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antonio corbillón
Viernes, 26 de mayo 2017, 00:30
Al detective Piet Byleveld no se le habría escapado por ningún resquicio legal Oscar Pastorius. Al atleta biónico sudafricano le cayeron apenas seis años de cárcel en 2016 por matar de cuatro tiros a su novia en 2013. Se gastó su fortuna en ablandar al ... tribunal con su icónica imagen de hombre hecho a sí mismo. Pero sobre todo supo buscar los errores policiales al investigar un suceso que apenas ofrecía duda alguna de su culpabilidad.
«A la luz de las circunstancias, habría pasado al menos dos días completos en la escena del crimen. Un día habría sido demasiado corto para que yo averiguara todos los hechos», lamentó en el diario Beeld cuando se celebró el juicio y se pusieron en evidencia los errores de sus colegas.
Pero cuando ocurrieron los hechos Byleveld llevaba tres años jubilado. Su hoja de servicios, con casi un 100% de crímenes resueltos en sus 38 años de carrera, le convirtieron en uno de los tres mejores detectives del mundo. Cuando el Mossad israelí, Scotland Yard británico o la Interpol llegaban a un callejón sin salida, solían llamarle para que les ayudara a buscar alguna pista.
Su especialidad eran los asesinos en serie. Los cuatro mayores serial killers del último medio siglo en el país cumplen miles de años de condena gracias al trabajo de Piet, al que apodaban el cazador de hombres. Ya no podrá dedicar «los años que hagan falta», como solía decir, a vencer a un criminal. Este miércoles le derrotó a los 67 años un cáncer de pulmón en el hospital de Rooderpoort, al oeste de Johannesburgo.
Su muerte ha conmocionado a los sudafricanos que confiaban en personas como él para hacer frente a las enormes cifras de violencia a las que todavía se enfrente el país. Solo en 2016, las estadísticas hablan de 15.609 homicidios.
Piet Byl, como le conocían sus colegas, se enfrentó a los peores instintos humanos desde el lado más romántico del detectivismo. Se metió en su papel como si un autor de novela negra le hubiera escrito antes el guion de su vida y sus pesquisas. Enfundado siempre en trajes negros y camisas blancas, los que le conocían destacan su condición de fumador empedernido, su afición a las aspirinas y la coca-cola y una dedicación tan obsesiva al trabajo que no le importaba tirar por la borda su vida privada con tal de vencer al malo. Su primera mujer, Esmie, fue la víctima involuntaria de su obsesiva lucha contra el mal. Solo se reencontró con el amor en 2011 cuando, ya jubilado, se casó con su segunda esposa y ahora viuda Elize.
De guante blanco
«Un buen detective debe tener pasión por su trabajo. Aceptar que no hay horarios ni tiempo para las vacaciones», explicó en 2011 cuando, recién jubilado, permitió a la escritora afrikáner Hanlie Retief que publicara su historia en Byleveld, Dossier of a Serial Sleuth (Dosier de un sabueso de asesinos en serie).
En el libro se reflejan sus claves para detener a asesinos como Moses Sithole, que a mediados de la década de los 90 aterrorizó al país con 38 asesinatos y 40 violaciones. O Cedric Maake, al que echó el lazo en 1997 tras seguir un rastro de 27 asesinatos y 14 violaciones.
Sus modales de guante blanco, alejado del poli bronco que atosiga e incluso maltrata a los detenidos, le ayudaban a ponerse en la mente de esos personajes terribles, a los que era capaz de interrogar sin inmutarse ni levantar la voz hasta envolverlos en su telaraña y lograr que se derrumbaran y cantaran. «Los criminales le recordarán como el detective de la voz suave que terminaba acorralándolos con sus técnicas únicas en los interrogatorios», resumió su colega el teniente general Deliwe de Lange.
«Nunca me involucré»
En alguna ocasión incluso llegaron a insinuarle que tenía simpatía por los delincuentes. Para esto tenía también una respuesta propia de un Humphrey Bogarth de la vida real. «Nunca estuve involucrado emocionalmente con ningún caso que investigué. Simplemente me dedicaba a perseguir al culpable».
Su último jefe, el general jubilado Bushie Engelbrecht, recordó ayer lo mucho que impresionaba un currículum que permitió a Byleveld ser ascendido directamente de teniente coronel a brigadier, saltándose el grado de coronel.
Cuando empezó a trabajar, Byleveld vivía en una país oficialmente racista (apartheid) y se jubiló tras servir al primer presidente negro (Nelson Mandela). Pero él achacaba su éxito a que «la política nunca jugó un papel en mi carrera». Además, jamás se le subió a la cabeza la admiración general porque «no habría tenido mucho éxito si permitiera que el bombo sobre el detective distorsionara mi enfoque».
La jubilación no fue el final de este sabueso de leyenda. Creó una agencia de detectives y, como los grandes deportistas, ofreció su experiencia a las nuevas generaciones. A los que soñaban con ser superdetectives como él les reclamaba «pasión» y que se olvidaran del sueldo: «A menudo escaso, nunca debe ser más que una cuestión secundaria». En su currículum dejó escrito su ideario: «Si tuviera que resumir todo lo que creo y espero representar y simbolizar en una palabra, tendría que ser: Esperanza».
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