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Gonzalo De las Heras
Jueves, 2 de junio 2016, 16:55
Ahora puede parecernos algo de siempre, pero el turismo es una costumbre relativamente reciente, que hunde sus raíces en la Inglaterra de mediados del siglo XVIII, cuando estaba ya plenamente extendida la idea entre los aristócratas británicos de que, al menos una vez en la vida, había que realizar un gran viaje que los acercara a la cultura clásica europea. Se denominaba 'Grand Tour' (y sus realizadores, por tanto, 'tourists'). Buscando aún más en el pasado, sus orígenes podrían encontrarse en la época del Renacimiento. De hecho, Richard Lassels ya recomendaba en 1670 un itinerario por Europa que llevaba, sobre todo hacia Italia. Los medios de transporte, obviamente, no eran los actuales y los tesoros clásicos italianos quedaban entonces relativamente lejos de Gran Bretaña.
Era, por supuesto, un viaje reservado a clases pudientes, porque estamos hablando de un trayecto que se extendía durante meses, y había que disponer de una economía lo suficientemente desahogada como para poder disponer de dinero durante ese tiempo.
Ya en el siglo XVIII el itinerario estaba bastante asentado, aunque no se trataba de una ruta única y secuencial. Sí se partía inevitablemente de Calais, por donde se accedía a Francia. Estamos hablando de una Europa en la que no había ferrocarriles y en la que la red de carreteras distaba mucho de la actual. El transporte público de viajeros no existía ni como concepto, de hecho. Se necesitaban días y días para llegar desde Calais hasta Marsella. En una primera época se recorría el norte de Francia y se pasaba por Bélgica (las paradas en Bruselas y París, entonces capital del mundo, eran indiscutibles) camino del verdadero objetivo, Italia. En el país transalpino (bueno, en realidad Italia todavía no era un país, pero esa es otra historia), el objetivo era visitar las zonas más modernas del norte (Turín, Milán, Venecia) antes de pasar por Florencia (el renacimiento seguía muy de moda, sobre todo si recordamos que hablamos de aristócratas británicos que tenían en la Italia del XV un modelo a seguir, y no solo en lo estético) y, claro, llegar a Roma y terminar en Nápoles, que por entonces era la mayor ciudad de lo que hoy es Italia. Lo normal era volver desde allí en barco.
Flujo constante de viajeros
El flujo de viajeros era constante, y el recorrido se adaptaba a las necesidades y modas de cada época. También a la popularidad de algunos personajes. Voltaire, que vivía en Freney, cerca de Ginebra, era conocido por lo mucho que le gustaba acoger a viajeros, y Suiza y los altos paisajes alpinos acabaron convirtiéndose en otra de las puertas de entrada a Italia.
En muchas ocasiones, como se trataba de jóvenes que salían de casa por primera vez, viajaban acompañados de alguien de confianza, algún clérigo o algún mayor conocido. En Cartas a su hijo, de Lord Chesterfield, un retrato epistolar de la Inglaterra del XVIII, se relata, entre otras muchas cosas, el Grand Tour de su hijo.
Los viajeros románticos
Con el acceso de cada vez mayor número de personas a ciertas fortunas en Inglaterra, la costumbre de viajar por placer y para conocer Europa se va extendiendo. Pero ahora lo que está de moda ya no es el clasicismo ortodoxo italiano, ni se trataba de jóvenes que necesitaban formarse en diplomacia en Versalles. Estamos ya a principios del XIX y el romanticismo impone su ley.
Todo juega en favor de la popularización del concepto del turismo: la proliferación de los ferrocarriles -que ahora llegan hasta los balnearios clásicos-, la apertura del Canal de Suez -Egipto estaba muy de moda; no en vano se inauguró con una representación grandiosa de Aida-; además, la mujer se va incorporando a un fenómeno que hasta entonces había sido netamente masculino. De repente viajar y la exploración parecen estar de moda: es la época del descubrimiento de las Fuentes del Nilo (los europeos llegaron al lago Victoria en 1858), de la antigua Troya (1870)... En Estados Unidos, que ya ha conectado sus dos costas por tren, se inaugura el primer parque nacional, el de Yellowstone, en 1882. La primera guía Michelin se editaría en 1900.
Thomas Cook, inventor de los cupones
Entre todas estas circunstancias emerge una figura, la de Thomas Cook. Quizás hayas visto el nombre rotulado en algún avión que despega con turistas desde Heathrow. Es el fundador de la primera agencia de viajes de la historia. En 1841 organizó un viaje para que 500 personas llegaran a un congreso de la liga antialcohol (de la que era ferviente miembro) en Leicester. En 1851 ya gestionaba a 150.000 viajeros camino de la Exposición Universal de Londres.
Thomas Cook encontraría en Suiza el escenario de sus viajes más preciados: a una creciente red ferroviaria se unían unos paisajes grandiosos. Es la época dorada del alpinismo (una variante más deportiva del turismo, al fin y al cabo) y la visión comercial de Cook, inventor del pago por cupones con hoteles concertados, le llevó a poseer la exclusiva del tráfico de viajeros por ferrocarril entre el Brennero y Brindisi, abierto durante la Primera Guerra Mundial solo para sus clientes.
Con la Primera y sobre todo, la Segunda Guerra Mundial, todo volvería a empezar. Con más población incorporada al mercado turístico: es la época actual, la del turismo de masas y la prevalencia de las costas. Eso sí que es algo más reciente.
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