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Irma Cuesta
Miércoles, 22 de marzo 2017, 02:31
Si alguien cree que fue solo la desesperación la que llevó a Rafael Vidal Rodríguez (Madrid, 1977) a convertirse en inventor, se equivoca. El creador de las muletas más ligeras del mundo llevaba varios años ideando los más variopintos aparatos cuando el azar quiso que fuera uno de los 19 supervivientes de uno de los peores accidentes de aviación de la historia de España.
El 20 de agosto de 2008, en el primer día de sus vacaciones, Rafael acudió a Barajas y se subió en el McDonnell Douglas MD-82 que a primera hora de la tarde partía con destino a Gran Canaria. El mismo que, inmediatamente después del despegue, se estrelló junto a la pista llevándose por delante la vida de 154 personas. Sin saberlo, sin siquiera imaginarlo, Rafael comenzó aquel día a escribir la historia que está a punto de colocarle, a él y a su socio, Miguel Camppiello, en lo más alto del ranking de la innovación en el campo de la movilidad. Dentro de siete días, su empresa, INDESmed, acudirá a Naidex, la feria del sector más importante de Europa, no solo para mostrarse al mundo, sino para saborear el éxito de haber quedado finalistas del Premio a la Innovación por haber creado las muletas más ligeras del mercado.
La aventura de Rafael Vidal comenzó siendo aún un estudiante de Telecomunicaciones. Tenía 23 años cuando hizo el primer intento después de haberle fichado una empresa inglesa que trabaja en el campo de la neurología. El chaval ideó entonces unos servidores de vídeo para grabar los estudios de sueño que se hace a la gente con problemas neurológicos. «Lo hice con un amigo y la cosa salió fatal. La idea no era mala, pero supongo que éramos demasiado jóvenes. Lo único que hicimos fue perder dinero», dice riéndose. Luego, siendo ya un ingeniero hecho y derecho, lo intentaría con una máquina para hacer electromiogramas (que permite diagnosticar enfermedades neuromusculares). «Fue un poco lo mismo. Hice un aparato súper chulo, pero se me olvidaron un montón de cosas; una empresa es mucho más que un buen aparato, y por aquel entonces no lo sabía».
Rafael trabajaba en el departamento de I+D de una empresa vinculada a la industria médica cuando aquel 20 de agosto salió de casa feliz convencido de que tenía por delante unos cuantos días de playa y surf en Gran Canaria. El accidente, además de marcarle para siempre, desbarataría sus planes y le obligaría a pasar su particular calvario. «De aquello salí con un montón de fracturas que se fueron curando, pero tenía una en la tibia que no terminaba de cerrarse. Los médicos no sabían cómo arreglarlo. Ni siquiera me decían si algún día se podría arreglar... y así empezó todo. Al año del accidente ya tenía un cabreo importante. No podía ser que alguien que tiene que llevar muletas durante un tiempo, o durante todo lo que le queda de vida, tuviera que sufrir esa pesadilla. Dándole vueltas a eso pensé que era importante intentar mejorar lo que había; sacar un producto al mercado que, entre otras cosas, solucionara la tendinitis que provoca el uso prolongado de muletas», recuerda ahora que volverá a subirse a un avión para poner rumbo a Inglaterra.
De hasta qué punto el enfado y la determinación de Rafael Vidal fueron colosales dan idea los resultados, pero la pregunta es si de la contrariedad llega la inspiración, o si a los inventores que pueblan el planeta les llega en forma de una suerte de iluminación divina. El dice que después de haber trabajado siempre en I+D uno sabe que las ideas no son algo que lleve mucho tiempo; que son cosas que las ves de repente, o no las ves; que en un momento dado te planteas: ¿Y si esto se hace de esta manera?
¿Recuerda cuándo le llegó a usted la inspiración?
Recuerdo estar un día en casa más que indignado y empezar a hacer dibujos en un papel; coger una calculadora, empezar a echar números... así empezó la cosa, trazando vectores de fuerza. Cuando se tiene una idea la primera pregunta es por qué no se ha hecho hasta ahora... Entonces te dices: igual es porque no se puede. La segunda es ¿y si se puede?
