Pedro Ontoso
Jueves, 10 de noviembre 2016, 01:48
El último europeo que estuvo al frente de la ONU, en 1971, fue el austriaco Kurt Waldheim. Luego se supo que tenía un pasado oculto y que había servido como oficial nazi en una unidad de las SS. El próximo sustituto del coreano Ban Ki- ... moon también proviene del Viejo Continente, pero está en las antípodas del antiguo mando de la Gestapo: es un gran defensor de los derechos humanos. Apoyado por rusos y americanos, Antonio Guterres, exprimer ministro de Portugal entre 1995 y 2002, será el nuevo secretario general de Naciones Unidas. Baqueteado en las juventudes católicas universitarias y en las organizaciones socialistas ha destacado en los últimos años por su trabajo en favor de los refugiados. Su nombramiento no puede llegar en mejor momento, cuando ese colectivo sufre la mayor crisis desde la Segunda Guerra Mundial. En época de codicia y 'sálvese quien pueda', Guterres es un referente, en línea con Jacques Delors, otro cristiano de izquierdas. Nada que ver con Durao Barroso y su fichaje por Goldman Sachs, uno de los bancos más poderosos del mundo.
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El 25 de abril de 1975, cuando se produjo la Revolución de los Claveles, el levantamiento militar contra la dictadura de Salazar, Guterres llevaba varios años entonando su particular 'Grandola Vila Morena', la segunda canción que sirvió de señal para el golpe ya no había vuelta atrás, tras la emisión de 'E depuis do adeus', difundida a través de Radio Renascença, una emisora católica. El ahora secretario general de la ONU militaba en distintas organizaciones, comprometido en batallas contra la desigualdad.
Lo recuerda ahora Stefano Ceccanti, abogado especializado en Derecho Constitucional da clases en La Sapienza, senador por el Partido Demócrata italiano y antiguo presidente de la Federación Universitaria Católica Italiana (FUCI). Ceccanti sitúa a Guterres como «representante de una generación de jóvenes católicos que vivieron directamente dos experiencias clave, el Concilio y el 68. El Concilio, sobre todo en la Península Ibérica, marcó entre otras cosas la afirmación de la opción preferencial por la democracia, que los padres (conciliares) habían certificado tomando nota de la fertilidad del compromiso político en Estados Unidos (presidencia Kennedy) y en la resucitada democracia europea, sobre todo con los partidos democristianos (Adenauer, Schumann, de Gasperi). Eso tuvo en España y Portugal, también con los sucesivos nombramientos episcopales, una consecuencia clara: la corriente para deslegitimizar los regímenes autoritarios, hasta entonces vistos como un freno a los derechos tradicionales, y la predisposición a la transición democrática. Fue la ruptura, como dijo Mounier, entre el 'orden cristiano' y el 'desorden constituyente».
La Revolución de los Claveles
El profesor y activista político recuerda que «en la Península Ibérica, sin embargo, no podían seguir el modelo democristiano. Los obispos, tras el estrecho vínculo mantenido con los regímenes autoritarios estrechísimo en Españano querían ser identificados con ninguna opción; los laicos católicos estaban organizados, más que bajo la base parroquial, por movimientos especializados, ninguno de ellos fuertemente enraizado; se daba una fuerte orientación a la izquierda de estudiantes y trabajadores, y hacia la derecha de los ubicados en las clases media-alta. Por ello no había necesidad de un compromiso unificado ni arriba ni abajo, a pesar de algunos intentos minoritarios fallidos con el montiniano Ruiz-Giménez».
Guterres se formó entre los universitarios de la JUC, el movimiento de Pax Romana-Miec que corresponde a la FUCI. Ceccanti abunda en el ambiente en el que se formó Guterres. «Más compleja fue la relación de esta generación con el 68, que incluye varios elementos, incluida una tendencia a la radicalización. En Portugal, la generación católica fue empujada a una opción decididamente reformista, con la cultura de gobierno, porque la extrema izquierda estaba integrada por comunistas stalinistas y grupúsculos golpistas pararevolucionarios que pronto desempeñaron un papel activo en el intento de golpe de estado de noviembre de 1975. Los católicos de centroizquierda estaban obligados a tomar partido tarde o temprano por el partido socialista, profundamente europeísta y atlántico. En el acto de ingreso en la UE fue cabeza de lista socialista Maria de Lourdes Pintasilgo, otra exponente histórica de los intelectuales de Pax Romana, de una generación precedente, la de 1930, que fue presidenta del Consejo en un gobierno de transición en 1980».
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El senador recuerda en su artículo que lo que sucedió en los primeros años de la Transición tuvo un impacto muy fuerte en los 80 y en algunos aspectos también en los 90, cuando Guterres se convierte en secretario y primer ministro. «Es necesario matizar que en los años sucesivos este cruce entre catolicismo, centroizquierda político y cultura del gobierno se erosionó muchísimo. La Iglesia, también mediante nombramientos episcopales, siguió otros caminos y con la retórica de los principios no negociables llegó a una mayor unión con la derecha política, sobre todo en España, y los partidos socialistas fallaron al apreciar esta tendencia política, aunque emergieron grupos interesantes como los Cristianos socialistas en el PSOE».
