![¿Dónde está el quinto pino?](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/pre2017/multimedia/noticias/201611/16/media/cortadas/refranes-kiuB-U21290687890J-575x350@El%20Correo.jpg)
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Yolanda Veiga
Viernes, 18 de noviembre 2016, 01:32
Si la voz del pueblo reside en 140 caracteres, a la filosofía popular le hacen falta aún menos. 'Menos lobos', 'pelar la pava'... Diez, once caracteres. Detrás de estos dichos no solo hay un significado que ha ido transmitiendo la tradición oral durante generaciones. También una historia. Curiosa siempre, ilustrativa a veces, desconocida a menudo. Juan Gil dirige a Fernando de la Torre en 'La ocasión la pinta calva' (Espasa), un libro que recoge trescientas de estas historietas sobre el origen de los dichos y los refranes, más viejas algunas que Matusalén, por ahí por los tiempos de Maricastaña.
A propósito de las mencionadas arriba... 'Menos lobos' lo utilizamos como antídoto contra la exageración. Aunque la Real Academia no incorporó este dicho hasta su edición de 1992 a muchos niños antes les contaron el cuento del Tío Pinto, «un campesino andaluz que se jactaba en una venta de haber visto más de cien lobos en una sola mañana. 'No exageres, Tío Pinto', le afearon los parroquianos entre bromas, y la cifra se fue reduciendo hasta llegar a un solo lobo. 'La verdad es que no lo ví bien -acabó reconociendo el campesino'-. Solo el rabo. Y bien pudiera ser de raposa'».
Sigue también en uso 'pelar la pava', dicho del que hay registro académico desde 1884 y refiere una costumbre andaluza por la cual los enamorados cortejaban sus prometidas a través de las rejas de la casa de ésta. La protagonista del dicho es una criada a la que su ama encargó desplumar a una pava. Ella llevó la tarea a la reja, donde le esperaba su amado y entre los dos pelaron al animal. Pero tardaban más de la cuenta así que la señora gritó: 'Muchacha, ¿qué haces que no vienes?' Y la criada respondió: 'Estoy pelando la pava'.
«A los castellanohablantes nos gustan más los dichos que a otras lenguas. En la época del Quijote estaba muy de moda el refrán y se quería ver en él la filosofía y la voz del pueblo», cuenta Juan Gil y refiere uno muy conocido: 'A buenas horas mangas verdes'. «El tabardo de la Santa Hermandad, la policía del siglo XV, tenía las mangas verdes y parece que cuando se cometían los crímenes ellos tardaban bastante en acudir. De ahí la expresión». El dicho ha resistido seis siglos, pero otros han ido modificándose con el tiempo. Como 'pagar el pato', que en origen era 'pagar el pacto' y «aludía a lo que abonaban los judíos por la alianza de estar protegidos por el Rey». O 'no hay tutía', que viene de 'no hay atutía', «que en el Medievo era una palabra para llamar al khôl actual que usan las chicas para pintarse los ojos». Lo saben pocos, igual que lo eso de la virulé: «Se llamaba así a los flecos, a los pliegos de las faldas que llevaban las chicas francesas en el siglo XVIII».
Y otra historieta desconocida, la del zapatero que protagoniza el dicho 'zapatero, a tus zapatos'. «Hubo un pintor muy famoso que tenía por costumbre una vez que acababa un cuadro, ocultarse detrás y escuchar lo que la gente comentaba acerca de su pintura, ya que él no se fiaba mucho de su propio criterio. Entonces pasó por allí un zapatero, que empezó a decir que a la figura que salía en el cuadro no le había pintado bien la sandalia. El pintor siguió escuchando y el zapatero se creció y empezó a sacar faltas al resto de la obra. Entonces el autor salió de su escondite y le dijo: 'Zapatero, no hables más arriba de las sandalias'». A continuación, dichos a troche y moche. Si saben el origen de algunos pueden darse con un canto en los dientes. Algunos no son cosa del otro jeves, pero la mayoría esconden detrás historietas de bigotes
¿Sabías de donde viene el dicho...?
Atar los perros con longanizas: «El origen del dicho está en Candelario (Salamanca), un pueblo con gran tradición charcutera. Constantino Rico, fabricante de embutidos no teniendo nada mejor para amarrar a un perro que andaba merodeando por el taller decidió emplear una ristra de longaniza». Esa es la historia que se cuenta, aunque los autores del libro ponen en duda su veracidad, y resuelven tirando de dicho. «Aunque bien podríamos decir eso de 'a otro perro con ese hueso', no seremos nosotros quienes hagamos de ello un 'caballo de batalla'».
