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Josean cuenta sus peores momentos ante las lágrimas de su mujer, Karmele.
«Lo primero que hay que dejar claro es que los ludópatas son enfermos, no viciosos»

«Lo primero que hay que dejar claro es que los ludópatas son enfermos, no viciosos»

Un adicto al juego, por el que llegó a perder el trabajo y todos sus ahorros, relata su infierno y el de su familia. Ahora lleva tres años sin acercarse a una máquina tragaperras ni a un cupón

ana vozmediano

Lunes, 16 de mayo 2016, 01:07

Expertos en ludopatía calculan que la adicción de cada enfermo afecta directamente a cinco personas de su entorno. En el caso de Josean Barcenilla, jugador de tragaperras, la principal afectada fue su mujer, Karmele Marín, además del hermano de ella y de los sobrinos, a los que un día hubo que decir que no quedaba un euro de los ahorros. Josean perdió también su trabajo en Aspace y la consideración de más de un amigo. Fue doloroso oír eso de «¿en esto has caído tú?»

Un día llegó a casa destrozado, más deprimido que nunca, lleno de miedo y de vergüenza. «Me llegaban los mocos al suelo de tanto llorar. Fue horrible tener que decir a Karmele que había perdido el trabajo, que tenía un juicio pendiente, que la razón de mis cambios de humor y de mi actitud era el juego. Hasta llegó a pensar que tenía una novia por ahí».

A Karmele le salta alguna lágrima detrás de las gafas cuando su marido habla del infierno vivido y recuerda el momento en el que ella le dijo: «Asume lo que has hecho y vamos a buscar ayuda». La suerte les llevó hasta la puerta de Ekintza Da Salud, ahora Ekintza BiBe (Bizi Berria), en Rentería. Cuando apretaron el timbre allí les esperaban personas como Tere Gascón, una voluntaria que lleva 21 años ayudando a personas adictas al juego y es buena conocedora de dramas personales. «Lo primero que hay que dejar claro es que son enfermos, no viciosos. Cuando llegan aquí no les juzgamos, les recibimos con las manos abiertas, les pedimos que nos cuenten su historia y que hagan partícipe a su familia de lo que va a ser el proceso de su recuperación».

Tere ha visto perder villas a personas que acabaron durmiendo en la calle, ha atendido a familias que se vieron sin nada de la noche a la mañana. Incluso a un niño de doce años que robaba a quien podía para jugar en las máquinas. Nada le sorprende, solo quiere visibilizar a estos enfermos, que no se les llame viciosos y ayudarles en lo posible. El mismo día en el que se hizo este reportaje, Tere esperaba a las familias y a los pacientes. Cada uno pasaba a una estancia y entre los pacientes, un buen número de chicos jóvenes, de veinteañeros, entraban en el local que la asociación tiene en Rentería para realizar su terapia contra la adicción al juego.

Veinteañeros

Fue precisamente la juventud de quienes se acercan a este centro lo que llamó la atención de Ana Retegi, que lleva un año como psicóloga voluntaria y sabe que las recaídas son fáciles y que el tesón y la voluntad son fundamentales en unos enfermos que a veces dudan de que realmente lo sean. «Entré de prácticas y me llamó la atención cuando me encontré gente tan joven, chicos a los que acompaña su novia, que es la que se había dado cuenta de que algo va mal».

Los datos indican que son las apuestas deportivas y los juegos de internet los que encandilan a los chavales. Pero las máquinas y la ruleta, presente ahora en muchas pequeñas salas de juego, son también una fuente de adicción. «En vez de 'la voz de la sirenita' oyen eso del rojo impar y paso. Nos dicen que les llama el cero».

Los últimos datos registrados entre los adictos que en estos momentos acuden a terapia a Ekintza BiBe reflejan las historias de 55 hombres y 5 mujeres, de siete menores de 25 años y otros quince por debajo de los 35. La mayoría son solteros y con estudios secundarios, tienen trabajo y las máquinas tragaperras están en cabeza de las adicciones con 19 personas. Con 14 figuran ya las apuestas deportivas y 17 de quienes acuden a la sede de Rentería están enganchados a diferentes tipos de juego.

