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«Nos sentamos sobre la maleta mientras seguíamos haciendo cola en el exterior del aeropuerto. Pusimos el móvil para ver las campanadas. Nos daban ganas de llorar». Patxo asegura que nunca olvidará el modo en el que entró en este 2023. «De verdad que fue ... muy triste». Este hombre natural de Zalla fue uno de los aproximadamente cien pasajeros que en la pasada Nochevieja se quedaron tirados en Loiu al filo de las uvas por la escasez de taxis y porque Bizkaibus dejó de prestar servicio sobre las 21.00 horas. «No teníamos manera humana de salir de allí», cuenta, indignado.
Jon Ordoiza es otro de los afectados. Este vecino de Getxo relata «la desesperación» e «incertidumbre» que vivieron todas estas personas, en el exterior de «una terminal fantasma», sin que nadie se hiciera cargo de su situación. «Llamamos a todas las compañías de taxi de Bizkaia. Y no recibimos ayuda alguna. Nos decían que tenían derecho a cenar con sus familias. También nos pusimos en contacto con la Policía Municipal de Bilbao y la Ertzaintza. Nadie se interesó por lo que nos pasaba. Había personas mayores, enfermos que necesitaban insulina, niños... ¿Dónde queda el servicio público?», se pregunta.
Todo comenzó al filo de las diez de la noche. Entre las 22.01 y las 22.19 horas aterrizan en Loiu cuatro aviones procedentes de Munich, París, Málaga y Sevilla. Son más de 600 personas las que desembarcan de estas aeronaves. Se producen escenas emotivas en el exterior de la terminal: familias que se reencuentran, besos, abrazos... Pero también hay muchos pasajeros a los que nadie les ha ido a recoger.
De Loiu sólo se puede salir de tres maneras: mediante un taxi, el Bizkaibus o cogiendo un Uber. Al filo de las diez y media, hacía tiempo ya que no había autobuses. Y los taxis y Uber (estos últimos terminaron alcanzando un precio astronómico) eran un bien escaso. «Funcionaban solo tres taxis. Iban y venían pero en la cola estábamos desde el principio unas 70 personas», cuenta Jon. La situación se volvió todavía más insostenible cuando empezaron a incorporarse los pasajeros del último vuelo del día, el de Gran Canaria, que tomó tierra en 'La Paloma' a las 23.08.
«Allí nos juntamos gente de todo tipo», afirma Patxo. «Desde turistas que venían de fuera a pasar el fin de año a Bilbao hasta familias que regresaban de vacaciones o una pareja de inmigrantes que viven aquí solos y que llegaban de ver a sus padres en Bolivia».
En este contexto, los pasajeros comenzaron a organizarse. «Lo único positivo fue que no hubo apenas tensión y nos empezamos a autogestionar», explica Jon, que viajaba con su mujer, su hijo y un perro. «Fuimos cuadrando los destinos por pueblos o barrios para intentar aprovechar al máximo las plazas de los taxis y los Uber».
«Estos últimos -cuenta Jon- llegaban a cuentagotas y, al final, pedían precios disparatados, hasta 96 euros por ir a Getxo». Finalmente, Jon y su familia tuvieron la fortuna de comerse las uvas en casa, llegaron unos minutos antes. «Pero hubo muchísimas personas que no corrieron nuestra misma suerte porque nosotros estábamos al principio de la cola. Cuando salimos de allí, sobre las once y media, había por lo menos medio centenar de pasajeros aún tirados y estaban incorporándose los de Gran Canaria».
¿Tienen los taxistas la obligación de trabajar al filo de la medianoche en Nochevieja en el aeropuerto? ¿Hay algún número mínimo de profesionales que tienen que estar activos? «No, pero siempre damos servicio», explica Jon Arguiarro, presidente de los taxistas de Loiu. «De hecho, se tardó un tiempo en sacar a los clientes, pero nadie se quedó allí», añade.
Arguiarro afirma que hace un tiempo ya alertaron de que esta situación se podía dar. Hablaron con el director del aeropuerto, pero asegura que no se tomó ninguna medida. «Antes, los últimos vuelos de Nochevieja llegaban sobre las ocho, pero ahora lo hacen mucho más tarde y todos tenemos derecho a estar con nuestras familias», apunta como primer factor a tener en cuenta.
El segundo problema, a su juicio, es que no hay Bizkaibus. «Nosotros estamos dispuestos a establecer un retén especial para estos casos, pero también es verdad que hay otros servicios públicos, como los autobuses, que cierran mucho antes que los taxistas. Todos tenemos que poner de nuestra parte», insiste.
Para Jon Ordoiza, la imagen que «dimos el otro día fue nefasta, de provincianos». «Esto no pasa en ninguna ciudad de Europa y tampoco de España. Nos estamos quedando atrás como sociedad. No nos estamos adaptando a un entorno cambiante», lamenta. Jon nunca olvidará «la angustia» que vio en esa cola para coger un taxi, «que no deja de ser un servicio público».
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