Vamos, que además de tener una mente privilegiada hay que ser un poco cabezota.
Mucho. Enseguida los ingenieros, los industriales, te dicen que no, que esa o aquella pieza no se puede fabricar, que va a ser imposible, y tu dices: ya veremos.
Y mientras pasaba todo esto, seguía intentando curarse...
Cuando empezamos con la patente seguía con operaciones. Hacía prototipos entre operación y operación. En total fueron dieciséis. Quince para terminar de estropearme y una para arreglarme. Estuve cinco años llevando muletas.
EN LA CIMA
Tras cinco años de existencia, INDESmed acude el próximo martes a Birmingham para recibir uno de los mayores reconocimientos a los que puede aspirar una empresa dedicada al sector de la autonomía personal. Haber sido seleccionados para optar al premio anual a la innovación que concede esta feria de renombre mundial no es, sin embargo, el mayor logro de la empresa fundada por Rafael Vidal y Miguel Camppiello. Ellos dicen que el mayor reconocimiento es que la gente que está usando el producto se lo haya agradecido; que algunos, incluso, les hayan asegurado que les ha cambiado la vida. Y también saber que varios pacientes de EE UU, a los que iban a operar de tendinitis, ya no necesiten pasar por quirófano después de haber estado utilizando sus muletas durante una temporada; o que en España un especialista del Hospital madrileño La Paz esté realizando un estudio para valorar los resultados de su uso continuado. Javier Vidal afirma que cuando uno está enfermo y pasando por una recuperación larga y costosa, la cabeza es un factor fundamental, y que convivir con un aparato que te está recordando continuamente que estás mal ayuda muy poco. Él ha conseguido dotar a sus muletas de una calidad y un aspecto deportivo único. «Eso, psicológicamente, influye para bien», dice alguien que sabe perfectamente de lo que habla.
O sea, que llegó a estrenar las suyas.
Sí. Las primeras unidades se vendieron en 2011 y todavía las necesitaba.
Y en su casa, sus amigos, ¿qué le decían?
Mis amigos siempre han pensado que estoy mal de la cabeza, pero eso es de mucho antes del accidente. La verdad es que me tienen muy bien considerado.
Miguel Camppiello, su socio, es uno de ellos.
Sí. Y somos socios al 50%. A Miguel lo conocí en el departamento de investigación de una empresa de rayos X en el que trabajábamos antes de todo esto. Debieron hacer un proceso de selección de personal bastante curioso, porque otro compañero está ahora en Silicon Valley y otro en Suiza trabajando en el acelerador de partículas.
El hecho es que cinco años después de alumbrar sus codiciadas muletas la empresa no para. Han firmado un acuerdo con la Universidad de Alcalá para un tema relacionado con el párkinson, están a punto de sacar adelante unas medias de fibra de bambú para prevenir y tratar las varices que, según Rafael, resultarán fantásticas en comparación con las acrílicas de toda la vida, y mientras tanto buscan financiación para contratar más ingenieros porque no dan a basto.
La pregunta, sin embargo, es qué tienen sus muletas y sus bastones -porque también fabrican bastones- para que se las quiten de las manos en buena parte del mundo, especialmente Alemania, Estado Unidos, Italia y Asia. Él dice que son, además de ligeras, bonitas, y que si unas normales vienen a pesar de media un kilo cada una, las suyas no pasan de 240 gramos, más o menos lo que pesa un smartphone.
La demostración de que algo tienen es que gente como el Rey Emérito, o uno de los hijos del magnate Rupert Murdoch, se han hecho adictos; la prueba de que Rafael es un tipo único es la forma en la que ha salido adelante. «Muchas veces me preguntan si sigo viajando en avión. ¡Claro que sí! Pero la realidad es que es complicado superar algo así. Te dices: yo estoy bien; pero ves el panorama a tu alrededor... es muy difícil de digerir».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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