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laura caorsi
Lunes, 3 de octubre 2016, 00:09
Kateryna Kaminska tiene 29 años y llegó a Bilbao hace dos. Se marchó de Ucrania consciente de que la decisión marcaba un antes y un después en su vida, pero convencida de que hacía lo correcto. La situación de su país, explica, fue la principal razón para emigrar: «Había mucha inestabilidad y las perspectivas de futuro eran inciertas». Kateryna es filóloga y economista, pero ni su experiencia laboral ni las dos carreras universitarias que hizo en paralelo le bastaron para trazar un horizonte de prosperidad en su tierra.
«Tenía dos caminos: o seguía con el negocio familiar sin garantías de futuro o salía del país para emprender algo propio en una nueva cultura», resume la joven para definir su «gran paso», un salto de 3.500 kilómetros que la transportó de Jersón, a orillas del Mar Negro, a Bilbao, a orillas del Cantábrico. «Euskadi no se conoce en mi país. Yo misma vine sin saber casi nada del País Vasco. Lo único que conocía, porque lo estudié en la universidad, era el llamado efecto Bilbao. Venir era una oportunidad de ver en directo el modelo de transformación que había estudiado en los libros».
Dos años después, Kateryna siente que acertó. «No hace tanto que me fui de Ucrania, así que todavía aprecio los contrastes y puedo comparar. La cultura vasca es muy diferente a la de mi país. Es singular y fascinante. Además de la gente, que es súper amable, Euskadi es un lugar lleno de oportunidades para crecer. Esta ciudad tiene todo lo que podía soñar. Si realmente quieres hacer cosas, si tienes ganas y deseos de desarrollarte, puedes hacerlo. Mi percepción es que puedes conseguir todo lo que te propongas».
Plantea unos cuantos ejemplos de ello, empezando por los idiomas. «Aprender idiomas en Ucrania es muy caro. Estudiar, en general, no es algo que pueda hacer todo el mundo. Aquí, en cambio, lo puedes hacer. Yo empecé estudiando castellano y ahora estoy aprendiendo euskera. El idioma es el corazón de un país, me parece básico intentar comprenderlo», opina. «Otra cosa que he podido hacer aquí es practicar deportes. En Ucrania, la gente es muy trabajadora, pero casi no se toma tiempo para el bienestar. En Euskadi sí hay costumbre de cuidarse. Ves gente haciendo ejercicio, se organizan carreras populares. Yo he participado en algunas».
Así y todo, la gastronomía fue uno de los aspectos locales que más la cautivó. «Hice un cursillo de cocina vasca y me encantó, no solo porque es una cocina rica y saludable, sino porque comer es un acto cultural; es algo que incluye a la familia, a los txokos con amigos...». Algo que engarza a la perfección con su trabajo, porque Kateryna se dedica a hacer ramos con frutas y verduras. Donde otros ponen rosas o margaritas, ella coloca kiwis, lombardas, manzanas o pimientos. «O fresas -apunta-. Todo depende de la ocasión. Hace poco preparé un ramo entero de fresas. Me lo encargó un chico que le iba a proponer matrimonio a su novia. Además de original, estaba lleno de vitaminas», dice entre risas.
El retrato frutal
Kateryna siempre tuvo facilidad e interés por las manualidades. Es una defensora de la creatividad y considera que cada persona lleva un artista dentro, que cada uno es bueno en algo. «Bailar, pintar, cocinar... siempre hay algo que te sale especialmente bien y que te da felicidad. En mi caso, es esto». Desde hace ya varios meses combina su trabajo en una imprenta y sus clases particulares de ruso con esta actividad, en la que trabaja por encargo.
«No hay dos arreglos iguales. Los colores, las frutas o las verduras que elijo siempre tienen que ver con la situación, con lo que me cuentan de la persona que va a recibir ese regalo. Podría decirse que lo que hago es como un retrato frutal». Kateryna no es Archimboldo, pero algunas de sus obras están expuestas en una frutería donde, además, se asegura de conseguir «el mejor género». «El producto tiene que ser de calidad -enfatiza-. Ten en cuenta que un ramo de verduras es un ramo de alimentos. Hay que ser muy cuidadoso».
Lo subraya porque estos arreglos se pueden comer. De hecho, están pensados para hacerlo. «La idea es que sea un regalo útil. Imagina que recibes un ramo de frutas y una receta para preparar con ellas un postre. En Ucrania hay mucha tradición de hacer regalos, de agasajar a los demás, sin un motivo concreto. No hace falta que sea un cumpleaños o Navidad, solo que tengas ganas de decir te quiero sin palabras. Me gustaría fomentar esa tradición en Euskadi con un proyecto como este, en el que combino mis habilidades y conocimientos con algo que es muy de aquí: productos frescos de la huerta».
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