Fuga de cerebros: entre el mito y la amenaza
Lo preocupante no es que el talento universitario salga al exterior. Lo preocupante es que no vuelva
Nekane Balluerka
Lunes, 26 de junio 2017, 01:15
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Nekane Balluerka
Lunes, 26 de junio 2017, 01:15
Uno de los estigmas a los que se recurre al hablar de la universidad es el de «fuga de cerebros». La fuga de cerebros parece una amenaza que no acertamos a sacudirnos: sigue presente en algunos sectores sociales y, ciertamente, nos preocupa. Vaya por delante ... que no se debe confundir ese fenómeno con un hábito esencial de la vida universitaria: la salida a otras universidades o centros de investigación y la prolongada estancia en ellos. Lo contrario a la fuga de cerebros no es la endogamia universitaria (otro estigma). Es más, una universidad cerrada y poco permeable es la mejor garantía para que, a medio plazo, padezca una masiva fuga de talento.
Salir al extranjero a estudiar o investigar no es una fuga: es una parte irrenunciable de la carrera académica. Lo preocupante, por tanto, no es que el talento universitario salga al exterior. Lo preocupante es que no vuelva. Paradójicamente, el mejor modo de evitar la fuga de cerebros es enviar fuera esos cerebros para que mejoren su formación. No menos paradójicamente, el mejor modo de evitar la fuga de talento propio es atraer talento ajeno. España, con un 27% de los Premios Nacionales de Fin de Carrera de los últimos años establecido en el extranjero, ocupa también uno de los peores puestos en captación de talento.
¿Por qué decide irse el talento? Básicamente, por las mismas razones por las que se desplazan los seres humanos en otros contextos sociales o en otros niveles de destreza intelectual: porque buscan algo mejor. Siempre hay una expectativa de mejora en todo desplazamiento, más aún cuando se realiza con visos de permanencia. En el ámbito universitario, la expectativa de mejora surge, sobre todo, de dos variables: conocimiento y condiciones para generarlo.
Para que la necesaria y saludable salida del talento al exterior no termine en una fuga hay que apostar por la inversión en infraestructuras y tecnología, por atraer talento exterior y, sobre todo, por cuidar del talento que tenemos. Solo atendiendo a esas variables podemos garantizar que el talento de las nuevas generaciones no se asiente en otros lugares. La oposición a la fuga de cerebros, por tanto, es una decisión política: exige músculo financiero y estrategia institucional.
La Universidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV/EHU) mantiene una firme estrategia de internacionalización. Apostamos por incrementar la presencia del inglés y otras lenguas no oficiales en los títulos de grado y posgrado, porque sabemos que la proyección de nuestro talento al exterior y la atracción del talento formado en otras universidades es un viaje de doble recorrido. Quien dijo que no se pueden poner puertas al campo podría haber dicho lo mismo sobre el conocimiento: una política restrictiva, ya sea del talento en sí o de las personas que lo atesoran, es el mejor modo de descapitalizar intelectualmente una sociedad.
Pero la captación y el cuidado del talento no dependen solo de la UPV/EHU. Es necesario que la sociedad valore el doctorado. Aún pervive en ciertos ámbitos el prejuicio de que la tesis doctoral solo tiene sentido dentro de la universidad, para llevar adelante una carrera académica. Pero el doctorado es también una herramienta profesional de primer orden, una acreditación que garantiza la excelencia y que puede desplegar su eficacia en la empresa, el sector público o el entorno asociativo.
La UPV lleva tiempo empeñada en subvertir esa imagen, cuidando programas de doctorado que facilitan el desarrollo de una investigación excelente. En 2015/16 la universidad produjo un total de 575 tesis doctorales (57 en euskera y 213 en inglés). Además, un 30% fueron internacionales (exigen una estancia no inferior a tres meses en una universidad o centro de investigación extranjero, y un 50% de su contenido escrito en lengua foránea), y 14 se desarrollaron en régimen de cotutela (se obtiene el título por dos universidades de distintos países y con una estancia en cada una de ellas de al menos nueve meses).
La clave, insisto, es crear las condiciones adecuadas, atraer talento exterior y cuidar nuestro talento. Eso exige planificación a largo plazo e inversión en investigación (becas pre y posdoctorales, y apoyo a grupos de investigación) y en educación a todos los niveles. Pero no nos engañemos: esa dinámica no se genera por mero voluntarismo. Así como las personas emigran por razones políticas o económicas, en el mercado global del talento se mueven en función de las facilidades que encuentren para llevar adelante proyectos ambiciosos o investigaciones complejas. En Euskadi no sobran personas universitarias, pero algunas no encuentran acomodo en un mercado laboral que todavía no es capaz de aprovechar al máximo el capital humano altamente cualificado. Por eso, iniciativas como la estrategia Universidad-Empresa, diseñada por el Gobierno vasco, los doctorados en colaboración con empresas u otras entidades o la formación dual universitaria constituyen buenas iniciativas para que empresas e instituciones vayan incorporando personas cualificadas que contribuyan a transformarlas y puedan afrontar en el futuro retos hoy desconocidos. No hay sociedades cuyo saldo migratorio sea igual a cero: lo que hay, en mayor o menor medida, son sociedades a las que la gente va y sociedades de las que la gente se va. Pues bien, con el talento pasa lo mismo: o aspiramos a ser una sociedad que cuida su talento y resulta atractiva para el talento exterior o seremos una sociedad que se empobrezca exportándolo. Ser consecuentes con la decisión que adoptemos supone un compromiso para nuestras instituciones públicas, para nuestras entidades educativas y, por supuesto, para toda la sociedad.
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