Guterres escribió el epílogo del libro 'Tender Puentes. PSOE y mundo cristiano' (Desclee de Brower), coordinado por Ramón Jáuregui y Carlos García de Andoin, este último un trabajador incansable a la hora de elaborar una cultura política desde el pensamiento cristiano. En aquel artículo, Guterres, primer católico practicante que llegó a la presidencia de la Internacional Socialista, destacaba las raíces múltiples en la historia del movimiento socialista democrático. «La tradición clásica y judeocristiana, los valores humanistas y de la Ilustración, la herencia de las revoluciones inglesa, americana y francesa, los movimientos sindical y cooperativo, las influencias del socialismo utópico, libertario y científico, la convergencia entre el republicanismo liberal y el movimiento socialista y laborista, o entre reformismo y radicalismo, el surgimiento del modelo social-demócrata y socialista democrático, constituyen un acervo común del socialismo democrático europeo contemporáneo, que interesa profundizar en la actualidad».
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Guterres constataba que las nuevas generaciones «han estado muy marcadas por la fórmula innovadora del programa de Bad-Godesberg del SPD de 1959, en el que se afirmaba expresamente que el socialismo democrático 'encuentra sus raíces en la ética cristiana, en el humanismo y en la filosofía clásica', no pretendiendo proclamar verdades últimas, 'no por incomprensión o por indiferencia ante las filosofías o las verdades religiosas, sino por respeto a las decisiones del hombre en materia de fe, decisiones cuyo contenido no debe ser determinado ni por un partido político, ni por el Estado. El Partido Social-Demócrata es el partido de la libertad de espíritu».
«Necesitamos muchos puentes»
En estos tiempos en los que se mata en nombre de Dios y que resurge una violencia que busca justificación en la religión, merece la pena recordar lo que piensa el nuevo secretario general de la ONU, que tendrá que lidiar en esas circuntancias. «Si es cierto que el concepto de Estado laico es el que anima las sociedades democráticas, no es menos verdad que el diálogo con y entre las religiones aparece cada vez más como un factor positivo de cohesión y de enriquecimiento de las sociedades en que vivimos. Ese diálogo y esa comprensión constituyen, en nuestros días, un poderoso antídoto contra todos los fundamentalismos y un factor positivo de tolerancia y de respeto mutuo. De ahí que asumamos la vocación universalista de los derechos fundamentales y la fuerza creadora del diálogo entre culturas diferentes», escribió en el libro. «Y si la igualdad entre todos es un distintivo cristiano, no podemos olvidar que es también el primer distintivo de nuestra tradición política. Después de los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, el diálogo con las religiones se ha hecho aún más importante. El fanatismo y la intolerancia sólo se contrarrestan con apertura y libertad de espíritu, con cooperación y cultura de paz. Necesitamos, pues, muchos puentes».
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Guterres siempre se ha sentido como un zapador del diálogo. Cuando se conoció el consenso alcanzado para dirigir la ONU, el político portugués se definió como «un constructor de puentes». «Unidad y consenso son absolutamente indispensables para que el Consejo de Seguridad afronte los desafíos de nuestro tiempo, pero se necesita humildad para reconocer los desafíos de hoy y para servir a los pueblos, sobre todo a los más vulnerables, como las víctimas de los conflictos y de la pobreza», declaró.
Las expresiones que utiliza Guterres recuerdan mucho al magisterio del Papa Francisco, como ha observado el analista Francesco Peloso en 'La Stampa', quien le otorga la condición de «aliado» del Vaticano en la ONU. Guterres acostumbra a invocar el Concilio Vaticano II, en el que la Iglesia católica afirmó «con especial fuerza y determinación esta voluntad de diálogo y de compromiso con la libertad». En diciembre de 2013 ya fue recibido por el pontífice argentino en una audiencia como alto comisionado para los refugiados. El próximo secretario general de Naciones Unidas ha valorado las visitas del Papa a Lampedusa y al centro de refugiados Astalli que tienen los jesuitas en Roma.
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Guterres, portador de unas profundas convicciones y compromisos humanistas, se encuentra en la estela de políticos como Jacques Delors, otro cristiano de izquierdas, discípulo del filósofo Emmanuel Munier, que situaban al hombre en el centro de cualquier proyecto político. Es necesario recordarlo ahora como antítesis al itinerario que han seguido otros líderes como Durao Barroso, protagonista de un escándalo por una caso de 'puerta giratoria'. El expresidente de la Comisión Europea fichó por el banco de inversión Goldman Sachs, señalado como cómplice en la crisis financiera al vender hipotecas basura y ocultar la deuda real de Grecia. «Goldman Sachs es una entidad legal y no un cártel de la droga», se ha defendido Barroso. El comité ético de la CE ha avalado el contrato porque «no ha violado sus obligaciones legales», sin entrar a valorar su conducta. François Hollande lo ha criticado: «jurídicamente es posible, pero moralmente es inaceptable», ha reprochado el presidente francés.
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