«Solo los barcos de recreo nos pueden salvar de la extinción»
Una ría y diez oficios | Jon Ispizua (carpintero de ribera) ·
EL CORREO repasa algunos de los oficios más ligados a la ría de Bilbao, unos al borde de la extinción y otros que gozan de excelente salud, pero todos parte del imaginario popular
El suyo es un universo surcado por bateles y boniteras de madera, entre planos, maquetas a escala y croquis. Jon Ispizua admite que a veces se siente como un «dinosaurio», el último de una larga estirpe de carpinteros de ribera a quienes el curso del tiempo ha convertido en una especie en vías de extinción. «Mi suegro, que es el que me enseñó, acaba de morir». Lejos quedan los tiempos en que la ría era un hervidero de astilleros. Astondoa, en Portugalete, Udondo (Axpe), Mendiguren (Olabeaga)... Alsa, en Getxo, cuyos empleados, presos de la Guerra Civil, construyeron el 'Montserrat' y huyeron con él a México aprovechando la procesión marinera del Carmen. También el padre de Sabino Arana regentaba uno en el muelle de La Merced, por no hablar de La Salve, o Revilo, que hacía yates de lujo...
Jon rememora aquella época dorada desde su taller del Museo Marítimo, donde forma a voluntarios y a chavales en prácticas de una FP de Otxarkoaga, muchos de ellos inmigrantes a los que enseña un oficio que les permita trabajar luego de carpinteros. ¿Haciendo barcos? «Difícil. Esta actividad ha ido desapareciendo con la entrada del vapor y los buques de acero. Las gabarras acabaron desplazando a la carpintería de ribera, hasta el punto de reducir su razón de ser a pesqueros y yates. Después, ni siquiera eso, porque empezaron a cobrar protagonismo el poliéster o la fibra de vidrio y ese declive coincidió con la consigna lanzada desde la UE de reducir la flota pesquera». La única esperanza, dice, será por «la vía del ocio y las embarcaciones de recreo, siempre necesitadas de mantenimiento».
Pero Jon no arroja la toalla. En su taller se mezclan máquinas de compleja factura con herramientas casi primitivas, como la azuela para labrar la madera, los hierros de calafatear o la falsa escuadra. La niña de sus ojos, solo hay que verle, es el 'Antxustegi', la bonitera de cebo vivo botada en 1958 y donada por una familia de Ondarroa. Su periplo por los despachos a punto estuvo de hundir lo que no habían podido marejadas ni borrascas. Jon ve el barco como una promesa, por mucho que las tripas asomen por entre los tablones numerados; una oportunidad de rescatar el pasado.
Pero no a cualquier precio: «Si la pieza original está en condiciones, se conserva. Además, todo el trabajo debe ser reversible, de manera que si alguien dentro de 20 años quiere dar marcha atrás, pueda hacerlo sin alterar el barco». Una labor en la que participan desde etnógrafos hasta profesores universitarios, y que no dará por concluida antes de seis años. Todo se guarda y documenta, desde muestras de madera de ukola hasta clavos. El barco se recupera bajo una txapela de metal, la proa envuelta por un corsé de andamios. Quién iba a decir que es todo futuro.
La clave
El precio del progreso:
«La ría era un hervidero de astilleros de ribera, hasta que el vapor y el acero acabaron con todo»
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