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Elena Sierra
Jueves, 13 de abril 2017, 01:58
Una parábola del Antiguo Testamento para tratar de explicar la infancia. La figura de Jesús como guía por la historia de los símbolos. Los momentos previos al nacimiento del cristianismo, espejo del surgimiento de los movimientos populistas. En los últimos meses se suceden lanzamientos de ... novelas y ensayos con la Biblia de música de fondo. En el extranjero y aquí, con autores como Gustavo Marín Garzo, Adolfo García Ortega o Beñat Arginzoniz, que proponen un viaje a los márgenes de lo real.
Martín Garzo ha recurrido al «relato más oscuro» de la Biblia, el sacrificio de Isaac, para regresar a su infancia. De esa parábola nace su libro 'No hay amor en la muerte' (Destino), que «más que una novela, es un largo poema». Para el escritor vallisoletano, los textos bíblicos están en la base de la cultura occidental y aunque «hoy se da la espalda a la tradición, y la Iglesia produce rechazo en la gente por el papel que jugó durante muchos años en este país, la literatura nos ayuda a recoger esas enseñanzas y devolverlas a la vida».
Él ya lo hizo hace más de dos décadas con 'El lenguaje de las fuentes', en la que narraba el nacimiento de Jesús desde el punto de vista de José. Ahora se ha decantado por el sacrificio que Dios le pidió a Abraham, matar a su hijo: «Es el conflicto atemporal entre el deber y el amor, pero como decía Elias Canetti, yo quiero combinar ambos».
Puede que, como dice Martín Garzo, hoy cueste asumir la herencia del cristianismo en Occidente, pero lo de acercarse desde la literatura a las figuras de los textos en los que se fundamenta la religión no es nada nuevo (ni una rareza). El irlandés Colm Tóibín se ha atrevido a ponerse en la piel de la madre de Dios con 'El testamento de María', el nicaragüense Sergio Ramírez a usar el sentido del humor con la historia de Abraham e Isaac en 'Sara' y el francés Emmanuel Carrère a interpretar la Palabra en 'El Reino'. Sostenía que «el cristianismo es un invento revolucionario». Como hay mucho misterio en el tema, los catedráticos José Luis Corral y Antonio Piñero han contado en 'El trono maldito' cómo era la vida en la primera mitad del siglo I Jesús de Nazaret no era protagonista, pero sí pieza clave de una trama de aventuras, conflictos y amor. Dos grandes de las letras como José Saramago y Norman Mailer también se encargaron del tema a finales del siglo XX
El episodio del frustrado sacrificio del primogénito de Abraham es algo que lleva en su mente desde hace muchos años, desde niño. «Cuando estudiábamos Historia Sagrada, esta era una de esas narraciones que por su oscuridad te dejaban helado. ¿Cómo un padre iba a actuar contra la ley básica de proteger a su hijo?», se sorprende aún hoy. «Y he vuelto a ella para preguntarme qué pasó y sobre todo porque me pareció que faltaba el punto de vista del hijo, que no contaba para nada. Pero, ¿cómo se sentía él cuando bajaron de aquel monte?».
No hay, dice, un sentimiento religioso detrás de la recuperación de este episodio de la Biblia, sino la atracción «por los mitos, sean griegos, hindúes o cristianos. Son como cuentos de hadas que explican lo que somos como seres humanos».
«Jesús es un camino»
El bilbaíno Beñat Arginzoniz lo comparte. El autor de 'El Evangelio del hombre / La mirada triste del anticristo' (Ediciones el Gallo de Oro) no es católico. Ni siquiera está bautizado, pero ha elegido la figura de Jesús para su último libro porque «pertenece a nuestra cultura y a nuestro mundo simbólico. Quizá a los progres trasnochados les hubiera interesado más Buda o Lao Tse, pero yo no escribo para ser exótico sino para profundizar en lo que me rodea».
Jesús no es un personaje, sino un arquetipo, «un camino y un horizonte que nos hace libres e irreductibles, y esto es lo que convierte a Jesús en un revolucionario. Hay que estar muy ciego para no darse cuenta de que Jesús existe dentro de todos nosotros como un símbolo de transformación», plantea. Por supuesto, se trata de un personaje «alejado de las instituciones religiosas, que son las que han aniquilado la experiencia mística y por lo tanto la posibilidad de vivir en un mundo nuevo o mejor».
Para Arginzoniz, Jesucristo es revolucionario por enseñar «a creer en lo imposible» y por poeta, porque «conocía muchas otras metáforas distintas a la del dinero». Y por eso habla del amor, que es lo que destaca en su novela. «En este mundo sólo existen las personas».
El escritor Adolfo García Ortega, ahondando en esta última idea, ha preferido acercarse a esa figura desde muy lejos de la visión cristiana y narrar el periodo anterior al nacimiento del Cristianismo y sus instituciones. Jesucristo es en 'El evangelista' (Galaxia Gutenberg) una «mezcla de hippy y melancólico, un hombre un poco simple, alguien que va a lo suyo; un tipo de corte mesiánico, un poco mago como había tantos en su época», un tal Yeshuah al que llaman el Visionario.
En los tiempos de Tiberio y el poder romano sobre las tierras de Jerusalén y Galilea, casi sin querer monta un movimiento revolucionario en un mundo «triste y duro en el que los invasores romanos marcaban un contexto ya de por sí revuelto con la presencia de un sinfín de sectas y movimientos».
Todo este contexto le sirve para plantear una reflexión sobre cómo «nacen los movimientos populistas, el patrioterismo extremo. Siempre hay alguien que dice algo y otros que lo interpretan en su beneficio. Y eso, como demuestra la Historia, siempre acaba en violencia, en guerras, en sangre».
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