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INÉS GALLASTEGUI
Martes, 20 de diciembre 2016, 01:34
El adverbio lejos no le hace justicia. Está en el quinto pino. Donde Cristo perdió la alpargata. Literalmente, en el culo del mundo. El polo de inaccesibilidad del Pacífico es el lugar del océano más alejado de las costas más próximas. Dista 2.688 kilómetros de las islas de Ducie (archipiélago Pitcairn), Motu Nui (Chile) y Maher (tierra de nadie, Antártida).
Todas desiertas. Quizá por eso es más conocido como Punto Nemo, en homenaje al protagonista de la novela de Julio Verne Veinte mil leguas de viaje submarino, que aparcaba el Nautilus muy cerca, en la ficticia ínsula Lincoln. Nemo significa nadie en latín, y el nombre le va que ni pintado a este paraje aislado en el que, efectivamente, no es probable encontrarse con otro ser humano. Bueno, ni humano ni de cualquier otro tipo.
Dado el caprichoso trazado de las líneas de costa y la existencia de miles de islas salpicadas por los océanos, calcular el lugar exacto en que se encuentra un punto perdido en medio del mar pero justo en medio era un reto. Lo hizo con gran precisión en 1992 el ingeniero Hrvoje Lukatela con un software llamado Hiparco que, teniendo en cuenta que la superficie del planeta es tridimensional, determinó el polo de inaccesibilidad en un punto equidistante de las tres masas de tierra más próximas.
Él nunca ha estado allí. Ya jubilado, encuentra divertido que la fama le llegase por una trivialidad geográfica que «en realidad nadie necesita», en vez de por su «nuevo método de soluciones numéricas a las ecuaciones diferenciales de la geometría elipsoidal». Todo fue fruto de la casualidad: formado en Geodesia y entrenado por IBM como programador en Zagreb (entonces Yugoslavia, hoy Croacia), unió sus dos vocaciones al emigrar a Canadá en los primeros 70 y se convirtió en uno de los pioneros de la Geomática, la aplicación de las nuevas tecnologías a las ciencias de la tierra. De pronto, le llegó por dos vías distintas la misma pregunta: ¿cuál será el punto del océano más lejano de la costa? Le pareció que sería una buena forma de publicitar su programa que acabaría vendiendo a Microsoft y se puso manos a la obra. ¿Por qué Nemo? «Pasó sus días navegando los siete mares y nunca más puso un pie en tierra. El nombre parecía apropiado», señala a este periódico el descubridor, que conserva, más de 60 años e innumerables mudanzas después, su ejemplar infantil del libro de Verne.
Lukatela situó su punto en las coordenadas 48º 52.6 Sur 123º 23.6 Oeste, aunque aventura que una medición más precisa o la erosión de las costas quizá podría modificar su localización «en unos metros». Israel Quintanilla, profesor de Ingeniería Cartográfica en la Universidad Politécnica de Valencia y promotor de la web divulgativa Geomática.es, añade otro factor que podría moverlo: el desplazamiento de las placas tectónicas sobre las que se asientan las tierras emergidas, de varios centímetros al año, que registran los sistemas de geoposicionamiento por satélite (GPS, Glonass, Galileo).
Lo cierto es que se trata de una zona de ausencias. El lugar habitado más cercano, a 2.700 kilómetros, es la Isla de Pascua, territorio chileno situado en la Polinesia. El tráfico de barcos es escaso: muy pocas rutas marítimas pasan por las proximidades.
Entre los pocos hombres que han llegado a este remoto lugar están los regatistas de la vuelta al mundo a vela Volvo Ocean Race. «No hay nadie relataba en 2014 Chuny Bermúdez de Castro, patrón del Abu Dhabi. Si todo va bien puedes estar lo más tranquilo del mundo. Pero por esa misma razón, si estás en un apuro nadie te puede ayudar». Para hacerse una idea, el barco má s rápido tardó en llegar al Punto Nemo 15 días, 10 horas y 37 minutos desde el inicio de la etapa, que comenzaba en Itajai (Brasil) y terminaba en Auckland (Nueva Zelanda).
