«Hemos tardado diez años en ver el efecto de las pantallas»

La primera de ellas, explica Ormazabal, es que el móvil tiene «una relación directa» con los problemas actuales de salud mental, tanto en adolescentes como en la población en general. Aunque «no es el único elemento» a tener en cuenta, sí es «uno de los más importantes». Lamenta, en ese sentido, que «haya tenido que pasar una década para que nos empecemos a dar cuenta de los efectos» de las pantallas. El reto, no obstante, es compartido. «La responsabilidad es de toda la sociedad», asegura, «no de los colegios, ni de los profesores, que muchas veces tienen que hacer de policías, ni mucho menos de los propios adolescentes». «Durante años simplemente les hemos dado una herramienta muy potente y no les hemos enseñado a manejarla ni a gestionar sus efectos», explica.

En su opinión, la reacción tiene que venir «de las familias», como está sucediendo con multitud de iniciativas que buscan proteger a los menores de los efectos adversos de los móviles. «Hay mucha preocupación», reconoce. Espera que el impulso de padres y madres llegue pronto a las instituciones -algo que «ya está empezando a suceder», se felicita- para que asuman su cuota de responsabilidad. «No somos antidigitales. Sólo pedimos regulación», indica. Desde esa perspectiva, lamenta que «es una pena» que Educación haya renunciado a establecer una normativa común sobre el uso del móvil en los colegios.

Uno de los objetivos que persigue ZEOS es «concienciar» a las familias para que reflexionen sobre «qué momento es el adecuado» para dar el móvil a sus hijos. Cada vez hay más presión para retrasar la edad hasta los 16 años, pero eso no significa que los menores no tengan contacto con el móvil y las redes sociales antes. «Pueden utilizar el teléfono de los padres». La clave, resume, es darles las herramientas para manejarse en un entorno digital dominado por las grandes corporaciones «que buscan el beneficio a costa de las debilidades» de los adolescentes.