Iñaki Juez
Viernes, 21 de abril 2017, 18:03
Todavía están con el susto en el cuerpo. El apacible sueño de un matrimonio de ancianos de la localidad barcelonesa de Santa Coloma de Gramanet fue roto de la forma más abrupta cuando un grupo de élite de los Mossos d'Esquadra irrumpieron en su ... casa a las seis de la mañana como si fuesen 'Los hombres de Harrelson'. Buscaban a un narcotraficante dominicano, pero se equivocaron de piso. Aunque pidieron disculpas tras comprobar que en el domicilio solo se encontraban Antonio, un jubilado de 88 años, y su mujer Dolores de la misma edad, el hombre todavía está de lo más enfadado: «No los perdono».
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Y es que la operación policial fue de lo más surrealista. Todo comenzó cuando echaron su puerta abajo para tratar de pillar por sorpresa al sospechoso, miembro de una peligrosa banda de tráfico de drogas. Pero lo que realmente se encontraron los policías fue el rostro asustado de Antonio que creía que unos ladrones habían entrado a robarles tras escuchar el 'boom' del artefacto de humo que explotó en el salón. «Ahí se liaron a tirar cohetes, creía que había caído una bomba en el bloque», relata mientras su mujer confiesa que «no sabía lo que pasaba».
El temor por su integridad física se transformó por arte de magia en un cabreo monumental al ver el uniforme de uno de los agentes que, todavía sin percatarse de su error, empujó al pobre anciano al sofá tras «ponerme la pistola en la barriga con los años que tengo», relata el anciano que incluso les llegó a plantar cara. «Le di un golpe al arma y se la retiré para allá», asegura este abuelo coraje.
Tras unos minutos de desconcierto, el propio anciano les indicaba la vivienda en la que realmente vivía el presunto narcotraficante. Por fortuna, los agentes pudieron detenerlo, ya que, pese al escándalo que se había formado un piso más arriba, no huyó pensando que la cosa no iba con él. Tras arrestarlo, los Mossos volvieron a la primera casa para entonar el 'mea culpa'. Demasiado tarde, porque Antonio no les perdona. Y, por lo que parece, no lo hará nunca: «Si me da un infarto, me muero aquí yo».
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