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SERGIO GARCÍA
Martes, 31 de julio 2018, 12:48
Ocurrió hace tres años, después de un bolo en Asturias. Laura salía del hotel cuando resbaló y cayó por las escaleras. Ese mismo día actuaban en Valladolid y allá que fue, previo paso por el hospital, mientras el reloj descontaba los minutos con desesperante ... rapidez. Aquella temporada hacían 'Wrecking Ball', el número de Miley Cyrus subida a una bola de demolición. Y allí se plantó Laura, también ese día, sobrevolando el escenario y a la vista de un público que no acababa de creerse que quien levitaba a seis metros del suelo mantuviera el tipo mientras se insinuaba con una escayola que le llegaba hasta la rodilla y que lució nada menos que un mes. El show debía continuar. «La gente todavía se acuerda», desliza ella sin ocultar su orgullo.
Laura Cantarino -no puede negarse que su madre ya estaba advertida- es la más veterana de la orquesta Kosmos, radicada en Barakaldo. Desde mayo se ha lanzado a las carreteras con su tráiler de 16 metros, equipado como esas fiambreras que se repliegan sobre sí mismas sin desaprovechar un solo centímetro cuadrado de espacio y por el que han pasado La Fuga, Lagarto Amarillo, Medina Azahara, Bertín Osborne, Seguridad Social... Dentro contiene todo lo necesario para no defraudar a nadie, desde paneles led y cajas de graves, hasta altavoces, focos o la batería. Setenta citas conforman su apretada agenda entre mayo y septiembre, que llega a encadenar diez actuaciones seguidas en lugares separados entre sí hasta 400 kilómetros. Kosmos trabaja en exclusiva para la empresa Prones 1 S. L, radicada en Cabezón de la Sal, que es quien se encarga de programarles esta agenda de infarto.
El equipo lo forman doce personas, diez de ellos músicos: un cuarteto de ritmo, tres metales y tres cantantes. Entre ellos está Laura, que es además la encargada de elegir repertorio, coordinar los ensayos o buscar un sitio donde comer o dormir. «Porque la única forma de que esto funcione es que todos hagamos de todo». Y, por supuesto, nada de bajas.Aquí, quien más quien menos, todos saben lo que es actuar el mismo día que se ha muerto una abuela o salir con una sonrisa de oreja a oreja tras diagnosticarte un bulto extraño. Lo corroboran Igor Peña y Álvaro Fernández, además de socios de Laura, la cara oculta en un mundo de luminarias. Ellos conducen el camión, se encargan de las luces, el sonido, montan y desmontan el escenario... «Imagínate -dicen- lo que sería buscar sustituto cuando sólo dispones de dos horas para aprenderte el repertorio. Es imposible».
El desafío tiene tela. Pongamos como ejemplo el pasado martes, cuando tocaban en Santander. Salieron de Aparcavisa a las tres de la tarde, llegaron hora y media después a la playa del Sardinero, otras dos y media para levantar ese palacio de los sueños que alcanza los 11 metros de altura, ensayos varios, dos pases con una interrupción para los fuegos artificiales, volver a desmontarlo todo, el regreso a Bizkaia por autopista... La 'fiesta' acabó a las seis de la madrugada, empapados en sudor y sin otro aliado para combatir el sueño al volante que una buena saca de pipas. «¡Y eso que estábamos aquí al lado! Imagínate cuando actúas en Bermiyo de Sayago (Zamora) y al día siguiente te esperan en Monzón (Palencia)». No es un ejemplo cogido a bulto. Así empezarán agosto, cuando les tocará hacer más 3.000 kilómetros en apenas doce días, con destinos tan distantes entre sí como Barakaldo y Salamanca.
Sus biografías trascienden a menudo los escenarios. Cuando no están de gira, Igor trabaja en un taller mecánico de Lutxana, Laura es intérprete de lenguaje de signos y David, salmantino, imparte clases de canto y guitarra. Tiene 30 años y lleva 13 en la carretera. «Acabé en Kosmos porque en mi anterior banda no me pagaban». Y luego está Sergio Fernández, embarcado en un proyecto de musicoterapia en residencias, que dejó un «puestazo» como gestor del departamento de Tarjetas y Financiaciones de IKEA para traerse a su hija Aisha, superdotada, a una escuela de Asturias - «Tiene 9 años y quiere ser forense, ¿te imaginas?»-. Su devoción la lleva tatuada en ambos brazos.
O Pablo Álvarez, castellonense que estudia música en el Conservatorio de San Sebastián. Es su tercer verano con la orquesta, una gran familia «en la que todos nos llevamos de perlas. Y eso es difícil, pasando tantas horas juntos». Así hasta doce, incluidos tres venezolanos con peripecias vitales tan diversas como la de Manu Rivas, a quien le basta sacudir las caderas para reventar las cuerdas vocales de las chicas y sembrar la alarma entre sus padres. Aterrizó en este «circo» tras dos años en Marruecos, aprovechando que su hermano hacía un posgrado de Medicina Cardiovascular en España.
