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Iñaki Esteban
Sábado, 13 de mayo 2017, 02:22
Los turistas que venían a España en los años cincuenta admiraban el país por su aire primitivo, por ser la reserva atávica de Europa. Llegaban como antropólogos de salón, con unas guías bajo el brazo que les prometían emocionantes espectáculos en vivo. Entre ellos, el ... degüello de una oveja por un campesino o el paseo de unas señoras vestidas de negro de arriba a abajo, con un enorme parecido a las del burka de hoy. Luego añadieron la playa y la disco, el cubata y los camareros de los hoteles con guantes blancos, todo por un precio ridículo para los sueldos de la Europa del bienestar.
La historiadora del arte Alicia Fuentes Vega ha reunido las imágenes de libros, revistas, carteles y postales, entre otros documentos, para analizar la imagen de los españoles dentro y fuera del país durante el desarrollo del turismo a partir de los años cincuenta. Para ello ha descubierto tesoros iconográficos en archivos como el de la multinacional turística Thomas Cook, la British Library de Londres, la Biblioteca Nacional y el Centro de Documentación de Turística de España. A partir de estos hallazgos ha escrito 'Bienvenido, Mr. Turismo. Cultura visual del 'boom' en España' (ediciones Cátedra), que acaba de llegar a las librerías.
Residente en Berlín, donde disfruta de una beca posdoctoral, Fuentes Vega cuestiona el «cliché» de que los turistas y sus costumbres abrieran la mentalidad española y ayudaran así a deslegitimar el régimen nacional-católico de Franco. Es una versión que aparece en la obra de algunos historiadores como Stanley G. Payne y en la serie 'Cuéntame'. En su momento, también la sostuvo el mismísimo Luis Carrero Blanco que, contra la opinión de Fraga, veía a los foráneos como una horda de libertinos que implantaría el «comunismo ateo».
A esta historiadora, sin embargo, no le convence el planteamiento. «El turismo proyectó la imagen de una España hospitalaria en un momento en que las potencias internacionales se congraciaban con el franquismo. Es decir, sirvió para su rehabilitación. Y a los turistas ni se les ocurría pensar que venían a una dictadura». Aún más, en algunas guías de la época, sobre todo alemanas, se justificaba la Guerra Civil por un supuesto descenso a la anarquía durante la Segunda República.
Personajes goyescos
A los extranjeros les encantaba y les espantaba lo que Fuentes Vega llama la «iconografía retrohispánica». Veían en los mendigos personajes goyescos, o directamente salidos de los cuadros de Murillo. Arrobados por el «morbo de lo primitivo», les parecía increíble que aún se hiciera la matanza en las casas de los pueblos.
En los álbumes de fotos personales, reinan las imágenes en las cuevas-vivienda, a pesar de los escandalosos timos de los que eran objeto. En las postales y en los libros, el botijo deviene un motivo central, en competencia con los burros, incluido uno yé-yé que aparece tumbado en una playa con una guitarra sobre el lomo.
La mayoría de los turistas no se tomó a bien la propaganda franquista de los sesenta, que hacía gala de las primeras autopistas. Llegaban a Madrid y les decepcionaban los rascacielos. Menos mal que en la plaza de España, donde se concentraban parte de estos edificios, había una estatua de Don Quijote y Sancho.
Los extranjeros no querían renunciar a la «autenticidad» española, «concepto del todo resbaladizo», apunta Fuentes Vega. La imagen oficial aspiraba a combinar desarrollo y tradición. En el caso del País Vasco, las postales unían dantzaris en estado levitante -casi en la onda del Voltaire que definió a los vascos como «ese pueblo que salta en los Pirineos»- con el aeropuerto de Sondika, que se había modernizado entre 1964 y 1965. En otra postal, una mujer ataviada con su vestido de poxpolina pone pescado en la brasa exterior del Hogar del Pescador de Santurtzi, con un fondo en el que aparecen unos Altos Hornos estetizados e idealizados.
El mito de las suecas
La historiadora aborda, cómo no, el tema central de las suecas. Según la versión más común, las extranjeras ayudaron a aliviar la represión sexual de los hombres y elevó la conciencia de género de las mujeres al tener que enfrentarse a nuevos modelos femeninos. En realidad, ellas también venían con la esperanza de liberarse, como relata una danesa, porque en su país también pesaba la mojigatería.
Pero más que en la figura de la sueca, Fuentes Vega se fija en la del 'latin lover'. Según las imágenes de la época, más que un galán disponible las 24 horas del día, era un camarero repeinado que con su traje blanco de botones dorados llevaba en los hoteles los cócteles a las tumbonas de las piscinas. Funcionaba, en definitiva, como un sirviente.
«Habría que repensar la figura del 'macho ibérico' como una ficción de circulación estrictamente nacional», avisa la investigadora. Películas como 'Manolo La Nuit' (1973), en la que se ve Alfredo Landa paseando con chulería por la pla ya, bajo la mirada atenta de las extranjeras, reflejaban los fantasmas y las fantasías de los españoles, no la realidad.
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