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Pedro Ontoso
Miércoles, 4 de mayo 2016, 01:17
La denuncia contra un sacerdote de la localidad labortana de Hiriburu, acusado de actos de pedofilia perpretados hace 25 años, ha puesto en el ojo del huracán al obispo de Baiona, Marc Aillet, muy cuestionado en su diócesis por mantener una posición activa contra iniciativas ... del Gobierno francés, que algunos sitúan en el integrisimo eclesial. Pese a que el propio párroco confesó al prelado hace un tiempo haber mantenido relaciones sexuales con un menor en la década de los noventa, el obispo no denunció los hechos a la Justicia: se limitó a cambiar de puesto al sacerdote, en su día capellán de la Enseñanza Católica, y someterle a una terapia para corregir su conducta. El pasado mes de abril, la madre de la víctima decidió poner una denuncia contra el cura, que ha intentado quitarse la vida en dos ocasiones. La Iglesia francesa ha sido pionera en abrir oficinas, hace escasas fechas, para escuchar a las víctimas de la pederastia.
Este caso ha vuelto a poner el foco mediático sobre monseñor Aillet, protagonista de numerosas polémicas desde su llegada a la sede de la capital labortana. Fue nombrado obispo de la diócesis de Iparralde en 2008, en sustitución de Pierre Moléres, un prelado muy querido, que se implicó en la realidad sociopolítica del País Vasco francés, entonces envenenada por el terrorismo que desplegaba ETA en España, pero que afectaba a las relaciones con Francia, como santuario de los comandos etarras y escenario de acogida en instituciones religiosas. Moléres no sólo viajó a Estados Unidos para reunirse con la diáspora vasca en lugares como Utah, Wyoming, Montana o Nevada, sino que decidió aprender euskera, una labor a la que dedicó un mes durante diez años en el monasterio benedictino de Lazkao, hermanado con la abadía de Belloc. Moléres, además, siempre defendió el diálogo y los contactos con ETA para lograr el final de la violencia. Por ejemplo, salió en defensa del cenobio galo cuando la Policía registró el recinto tras la detención de un monje por su relación con ETA y se ha opuesto a la entrada de la Policía en la catedral de Baiona cuando ha habido encierros de deportados vascos. Según informaciones periodísticas, el obispo emérito también conoció en su día la confesión del cura pederasta denunciado ahora.
Tras veinte años de gestión, Moléres, que mantenía buena relación con los obispos Juan María Uriarte y Jose María Setién, fue relevado al llegar a la edad de 75 años. Su perfil parecía irrepetible, sobre todo por la falta de banquillo en la Iglesia francesa. La promoción de Marc Aillet, entonces con 53 años, fue relacionada en algunos sectores con «la operación» que ya se barruntaba para las diócesis vascas. El padre Aillet desconocía la realidad de la diócesis de Baiona, Lescaf y Oloron. Pero, además, se había formado en la comunidad de San Martín, de sello muy tradicionalista. De hecho había sido profesor de Teología Moral en el gran seminario de Frejus y vicario general de monseñor Dominique Rey, obispo de Frejus-Toulon, muy conocido por sus posiciones integristas.
Rey, educado en la comunidad mística Emmanuel, publicó un libro contra la masonería y numerosos trabajos contra el aborto. El seguidor de Pierre Goursat ha acogido en su diócesis a toda clase de nuevos movimientos eclesiales, de corte carismático y espiritualista, y ha sido reclamado en numerosos foros para promocionar la adoración eucarística perpetua como herramienta de evangelización. Esta última actividad es muy apreciada por el actual obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla.
Marc Aillet, hijo de militar y formado en el movimiento scout, ha seguido los postulados de su mentor desde su llegada a Baiona, mas allá de presidir misas tradicionales, según la Forma Extraordinaria del Rito Romano, en latín y de espaldas a los fieles. Aillet, que estuvo en la toma de posesión de Mario Iceta como obispo de Bilbao y ha participado en encuentro conjuntos con el arzobispo de Pamplona, monseñor Francisco Pérez, para promocionar el Camino de Santiago desde tierras francesas, despliega una intensa actividad en defensa de la familia tradicional y en contra del aborto y la eutanasia en las redes sociales, a las que considera una gran herramienta de evangelización. Su cuenta de Twitter siempre echa humo. Y como no se muerde la lengua, esa presencia le ha acarreado no pocos disgustos.