El 'circo' al que se refieren tiene múltiples caras. «No es el mundo de Jauja que se imagina la mayoría, que viene a pasarlo bien y cae a menudo en la tentación de olvidar que esto es un trabajo», relata Igor, acostumbrado a ir de un sitio para otro y dar «cabezadas de apenas tres horas». De raza le viene al galgo. Hijo del legendario Eugenio Peña y su orquesta Arenal, de la que Kosmos es heredera, dio su primer concierto en Bilbao. Fue como rozar el cielo con las yemas de los dedos. «Lastima que mi padre tocara también el bajo y los dos chocáramos».
Su orquesta y Remix son las dos únicas que funcionan en Euskadi, aunque el panorama cambia conforme uno se dirige al oeste. En Galicia, por ejemplo, «hay pueblos que, rendidos al frenesí estival, se animan incluso a contratar dos orquestas» (Panorama y París de Noia son el referente indiscutible). Un espectáculo típico del norte, porque «conforme te acercas a Cataluña y Valencia, lo que priman son las bandas de metal -trombones, saxofones y trompetas-, que allí son una institución».
Aquí no hay bajas. «Sales a actuar aunque se muera tu abuela o te hayan encontrado un bulto. ¿Quién si no te sustituye?»
Perder los papeles. «Los hay pasados de vueltas que te tiran hielos o botellas, y hasta rompen los cables de los graves»
Para todos los gustos. «En Euskadi hay pueblos que te llevan con miedo, como si no hubiera vida más allá de la trikitixa»
La temporada es un peregrinar por capitales, pero también por pueblos de genuino sabor berlanguiano, «con el alcalde empeñado en encajar el escenario en lugares incomprensibles, porque la fiesta siempre se ha hecho allí». Un capricho que obliga a sortear árboles, kioscos y semáforos, con el riesgo evidente de llevarse por delante algún balcón. «Las cosas han cambiado mucho -rememora, nostálgico, Igor-. Antaño, ibas a uno de estos pueblos y los vecinos se repartían a los miembros de la orquesta para darles de comer. Ahora, a veces te llevas hasta el táper de casa, porque los hay que te cobran el bocadillo a precio de restaurante de cinco tenedores».
Pero el gran caballo de batalla, reconocen todos, es «el respeto». O la falta del mismo, del que algunos hacen alarde en cuanto caen cuatro copas, y cuya deriva se agrava conforme avanza la hora. «Hemos pasado del trato exquisito a que la gente se envalentone y te tire hielos o botellas». Y pone un ejemplo. «Hace años fuimos a unas fiestas en Tezanos, en el corazón de Cantabria. Algunos estaban tan pasados de vueltas que querían cortar los cables de los graves y casi nos organizan una buena. Y tú allí solo, arriba en el monte».
El repertorio se diseña en función de la demanda. Rock, pop, reguetón, pasodobles, bachata... «lo que escucha la gente. En Euskadi hay pueblos que si te llevan lo hacen con miedo, como si no hubiera vida después de la trikitixa. Luego, claro, te escuchan y cambian de opinión». En Santander, Laura, David y Manu resuelven con solvencia: saltan de las 'Burbujas de amor' de Juan Luis Guerra al 'Highway to Hell' de ACDC; del 'Chachachá del tren' a 'In your head', mientras a Kasta, el portugalujo del grupo, le basta con seis cuerdas para estremecer al personal.
El primer pase lo acaparan familias y niños que montan su particular juerga entre cadenetas, sesiones de zumba y remedos de los bailes de salón que puso de moda 'Macarena'. Luego llegan los jóvenes, dueños de la madrugada, campo abonado para los ligues de verano, las confidencias a la luz de las farolas y las promesas de amistad eterna. Los bafles escupen «Mari Carmen, tu hijo está en el afterhour» y estallan todos, aludidos. Los puestos de refrescos y perritos trabajan a destajo, mientras se desvanece el olor a pólvora de los fuegos. Y Laura mira la carretera, la que le llevará «al quinto infierno», que diría Miguel Ríos, cuando se vaya con la música a otra parte.
Benidorm -ilustra Igor-, hay temporada alta y temporada baja». Entre 3.500 y 10.000 euros, más elevadas conforme se acerca agosto, o dependiendo de que actúen en una capital o en un pueblo.
Quienes contratan son, por lo general, gente cumplidora. «Pero hay alcaldes que se niegan a pagar porque ha caído una tromba de agua y has tenido que plegar velas 20 minutos antes de lo acordado. O porque debido a esa misma lluvia no han vendido los bocadillos previstos y no tienen con qué abonar el servicio. O municipios que contratan una actuación, cambian de signo político y el nuevo regidor no se hace cargo. No es la primera vez que acabamos en los tribunales».
El combustible del camión -mil litros un depósito-, la paga de los músicos, averías - «el mes pasado un pistón del motor, 5.000 euros; el anterior una rueda pinchada por vidrios rotos»-, seguros, hoteles... «Con esto -dice- no te haces rico».
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