FERNANDO MIÑANA
Sábado, 29 de abril 2017, 02:08
Tras una nueva sobredosis, la novena que sufría en su desordenada vida, los médicos pensaban que lo perdían. Khalil Rafati era un yonqui del Skid Row de Los Ángeles, un terrible suburbio atiborrado de indigentes y colgados, que iba hasta las cejas de heroína. Otra ... vez en el umbral, a un paso de dejar este mundo. Como aquella vez que unos intrusos le dispararon a través de la puerta del aseo donde estaba pinchándose. Un desfibrilador y una fuerte sacudida le devolvieron a su cruda realidad. Había tocado fondo.
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Era 2003 y Khalil tenía 33 años. Ya hacía tiempo que había llegado a California sin bajarse de su coche desde que salió chirriando ruedas desde Toledo (Ohio), donde el hijo de un musulmán de origen palestino y una judía polaca vivió una infancia horrible en la que dejó la escuela, sufrió abusos sexuales y flirteó con robos y altercados.
Bajo el sol de California soñó con ser una estrella de Hollywood, pero lo más cerca que estuvo fue cuando limpiaba los cochazos de clientes como Elisabeth Taylor, Jeff Bridges y Slash. Los beneficios los invertía en marihuana, que revendía al menudeo. Poco a poco fue dejándose llevar hasta que acabó gastándose todo su dinero en heroína y crack. Lo perdió todo y acabó durmiendo entre cartones, borrachos y drogadictos. «Fui arrestado más veces de las que puedo recordar. Estaba hecho un completo desastre».
Eran los tiempos en que Khalil Rafati era un tipo enjuto que no pesaba ni cincuenta kilos, llevaba el pelo tintado de un rubio barato y tenía un rostro salpicado por manchas horribles. Ese retrato es ahora la portada del libro titulado I forgot to die (Me olvidé de morir), la biografía que publicó en 2015 para inspirar al mundo que desde las cloacas también se puede alcanzar el cielo.
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Khalil Rafati es ahora un reflejo del éxito. Tiene 47 años, un pelo castaño muy cuidado, un cuerpo torneado y una sonrisa blanca y radiante que ilumina toda California, por donde se reparten las seis franquicias de Sunlife Organics, el negocio donde vende sus zumos de frutas y verduras milagrosas y sus alimentos orgánicos perfectos para una vida zen que le ha hecho millonario.
Aquella sacudida que le devolvió la vida convenció a Khalil de que no podía seguir desperdiciándola. El yonqui esquelético se enclaustró durante cuatro meses en un centro de desintoxicación del que salió limpio. Pero siguió fumándose un paquete de cigarrillos cada día, devorando comida basura y atiborrándose de café y bebidas energéticas. Estaba deprimido y sin fuerzas.
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Emplea a exdrogadictos
Un buen día se reencontró con un viejo colega de Toledo, un hippie descatalogado que resultó ser una enciclopedia andante sobre vitaminas, comida orgánica y alimentos nutritivos. Khalil abrió en 2007 su propio centro de rehabilitación, Rivera Recovery, donde cobraba 10.000 dólares al mes a clientes a los que agasajaba con fabulosos smoothies como el Wolverine, un compuesto de plátano, polvo de maca, jalea real y polen que levantaba el ánimo de exadictos traspuestos.
Los brebajes comenzaron a ser conocidos en Los Ángeles y su creador, que se había recorrido el sudeste asiático y centroamérica en busca de los productos de la naturaleza más saludables, y que llegó a la conclusión de que lo mejor era lo que siempre decían las abuelas «come mucha fruta y verdura», abrió con sus últimos ahorros y la ayuda de un deportista anónimo Sunlife Organics.
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Aquella barra de zumos y alimentos saludables fue como un tiro y ya el primer año le proporcionó un millón de dólares. Khalil Rafati es hoy un hombre muy rico, con seis franquicias de su negocio, que viaja en su propio jet y ha convertido su idea en una filosofía de vida representada en su logo, una flor de loto rosa, y su eslogan: Amar, curar e inspirar. El empresario, de 47 años, no se queda en la fachada y da trabajo a más de doscientos jóvenes, muchos de ellos recién salidos de la drogadicción, sonrientes y felices. Del cuello cuelga una cruz rodeada por una estrella de David que le recuerda de dónde viene. «Fue duro pero, por la gracia de Dios, ahora estoy vivo y feliz. Me siento agradecido de estar donde estoy y no estaría aquí si no hubiera pasado por todo ese dolor».
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