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antonio corbillón
Martes, 23 de mayo 2017, 03:08
Suenan ritmos latinos al fondo de una nave llena de ovejas en Moral de la Reina, en la parte vallisoletana de Tierra de Campos. Bachatas, cumbias... letras de amor para poner ritmo al particular baile que una decena de esquiladores uruguayos interpreta junto a 2.400 ovejas. Al final de la jornada, ninguno de los rumiantes conservará su frondoso vestido, un blindaje de lana superior a los dos kilos de peso que les ha permitido superar el invierno de la meseta. El equipo de música está colgado junto a las tijeras eléctricas que el capataz, Luis Ojeda Moncho, y sus muchachos manejarán con solvencia durante ocho horas. Preside el baile la bandera albiceleste con su imagen de un sol de rostro humano.
Ojeda es un veterano del esquileo en España. Cumple diez temporadas y representa la consolidación de la capacidad de trabajo y seriedad de los uruguayos, lo que les ha convertido en los más demandados para desnudar a los 16 millones de cabezas que forman la cabaña nacional. Durante la temporada recién empezada y que se prolongará hasta el final del verano llegarán a España unos 500 temporeros de todo el mundo. Al menos la mitad lo harán del Cono Sur. «Nosotros los contratamos uno a uno, sin intermediarios. Son gente seria y no dan problemas, nada que ver con algunos del Este», explica su patrón español, Ignacio Fidalgo. Su empresa, Esquiladores de la Montaña de León, espera pelar este año más de medio millón de animales. Y, aunque contrata cuadrillas de otras nacionalidades, no oculta su preferencia por estos curtidos hijos del rural porteño.
Han quedado atrás los tiempos en que los ganaderos podían permitirse traer a neozelandeses y australianos, la creme de los barberos de granja. Entre la excelencia de los australes y el trabajo más «a bulto» de polacos o rumanos, los uruguayos supieron hacerse hueco. Y para ellos ha supuesto una salida para superar la brutal crisis de su cabaña ovina, que se ha reducido a la cuarta parte en una década y apenas supera los 7 millones de cabezas.
Como las cuadrillas taurinas aunque con menos glamur, el grupo llega del hotel de carretera en amplias furgonetas. Su preparación matutina se asemeja a los prolegómenos de lo que será un largo combate. Hombres fornidos que hacen estiramientos, se colocan muñequeras y protegen sus manos. Saben que la jornada será dura. Diez hombres contra un ejército de 2.400 ovejas assaf. La cuenta es clara: 240 cada uno. Esta raza de origen israelí es la mejor para dar leche. Pero la peor para sacarle la lana. «Son nerviosas, con un pelo irregular. Y tienen rabo largo por lo que, al volcarlas sobre el culo, se revuelven inquietas», explica Ignacio Fidalgo, que fue esquilador antes de vender su rebaño y hacerse empresario.
Artes marciales
La música de fondo pone sentido a la coreografía de balidos y carreras nerviosas del ganado. La sesión empieza con el acarreo de cada oveja. Los anglosajones están a punto de inventar un robot que sujete al cuadrúpedo, pero aquí solo la pericia de karateca de cada hombre le permite dominar a su presa. Algunos usan la técnica tally hai, otra aportación desde Nueva Zelanda que permite hacer una llave inmovilizante a la oveja y dejar que la tijera eléctrica desnude su pellejo desde la barriga. Alguna res tiene tal baile de san Vito que se acaba llevando un buen arañazo. Un espray cicatrizante de intenso color azul evita males mayores.
Incluso ante ejemplares tan poco dóciles como éstos, un buen esquilador nunca tardará más de cuatro minutos en soltar a cada pieza. Y a alguna la despachan en poco más de uno. «He llegado a pelar 14.800 en 60 días», explicará después Moncho Ojeda.
