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Lorena Gil
Martes, 28 de febrero 2017, 03:02
Eran las nueve de la mañana de un domingo nublado. Como cada fin de semana, aquel 29 de mayo de 1994 Resurrección salió a dar un paseo con su marido y su hija por la playa de La Arena, en Muskiz. «Era una costumbre que ... teníamos porque era el único día que no trabajábamos. Cruzábamos la playa y desayunábamos en el otro lado, en Zierbena, y vuelta. Dos horitas que aprovechábamos para hablar en familia», relata. De repente, «me encontré con una cartera a los pies». Se agachó a recogerla. La abrió. «Y nos destrozó la vida».
La explosión arrancó la mano izquierda a Resu, como la conocen sus amigos, y la metralla le causó heridas por todo el cuerpo. También a su hija. Ambas tuvieron que ser ingresadas con pronóstico grave en el hospital de Cruces. «Estuvimos varios días sin ver, con los ojos tapados, pero finalmente nos recuperamos», revela. La deflagración no alcanzó a su marido. «Íbamos de la mano, pero se acababa de soltar porque el perro se había marchado», recuerda Resu, que entonces tenía 50 años. «Pero de vernos a las dos en la arena, en aquellas circunstancias, al final cogió una depresión». «Falleció hace poco y, aunque nadie me ha dicho nada, yo sé que nunca superó aquello», expresa. Otra cartera bomba explotó ese día en el monte Artxanda, en las escaleras que une la tradicional zona de restaurantes con el acceso al funicular, e hirió a un hombre mayor que también había salido a dar una vuelta.
El de Resurreción Basarrate es uno de los testimonios que se recogen en el documental de la AVT Voces calladas. El verdadero relato que la asociación presentó ayer en Madrid. Ocho damnificados narran en la película cómo ha sido su vida durante estos años y la manera en la que afrontan el futuro.
Dos anillos
Participan en ella Ángela Rosa Durán, viuda de Ángel Rodríguez, mecánico asesinado por ETA; Antonio Malfeito, herido en el atentado de la Plaza República Argentina de Madrid; Lorena Díez, hermana del escolta de Fernando Buesa, Jorge Díez; Genoveva Iglesias, madre del funcionario de prisiones Ángel Jesús Mota; Nacho Parada, hijo del Guardia Civil Alfonso Parada; José Javier Motos, hijo de Lorenzo Motos, teniente coronel del Ejército, y el presidente de la AVT, Alfonso Sánchez, herido también en el atentado de la Plaza República Argentina.
«En la playa se quedó todo», prosigue Resu en conversación con este periódico. «Llevábamos un negocio de carnicería, 27 años en Barakaldo, y no pudimos atenderlo... Tras pasar varios tribunales médicos, nos jubilaron». Bilbaína de nacimiento, acaricia con su mano derecha la prótesis de la izquierda. En ella luce dos anillos. «La alianza y otro que me regaló mi marido», explica. Resurrección fue reconocida como víctima del terrorismo, «pero a día de hoy no sé quién ha sido».
En un primer momento se habló de ETA, «pero al día siguiente ya empezaron a decir que había dudas», evoca. «Una bomba se llevó mi mano y aún no sé quién la puso, ésa es la realidad». Resu lamenta que «tras salir del hospital -estuvieron ingresadas poco más de un mes-, el caso se había cerrado». «Nadie me ha preguntado nada. Ni un policía ni una sola autoridad», reprocha. 23 años después, todavía se hace la misma pregunta: «¿Quién puso la cartera?».
La poesía le ayudó a tirar para adelante. «Entonces no se hablaba de estas cosas. Un día me encontré frente a un folio en blanco y empecé a escribir. Tenía odio y rabia, quería sacarme eso de dentro. Hoy puedo decir que tengo paz interior», asegura. Durante más de cinco años, Resu miró «de lejos» la playa de La Arena. Hasta que nacieron sus nietos. Su alegría. «Les he llevado desde que nacieron. Ellos saben lo que pasó, porque se lo fuimos explicando. Siempre me han visto sin mano, pero no han percibido nuestro dolor ni nuestra angustia. Eso era algo que teníamos muy claro», afirma.
Resurrección confía en que «los partidos, sean de la ideología que sean, puedan llegar a un acuerdo» y poner fin a décadas de violencia. «En cuanto hay armas, las ideas desaparecen y llegan los asesinatos», advierte. Echa la vista atrás y solo pide una cosa: «Que nadie sufra más, que ya ha habido demasiado sufrimiento aquí».
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