duplican el número de mujeres taxistas en Bilbao

184 conductoras de toda España se reúnen en la ciudad para compartir experiencias

Viernes, 11 de enero 2019

La capital vizcaína recibió ayer a 184 mujeres taxistas de distintas ciudades de España, que durante dos días han decidido compartir experiencias sobre su profesión y, especialmente, en torno a las medidas de seguridad en que deben desenvolverse. En una capital donde los profesionales del sector han puesto en marcha la singular iniciativa de esperar a que las clientas entren en el portal de sus casas durante las madrugadas con el fin de evitar agresiones machistas, las taxistas reconocen que su «miedo» es el mismo que padece «cualquier trabajadora» y coinciden en que los adelantos tecnológicos han mejorado los niveles de protección. En Bilbao, de hecho, el gremio atribuye a estos avances que el número de mujeres al volante se haya duplicado desde 2010.

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Las cosas están cambiando a bastante velocidad, pese a que se estima que el 95% del sector lo componen hombres. En la capital vizcaína hay 34 conductoras de taxi (el 4% de las 774 licencias) y otras dos están en trámites para incorporarse a la profesión. Eso supone más del doble de las que se contaban hace ocho años, cuando únicamente había 15. Hasta hace relativamente poco las paradas eran territorio totalmente vetado para ellas y no fue hasta 1983 que apareció la primera mujer taxista en la villa, Flori Díez. Ella sí que tuvo que aguantar a compañeros «carcas» que le hacían de menos, según aseguraba en una entrevista a este periódico cuando se jubiló hace unos años. Entonces sí eran tiempos duros.

Ahora han cambiado las mentalidades. Pero, además y fundamentalmente, ha cambiado la tecnología, insiste el colectivo en Bizkaia. ¿De qué estamos hablando? De que hoy en día los vehículos incorporan dispositivos mediante los cuales desde la central se puede escuchar lo que ocurre en su interior. Todos están geolocalizados, y el conductor o conductora puede dar la alerta de que algo malo ocurre sin que el pasajero se entere. «También estamos estudiando la posibilidad de instalar cámaras para casos extremos», explica el presidente de los taxistas vascos, Borja Mussons. Sin embargo, esa iniciativa presenta más dificultades debido a las limitaciones que impone «la normativa de protección de datos».

Una vida en 22 minutos

Que Bilbao sea una ciudad razonablemente tranquila también ayuda. «Yo nunca he tenido ningún susto serio», toca madera Begoña, que lleva 16 años conduciendo por la ciudad. «Claro, haces una criba, miras a quien coges... Pero, al final, te la acaba liando el que mejor pinta tiene». Además, hay medidas básicas de prudencia. «Tienes una forma diferente de trabajar que los hombres. Por ejemplo, no se me ocurre ir por la noche a Zabalburu o a Corazón de María», dice Olga Sampelayo, protésico dental que se reinventó hace dos años como taxista.

Hay un elemento fundamental en el que coinciden todas a la hora de explicar por qué mantienen la tranquilidad en el trabajo: «Los compañeros nos arropan mucho». Sampelayo recuerda una anécdota reciente, cuando se subió en su coche «un hombre de dos metros, enorme», en una parada. Entonces, el taxista que tenía detrás salió y la siguió hasta que comprobó que estaba todo bien. El caso demuestra dos cosas, que hay solidaridad y que hay estereotipos. «Resultó que aquel cliente era encantador. Había venido de Cabo Verde porque allí había conocido a una turista vasca. Como al principio vivió durante tiempo en un pueblo de la Gipuzkoa profunda aprendió euskera antes que castellano. Tenía dos hijas nacidas aquí. Ahora estaba esperando a jubilarse para regresar a su país y hacerse una casita de barro. Era majísimo».

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Todo un repaso a su biografía, ¿no? «En un servicio de 22 minutos, como fue aquel, da tiempo para que una persona te cuente toda su vida. Es lo que más te llega y te llena de esta profesión».

A ver, tampoco es cuestión de pintarlo todo color de rosa. «Pues claro que a veces pasamos miedo», admite Silvia Hospital, taxista, hija de taxista, hermana de taxistas, prima de taxistas, cuñada de taxistas... Toda una saga. ¿Por qué? Pues responde lo evidente: «¿Por qué no?» Vale. Volvamos a los sustos: «Lo que pasa es que a veces te funciona más la cabeza que lo que de verdad te ocurre. Estás alerta. Como cuando te llega uno más borracho de la cuenta y te pregunta, '¿no tienes miedo?'. ¡Pues ahora sí que lo tengo!».

Pueblo y ciudad

Es normal. En un mundo en el que las agresiones y los abusos machistas siguen lejos de erradicarse, en el que hay mujeres que se ponen alerta por el solo hecho de compartir ascensor con un desconocido, es una cuestión delicada. «El otro día llevé a un joven hasta Miranda de Ebro. Como siempre que hago viajes tan largos, le cobré los 140 euros por adelantado. Pero, claro, vas en tensión. Y, al final, como casi siempre, no pasa nada», dice Ana.

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Eso sí, hay muchas diferencias entre cómo se trabaja en los pueblos y en las ciudades, y entre las grandes urbes y las pequeñas. «No tiene nada que ver», certifica Miriam Martínez, profesional que trabaja en Barcelona. «Yo ya sé lo que es que te pongan una mano en el cuello y una jeringuilla en el costado». Poco que ver con la vida en ciudades como Zaragoza, donde Ana Soler, la más veterana del grupo -con 25 años al volante-, siempre se ha sentido a gusto. «No he tenido problemas y siempre que lo he necesitado los compañeros me han ayudado».

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