Después es cuando la primera tanda de las reses desfila desnuda y con lamentos desvalidos hacia los corrales y la cuadrilla se toma un respiro para almorzar. Antes no hay tiempo que perder porque se cobra a la pieza y los minutos son dinero. Estos hombres vienen con contrato fijo mensual. Pero la realidad es que cobrarán en función de las cabezas trasquiladas. Si el empresario es honrado, se llevan un euro por pieza. Eso es el triple de lo que les pagan en casa.
CABEZAS EN 'NEGRO'
No hay precios fijos por lo que los costes de referencia son como una partida de póquer en la que nadie cuenta su verdad. Daniel Carrillo preside la única asociación que existe en España y calcula que no quedarán más de mil esquiladores autóctonos. «Ahora los traen de fuera, les dan contratos en origen. Los sobreexplotan y eso nos hace mucho daño a nosotros», se queja. Pero el pirateo también se produce in situ con brigadas que salen de Extremadura y cobran en negro para no perder su PER (paro rural de los temporeros). A veces les contratan cooperativas que reciben subvenciones de Europa y las gastan arañando en estos costes. Los precios rondaron los dos euros por cabeza, pero este año no pasan de 1,70. «Si un ganadero me dice que baje el precio, le digo que coja una cuadrilla de fuera», se defiende Carrillo.
Sentado junto a sus hombres en los asientos de la furgoneta, Ojeda tira de cuchillo para cortar chorizo y embutido mientras el benjamín, Carlitos Perdomo (25 años), reparte pan de molde. Para empujar todo estómago abajo, unas pepsicolas. De postre, un yogur de litro a compartir. El olor del ganado narcotiza el ambiente y la comida se apura sin más. En las manos de todos, callosas y con nudos, se puede leer un manual completo de dura vida rural. El grupo llegó desde la provincia de Soriano. Si a la España interior ya se la conoce como la Laponia del Sur, qué decir de este departamento uruguayo del tamaño de Navarra pero con menos población que toda Soria.
El jefe del equipo recuerda que aprendió el oficio de su abuelo, su padre y su hermano. «Llevo 21 años cn las tijeras y las cogí por primera vez con 17». Como si fuera un jugador de la NBA, Luis lleva una libreta en la que anota sus estadísticas. Cuando acabe la temporada española habrá trasquilado «cerca de 30.000 ovejas».
También empezó con 17 años, hace ocho, Carlos Perdomo. Su mayor queja son las pocas horas de sueño que puede robar a su jornada. «Cuando llegas al hotel tienes que lavar la ropa, hacerte comida... Hay días que apenas duermo cuatro horas y media».
¿Y qué hace en los ratos libres?
Nada. No hay nada en la cabeza: solo esquilar y esquilar. No quedan ganas ni para un mate.
Es cierto. Ni rastro del termo, la bombilla (pajita) o el vasito del que nunca se separa un uruguayo que se tenga por tal. Pero todo es mucho mejor que en su país, donde un temporero cobra menos de la mitad y muchas veces duermen en colchones en las granjas. Similar a lo que soportaban los vendimiadores españoles en Francia hace treinta o cuarenta años.
Las redes sociales han hecho mucho más llevaderos estos dos meses largos de gira de pueblo en pueblo, cumpliendo los contratos que les negocian sus intermediarios locales. La cuadrilla recorrerá el antiguo reino de la Mesta. De León a Badajoz, y de Zamora hasta Ávila o Segovia. «La primera vez que vine pasé 20 días sin comunicarme con mi familia. Además no tenía ni un peso rememora Ojeda. Ahora, con las redes, estamos al día a todas horas».
De hecho, las distintas partidas de uruguayos que se mueven por España mantienen varios grupos de Facebook donde intercambian pareceres y se ofrecen información. «Solemos ser cuadrillas de la misma zona. Cada uno va a lo suyo pero hay camaradería», resume el jefe. «Nos pagan poco, pero se vive bien», tercia de golpe y con sonrisa irónica Numan Martínez, el más callado del grupo. Con una amplia familia que mantener en Uruguay, será uno de los que mejor aproveche el colchón de dinero que se llevará de España. Los seis hijos que le esperan en casa lo agradecerán el resto del año.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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