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Ante una amenaza terrible siempre hay dos opciones evidentes: huir o resistir. Este caso no iba a ser diferente. Frente a la elevación del nivel del mar hay ciudades que están ideando megaestructuras protectoras, barreras para contener las mareas; pero también hay países enteros ... que no ven solución posible y ya están preparando planes para abandonar su territorio cuando quede anegado por el océano.
Holanda es un ejemplo de resistencia. La tercera parte del país está por debajo del nivel del mar y lleva siglos perfeccionando un imponente sistema defensivo que lo mantiene a salvo. Un icono es el dique Afsluitdijk, de 32 kilómetros de largo y construido entre 1927 y 1933. Al contener la entrada del océano, convirtió el mar de Zuiderzee en el lago IJssel, de agua dulce. Todo allí está relacionado con el agua. Hasta sus famosos molinos que, además de hacer bonito, tienen la función esencial de drenar las tierras bajas.
El problema es que cada caso es un mundo, y no hay soluciones universales. De manera que el sistema holandés no lo puede copiar Venecia, joya planetaria al borde del colapso. Aquí la salvación tiene nombre bíblico: el Proyecto Moisés. Se trata de un enorme sistema de compuertas en las tres bocas que unen la laguna donde flota la ciudad con el mar Adriático. Los trabajos arrancaron en 2003 y después de retrasos recurrentes y muchas dudas, ahora se habla de que se terminarán en 2022. ¿Funcionará? No está del todo claro. Y ya se han gastado miles de millones de euros. Sin haberse estrenado aún, las estructuras acuáticas se están oxidando.
En Nueva York lo que tienen es una idea: levantar un gran dique alrededor de la parte sur de Manhattan y unirlo a un sistema de terraplenes y estructuras móviles para preservar el área del distrito financiero. Porque además allí, en el subsuelo, bulle un nudo fundamental para las conexiones del transporte público. Aquella zona aún se está recuperando de los efectos del huracán 'Sandy', de 2012, que llevó el caos a la Gran Manzana. De lo que se trata es de que no vuelva a ocurrir. Aunque para ello hayan de gastarse 10.000 millones de dólares (más de 8.800 millones de euros), que es la cifra en la que está presupuestada la obra.
Medio mundo, al menos el medio mundo que se lo puede permitir, está pensando en cómo defenderse de los océanos crecientes. Pero también hay quien asume la derrota y prepara la huida. Ahí están las Maldivas. El 80% de las 1.190 islas que conforman este paraíso en el Índico está a menos de un metro sobre el nivel del mar. El pico más alto del país no supera los 2,3 metros. Así que hay riesgo de que en sólo tres décadas, en 2050, la zona sea inhabitable. ¿Qué hacer? El Estado ahorra y compra tierras en Sri Lanka, India y Australia para que puedan mudarse allí sus casi 400.000 habitantes. Por supuesto, no es un caso único. Kiribati, un archipiélago del Pacífico, ha comprado a las Islas Fiji 6.000 hectáreas de terreno para mudarse cuando las cosas se pongan feas. El problema es que el refugio, las Islas Fiji, también está entre los espacios más amenazados por el calentamiento global.
Lo peor de todo es que el riesgo es planetario y afecta a zonas costeras de los cinco continentes. Y no sólo a litorales. El cambio climático, además de elevar el nivel del mar, causa sequías, lluvias torrenciales, merma los recursos naturales y, en definitiva, transforma lugares habitables en entornos hostiles para la vida. Por eso, el Banco Mundial estima que para el año 2050 el calentamiento global puede provocar migraciones de más de 140 millones de personas. La agencia de Naciones Unidas para el refugiado, Acnur, eleva la estimación y prevé que en el próximo medio siglo entre 250 y 1.000 millones de seres humanos deberán abandonar sus hogares a causa del cambio climático.
Evidentemente, todo ello va a afectar a Bilbao, mucho más allá de que se pueda inundar el Campo Volantín.
Hay una tendencia que parece algo siniestra y que viene a decir: si no podemos cambiar el mundo, cambiemos a la gente. Se llama ingeniería humana y fue planteada por primera vez por Matthew Liao, catedrático de Bioética y profesor en la Universidad de Nueva York. Lo que propone es combatir el cambio climático reduciendo las necesidades de consumo de los humanos mediante técnicas de ingeniería genética y farmacológica. Por ejemplo: induciendo que los humanos que nazcan sean más pequeños, con lo que comerán menos, consumirán menos telas en sus ropas... También habla de evitar el consumo de carne, cuya producción provoca buena parte de las emisiones de gases de efecto invernadero; se haría generando intolerancia a este alimento mediante fármacos. Los medicamentos también se utilizarían para inducir «altruismo y empatía», de modo que los individuos venzan sus reticencias a la hora de tomar decisiones convenientes para el bien común. Todo esto es algo más que una ocurrencia. Por supuesto, han arreciado las críticas contra estas tesis por motivos evidentes. Pero también se han contemplado en foros internacionales de discusión.
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