De hecho, parece que los seres humanos más cercanos son los astronautas de la Estación Espacial Internacional cuando orbitan por encima de este punto a unos 400 kilómetros de distancia.
Por no pasar, no pasan por aquí ni las corrientes marinas, a causa de las características geodinámicas del Punto Nemo, y eso hace que la biodiversidad sea también escasa. La lejanía de las masas de tierra y la falta de corrientes que traigan nutrientes hace que estas aguas a una temperatura media de 6 grados en la superficie sean biológicamente pobres. No obstante, hay excepciones. En el fondo marino, a unos 3.700 metros de profundidad, el contacto entre las placas tectónicas genera actividad volcánica y emisiones de lava. En esos respiraderos hidrotermales prosperan algunas bacterias y criaturas tan peculiares como el cangrejo Yeti (Kiwa hirsuta), descubierto en 2005. Este primo lejano (y tanto) de las langostas mide 15 centímetros, es ciego y presenta largos pelos blancos en sus patas.
Pecios del cielo
Si uno quisiera perderse, huir del mundanal ruido, el Punto Nemo sería, sin duda, el destino ideal. Pero tampoco se trata de un paraíso natural. Precisamente por lo a desmano que pilla de todo, el lugar es utilizado como un basurero espacial seguro: es casi imposible que los residuos arrojados desde el cielo le den en la cabeza a alguien.
En el verano de 1997, científicos de la Administración Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA) grabaron cerca del Punto Nemo un sonido extraño, al que bautizaron como El Bloop. Se parecía al canto de las ballenas, pero era mucho más intenso. Algunos aprovecharon entonces para recordar las conexiones literarias de este lugar y atribuir el extraño rumor submarino al mítico calamar gigante descrito en Veinte mil leguas... de Julio Verne. El sitio también coincide con el emplazamiento elegido por H. P. Lovecraft para situar la ciudad ficticia de Rlyeh en su relato La llamada de Cthulhu, nombre impronunciable de una gigantesca y horrorosa criatura marina. Sin embargo, el NOAA concluyó que El Bloop no estaba producido por ningún monstruo fantástico ni real, sino que tenía un origen más prosaico «Los sonidos son compatibles con seísmos en el hielo generados por grandes icebergs mientras se agrietan y se rompen».
En el espacio orbitan 35 millones de fragmentos de desecho de misiones antiguas, desde trocitos de un centímetro hasta artefactos enteros. Y la mayoría seguirán ahí durante años o siglos. Solo en aquellos casos en que es posible controlar la trayectoria de satélites o lanzaderas jubilados se programa su reentrada en nuestro planeta. La Agencia Espacal Europea (ESA) y sus homólogas rusa y japonesa utilizan desde hace tiempo la llamada Área No Habitada del Pacífico Sur como depósito de los restos de aparatos que han terminado su vida útil. «Se eligió este lugar porque es una superficie muy extensa donde no hay ocupación humana», admite a este periódico el portavoz de la ESA en España, Emmet Fletcher.
Se calcula que al menos un centenar de artilugios ocupan este cementerio espacial, incluida la legendaria Mir soviética. La que fuera primera estación de investigación habitada de la historia fue puesta en órbita para 5 años y duró 13, pero finalmente quedó obsoleta y fue desorbitada el 23 de marzo de 2001.
Fletcher recuerda que, a la velocidad a la que estas máquinas caen unos 7 kilómetros por segundo, el rozamiento con la atmósfera hace que alcancen altísimas temperaturas, por lo que la mayor parte de sus componentes se desintegran. «Las pocas piezas que llegan a la Tierra son muy densas y se hunden en el mar», resalta.
En la superficie, en cambio, no queda ningún material flotante que indique que en el fondo hay un vertedero espacial. Solo una extensión de 26 millones de kilómetros cuadrados de agua. Por algo es el medio del océano. Justo el medio.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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