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José Domínguez
Martes, 9 de abril 2019, 00:15
Durangués de nacimiento, Miguel Zugaza presume de ser bilbaíno «de adopción» y ayer «este humilde cristiano» reconocía sentirse «abrumado» por asumir «con su más sentida emoción» la responsabilidad de un honor que solo se otorga a los ilustres de la ciudad: ser el pregonero que ... da por iniciada la Semana Santa, «una de las celebraciones cívico-religiosas más antiguas de la villa». Lo leyó ante la presencia del nuevo obispo auxiliar, Joseba Segura, en una catedral de Santiago a rebosar. Y, como no podía ser de otra manera, el director del Museo de Bellas Artes relacionó directamente el devenir del acto religioso con el desarrollo de la creación artística para llegar a una conclusión: «No hay una sola Pasión de Cristo en el arte y su representación ha evolucionado mucho a lo largo de la Historia».
En realidad, Zugaza empezó por el principio de los tiempos al mencionar las pinturas de las cavernas como los primeros intentos de exteriorizar sentimientos. «Obras que han perdurado sepultadas como los sarcófagos de los faraones». Oportunidad que aprovechó para destacar que fue el Cristianismo el que empezó a divulgar el arte entre «el pueblo» a través de sus representaciones religiosas. «Tomaron el espacio público al ser consideradas 'como un libro para el que sabe leer'». Incluso calificó al propio Jesús como «el primer retratista, al dejar marcado su rostro en la Sabana Santa». Una imagen recurrente para muchos artistas como Zurbarán –autor de 'La Santa Faz'–, aunque el director del Bellas Artes nombró también a otros pintores por combinar en sus lienzos belleza con «gran emoción y movimiento» como el maestro flamenco Van Der Wyeden en 'El Descendimiento'.
Fue así como las procesiones de Semana Santa tomaron cada vez mayor importancia. Y Zugaza aseguró que se aprovechó especialmente la Pasión para unir «la religión al culto del dolor». El flagelo, las manos anudadas o las coronas de espinas son, a su juicio, su máxima expresión.
Esta estética, sin embargo, vivió un cambio radical a principios del siglo XX, sobre todo en Bilbao y gracias a artistas como Quintín de Torre, que consiguió que sus pasos «mantuvieran el toque barroco» de las esculturas policromadas y esa «dureza exacerbada».
El responsable de la pinacoteca remarcó que esta dialéctica entre arte y religión se ha mantenido en los tiempos modernos. «Ha salido de las iglesias a los museos», matizó. Es más, incluso ha hecho evolucionar a los propios templos, como «el santuario de Nuestra Señora de Aránzazu». E invitó a comprobarlo en el propio museo de Bellas Artes, en la sala 'Hutz'–'vacío' en euskera–, donde solo hay dos obras, el 'San Pedro en lágrimas' de Murillo y 'El retrato del Espíritu Santo' de Jorge Oteiza, «donde se celebra la dialéctica entre la belleza y lo sagrado».
De Van der Weyden (1443). Se pintó para la capilla de Nuestra Señora Extramuros de Lovaina. Está en el Museo del Prado.
De Francisco de Zurbarán (1660). Óleo sobre lienzo con destino a oratorios privados madrileños. Museo de Bellas Artes de Bilbao.
De Murillo. Pintura del apóstol arrepentido de su negación a Cristo. La obra data de los años 1650-1655. Se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
Homenaje a Fray Angélico. Caja metafísica'. De Jorge Oteiza (1958-1959). El artista se inspiró en el pasaje evangélico de La Anunciación.
Paso de Quintín de Torre de 1945. Se porta en procesión la tarde del Viernes Santo en la capital vizcaína. Está en el Museo de Pasos de Bilbao y ha sido reformado este año.
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