En plena crisis de los refugiados, el obispo de Baiona lanzó un tuit que sentó muy mal. «Los inmigrantes son acogidos sin control, los yihadistas circulan libremente, los cristianos de Oriente perseguidos tienen que obtener un visado», escribió en línea con otros obispos, que hicieron suyas las alarmas de los servicios policiales y de inteligencia. Más tarde volvió a la carga. «El Estado pretende proteger a los ciudadanos contra Daes e inicia una campaña proaborto condenando a la violencia a inocentes. Incomprensible», proclamó en su cuenta. Sus palabras encontraron eco en la Asamblea Nacional de París, donde la ministra de Asuntos Sociales y Sanidad, Marisol Touraine, arremetió contra «la irresponsabilidad» del prelado labortano. El obispo no se arredró y avivó la polémica insistiendo en Twitter. Reclamó «piedad para los 220.000 niños que mueren en el seno de su madre cada año en Francia».
Marc Aillet ya era conocido en París. En 2013 lideró una fuerte campaña contra la legalización de las uniones homosexuales, una iniciativa del Gobierno socialista con la ministra de Justicia, Christiane Taubira, en el punto de mira. En enero de 2014 el obispo de Baiona se manifestó en las calles de la capital del Sena en defensa de la vida junto a una delegación episcopal española, encabezada por monseñor Reig Pla, ariete eclesial contra las iniciativas legislativas de Rodríguez Zapatero. La marcha tenía por objeto homenajear la reforma de la ley del aborto proyectada por Gallardón. Aillet escribió en Twitter: «España nos muestra que la cultura de la muerte no es irreversible». Ocho meses después, cuando Rajoy anunció que se quedaba igual, Reig Plá arremetió contra el PP, al que calificó de «estructura de pecado».
Aillet ha seguido con su cruzada. En su diócesis promocionó las veladas públicas contra el aborto con velas encendidas, en defensa de la vida y de la familia, extendidas por toda Francia. Con ocasión de la detención de Nicolás Bernard, joven de 23 años y uno de los promotores de este movimiento se les conoce como los Veillurs, le defendió de manera pública, enfrentándose a las autoridades francesas. Seis obispos le apoyaron en una carta pública en el diario 'Le Figaro' en la que reivindicaban el derecho a opinar.
Es verdad que monseñor Aillet siempre ha ido de cara y no se ha escondido. Sale en vídeos y lo mismo carga con una cruz entre jóvenes en Viernes Santo que aparece de manera sorprendente en vallas publicitarias en las que dice 'J,ai une Bonne Nouvelle' ('Tengo una buena noticia') para recaudar fondos y contribuir al sostenimiento de la diócesis. Pero sus enemigos también conocen las técnicas del 'marketing'. Michel Oronos, párroco de Baigorri, ha publicado un libro que se titula 'Enfin don Aillet vint' ('Por fin llegó don Aillet', en el que le pone a caldo. Incluso hay quien ha pegado carteles con su cara y la leyenda 'Personne nuisible por nos libertes' ('Persona nociva para nuestras libertades') con la leyenda 'Integrista religioso, fuera de nuestras vidas'. Una campaña insólita contra un obispo. En España eran los grupos de ultraderecha los que ensuciaban las paredes con aquellas pintadas que mandaban al paredón a Tarancón, el cardenal que desenganchó a la Iglesia del régimen de Franco.
Lo cierto es que monseñor Aillet tiene pocos amigos. Asociaciones eclesiales como Elizan Mintza o Baptisés 64 han criticado al obispo por «imponer su mentalidad tradicionalista» cuando en la Iglesia de Francia «existen distintas sensibilidades». La diócesis de Baiona, integrada en el departamento de Pyrénées Atlantiques, tiene 670.000 habitantes, de los que 570.000 son católicos. La revista 'Golias', un proyecto de católicos progresistas, encabeza una campaña de firmas para pedir la dimisión del prelado. El episodio más duro tuvo lugar el pasado mes de febrero en los carnavales de Saint-Jean-de-Luz, donde en el trascurso de los actos impulsados por Donibane Ziburuko Ihauteriak, se quemó en la plaza pública un gigante de paja, ataviado con una sotana y la imagen del obispo, calificado por el prelado como una deriva de la «laicidad agresiva».
Al margen de la polémica, Marc Aillet sigue recorriendo su amplia diócesis, formada por 69 parroquias, muy diseminadas. El obispo acostumbra a quedarse varios días para compartir la vida con el párroco. Su mensaje, tremendo, es que «está en marcha una ruptura de la civilización», y que hay que movilizarse para impedirlo. «No suelo morderme la lengua habitualmente. Intento decir lo que pienso, en conformidad con el Evangelio», sostiene. Aillet, un obispo ratzingeriano, resumió su batalla al Papa Francisco en dos minutos en una visita coral. Más tarde, en una peregrinación de la Hospitalidad vasco-bearnesa le pidió al secretario personal del pontífice una audiencia más larga. Quería contarle que en Francia se están aprobando leyes «que no están conformes con el bien común» y que hay «mucha gente que se manifesta contra ellas, pero son despreciadas por el poder». El Papa se excusó, pero no le recibió.
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