Cargar con el mochuelo: «Dos estudiantes, un andaluz y un gallego buscaron acomodo en una posada. Era ya tarde y la comida escaseaba. 'Cuanto queda es una perdiz y un mochuelo', les dijo el posadero. (...) Entonces el andaluz le dijo a su compañero: 'Solo tenemos dos posibilidades: o tú te comes el mochuelo y yo la perdiz, o yo doy cuenta de la perdiz y tú cargas con el mochuelo'». Hay constancia escrita del dicho desde 1734, aunque aparece como 'tocar el mochuelo'.
Arrimar el ascua a su sardina: «Podría provenir de la antigua costumbre en los cortijos de entregar sardinas a los trabajadores para que las asaran a la lumbre. Al parecer, era habitual que estos cogieran las ascuas arrimándolas a su sardina, apagándose así el fuego general». El dicho se incorpora al diccionario de la Real Academia en 1884.
Dársela a alguien con queso: «Hay voces que defienden que se refiere a la costumbre de los bodegueros manchegos de agasajar a los clientes interesados en adquirir su vino con un queso muy curado y conservado en aceite. Lo que aparenta ser una atención no era sino una estratagema para impedir que los compradores pudieran distinguir el buen vino del aguado o estropeado.
Entre Pinto y Valdemoro: Probablemente el cuento no sea verdad pero se refiere a «un bebedor que tras probar los vinos locales de los mesones de Pinto, continuó la juerga en Valdemoro, cuyo término municipal quedaba delimitado por un arroyo. (...) Se entretuvo jugando infantilmente saltando a un lado y otro del cauce y diciendo: 'Ahora estoy en Pinto, ahora en Valdemoro...'. Hasta que perdió el paso y cayó al agua. Entonces dijo: 'Ahora estoy entre Pinto y Valdemoro'».
Armarse la marimorena: Aparece recogido ya en 1734 y al parecer hace referencia a «María Morena, esposa de Alonso de Zayas y tabernera madrileña, quien rehusó vender vino en su establecimiento -el vino de calidad que reservaba para los clientes más distinguidos- organizando con ello una gran trifulca».
Tener más cuento que Calleja: Esta expresión no entra en el diccionario académico hasta 1992. «Hace referencia a la editorial Calleja, fundada en Madrid en 1876, y que se hizo célebre por la publicación de cuentos infantiles ilustrados».
Brindis al sol: Según los autores de 'La ocasión la pintan calva', la expresión viene del mundo taurino. «Tradicionalmente en el tendido de sol se ha situado el público con menos poder adquisitivo, pero también el menos exigente y entendido (...) Era costumbre en otro tiempo que el diestro, cuando preveía dificultades, brindara la faena al tendido de sol, lo que le garantizaba su apoyo incondicional».
Más chulo que un ocho: «Su teoría no está nada clara aunque la más extendida apunta al tranvía número ocho de Madrid, que unía la Puerta del Sol con la Bombilla, donde había dos merenderos de mucho renombre».
Tirar la casa por la ventana: «Su uso se remonta a la segunda mitad del siglo XVIII, y se refiere a la tradición de los afortunados a los que les tocaba la lotería nacional -el primero sorteo se celebró en 1763- de tirar por la ventana muebles y enseres viejos, expresando así simbólicamente el inicio de una nueva vida».
Caer chuzos de punta: «Hace referencia a un arma rudimentaria, una especie de palo con un pincho de hierro en su punta. Se empleó como arma ofensiva en época medieval pero en España pervivió asociado a la figura del sereno».
Dorar la píldora: «La referencia se remonta a 1600. Entonces había costumbre de dorar las píldoras para hacerlas más atractivas».
Y no, no nos despedimos a la francesa. Aquí el dejamos la resolución de la pregunta planteada en el título, dónde está ubicado el quinto pino. Lo aclaran los autores de 'La ocasión la pintan calva': «El modismo no se recoge en el diccionario académico hasta 2001. Durante el reinado de Felipe V, en la primera mitad del siglo XVIII, se plantaron en Madrid, en el eje del Paseo de la Castellana, cinco frondosos pinos. El primero de ellos se situaba en el actual Paseo del Prado, cerca de Atocha. Se iban escalonando los otros cuatro, de manera que el quinto se situó en las afueras, lo que hoy se conoce como Nuevos Ministerios (...) Los pinos se convirtieron en punto de referencia ciudadana, por lo que se podía concertar una cita en el segundo pino, por ejemplo. Al quinto se desplazaban casi exclusivamente los novios para dar rienda suelta a su amor».
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