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INÉS GALLASTEGUI
Sábado, 17 de junio 2017, 00:37
«Vuelve al puto coche!», le gritó ella por teléfono. Él había puesto en marcha un generador que emitía el venenoso monóxido de carbono dentro de su furgoneta, aparcada con las ventanillas subidas en un centro comercial, pero su determinación suicida flaqueó y salió del ... vehículo en busca de aire. Al otro lado de la línea, su novia de 17 años, con la que llevaba hablando de matarse desde hacía meses, acabó con sus dudas de una voz. El chico regresó al coche y falleció minutos después. Era el 13 de julio de 2014.
Esta semana se ha desarrollado en el tribunal de menores de New Bedford (Massachusetts)_el juicio contra Michelle Carter. Este viernes el juez le ha considerado culpable de homicidio involuntario, después de que la Policía descubriera en el móvil de su novio, Conrad Roy, de 18 años, pruebas que la incriminan como incitadora al suicidio. Le pueden caer hasta 20 años de prisión.
«Simplemente te quedas dormido y mueres. En unos 20 o 30 minutos, sin ningún dolor», defendía con un entusiasmo inusual Michelle. Ella sugirió el mejor lugar para aparcar el coche: un aparcamiento tranquilo, durante el día, para no despertar sospechas y atraer la atención de la policía o una ambulancia. Incluso le aseguró que sus padres estarían tristes al principio, pero se acostumbrarían a la idea: «No digo que quieran que lo hagas, pero sé que pueden llegar a aceptarlo».
La pareja se conoció en Florida y, aunque vivían a 80 kilómetros de distancia ella en Plainville y él en Mattapoisett llevaban un año sin verse, relacionándose a través de mensajes de texto y correo electrónico. Conrad tenía una relación conflictiva con sus padres y estaba deprimido. Sobrevivió a una sobredosis de somníferos en 2012. Su familia pensaba que se había recuperado acababa de graduarse en el instituto, pero el tema estaba presente en muchas de sus conversaciones con la chica.
Juntos estudiaron distintos métodos de suicidio y, aparentemente, concluyeron que la muerte por inhalación de monóxido de carbono era la más dulce e indolora. En varios momentos de estas largas conversaciones se intercambiaron más de mil mensajes de texto en la semana antes de la muerte, él expresaba sus dudas; parecía desanimado. «No pienses más y hazlo le conminaba ella, impaciente. Dijiste que ibas a hacerlo. No entiendo por qué no lo haces».
Cuando él por fin se mostró decidido a seguir el plan que habían trazado juntos, Michelle le alentó. «Tienes que hacerlo, Conrad. Solo tienes que encender el generador y serás libre y feliz. Por fin vas a ser feliz en el cielo. No más dolor. Es normal que estés asustado; quiero decir, estás a punto de morir», añadió, comprensiva.
El joven suicida, de 18 años en el momento de su muerte, dejó dos notas antes de quitarse la vida, una para su padre y otra para su novia.
«No puedo con el dolor». «He hecho esto para ser feliz por fin. Te veré en el cielo», le escribió a su padre.
«Te quiero». «Mantente firme en los momentos difíciles. Tú me enseñaste a ser fuerte y seguir adelante. Coge lo que quieras de mi habitación para recordarme. Escucha nuestras canciones y acuérdate de mí. Siento mucho todo esto. Te quiero», señalaba en su carta para Michelle.
Mientras la Fiscalía asegura que la acusada quería llamar la atención, jugar el papel de la chica doliente por la muerte de su pareja, la defensa sostiene que durante meses ella intentó detenerle y le animó a buscar ayuda médica, pero finalmente se vio sobrepasada por la determinación del joven. «Esta es una historia triste, pero es un suicidio, no un homicidio. Fue elección suya. Ella no causó su muerte», zanjó el abogado de la joven, Joseph Cataldo.
Un perito psiquiatra aseguró que un cambio en la medicación antidepresiva que la adolescente tomaba pudo influir en su extraña conducta. Sin embargo, parece que ella era consciente de sus actos: le pidió a su novio que borrara todos sus textos y, cuando el cadáver fue encontrado, confesó sus temores a un amigo: «Si leen mis mensajes estoy acabada. Su familia me odiará y podría ir a la cárcel».
No era un juego
El caso ha despertado una enorme atención en los medios de comunicación y en las redes sociales. En Twitter, muchos ciudadanos espantados reclaman #JusticeForConrad. La historia no parece guardar ninguna relación con el macabro juego de la Ballena Azul una serie de retos que han terminado con la muerte voluntaria de varios jugadores o la serie de televisión Por trece razones, que gira en torno a una estudiante que se quita la vida. Pero ha levantado un debate sobre el suicidio juvenil y los periódicos se han llenado de análisis de expertos. «Vamos a seguir viendo casos similares por la prevalencia de las redes sociales y el texting», declaró a USA_Today el jurista Larry Cunningham.
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