«Es muy habitual», aseguran desde la asociación. La adicción suele ir asociada también a la del alcohol.

Pellizcos en la barriga

Desde hace tres años y medio, Josean no se acerca a una máquina. «Soy un jugador que no juega como soy un fumador que no fuma. Durante toda la rehabilitación oía el canto de la sirenita en cuanto entraba a un bar. Aunque estuviera de espaldas sabía si había caído un premio especial. Tuve que buscar alternativas como las pastelerías, en las que no hay máquinas, y desde luego no llevar dinero ni en efectivo ni con tarjetas». Tampoco hace una quiniela, ni adquiere un cupón de la ONCE. «La lotería de Navidad la compró yo por eso de la costumbre social», cuenta Karmele, que nunca ha sentido atracción por el juego. Siempre esconde el boleto.

Josean relata que durante los cuatro primeros meses el recuerdo de toda la angustia pasada le hizo pensar que no volvería a jugar nunca. Pero en el quinto mes empezó a sentir lo que él llama «pellizcos en la barriga». «Ocurrió hasta pasados los ocho meses. Durante ese periodo, lo pasé muy mal, me decía a mí mismo que no me iba a acercar a las máquinas pese al come come que notaba dentro. Pero también tenía el deseo de curarme y eso es fundamental. Porque la ludopatía no castiga el hígado como el alcohol, pero te destroza psíquicamente e incluso físicamente. La depresión, las crisis de ansiedad, la tensión que te genera volver a casa, esconderte de los circuitos habituales de tu gente o marcharte del barrio te pasa factura».

Recaídas frecuentes

En el mundo de la ludopatía las recaídas son frecuentes, más que en otras adicciones. Josean no ha tenido ninguna, «igual que cuando dejé de fumar». Es muy habitual, según cuenta la psicóloga, que las personas que acuden a terapia, pasen dos semanas sin jugar y crean que ya lo tienen dominado. «Y no es así, hay que ser constantes, aun a sabiendas de que pensar que estás dominado por una tragaperras o una apuesta deportiva es fatal».

«La cabeza está diseñada para hacernos trampas», lamenta este grupo. Porque es fácil decir eso «voy a probarme para saber si estoy recuperado», que luego acabará transformándose de nuevo en un «mañana no juego» o «mañana arreglo lo que he roto hoy».

¿Y el autofreno? ¿Y eso de pedir que a uno no le dejen entrar en el bingo, o que desde internet se le impida acceder a determinados juegos? «La decisión siempre debe ser de la persona, este tipo de limitaciones no sirven para mucho. Siempre encontrarás otra fórmula si quieres jugar. En el caso de las apuestas deportivas, por ejemplo, oyes el programa de radio y lo que antes eran anuncios de alcohol o tabaco, ahora es publicidad que incita a jugar».

Los hombres

Las cifras son tozudas. Hay más hombres que mujeres, y son ellas las que acompañan a terapia al adicto, sea su pareja, su hijo o un hermano. Karmele recuerda que el primer día, sentada en uno de los sofás de la sala de las familias, su compañera de asiento le dijo en voz baja: «Aquí solo se viene por un hijo». Ella no, ella estaba allí por su marido, para recuperarlo y para que las tragaperras abandonaran sus vidas para siempre.

Ahora mismo hay unas 70 personas en terapia de las que 14 son mujeres. Muchos van y vienen y proceden de la etapa anterior de la asociación. Fijos son 60. La larga experiencia de Tere Gascón le hace pensar que todas ellas acudirán solas o con otra mujer. Solo tres maridos han hecho terapia a lo largo de estos 21 años.

«Es que si ver jugar a un hombre está mal visto, a una mujer ni te cuento. Porque las adicciones a una sustancia se entienden como enfermedad, pero para la sociedad nosotros solo somos unos viciosos», lamenta Josean.

No es frecuente ver a mujeres con el carro de la compra junto a una tragaperras. «Siempre hacían primero la compra, aunque se quedaran con dinero para juzgar», cuenta Tere Gascón. Y añade: «recuerdo a un marido que nos contaba que siempre comía pollo».

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