Iñigo Crespo
Martes, 19 de abril 2016, 17:24
Usain Bolt protagoniza una de las fotografías más emblemáticas de la historia del deporte. El jamaicano se encuentra sobre la línea de meta, con gesto relajado y liberador, a una distancia insólita de sus perseguidores. El velocista acababa de pulverizar el récord olímpico al ... detener el cronómetro en 9,69 en Pekín -después lo mejoró en Londres- y congregó a millones de espectadores para ver una prueba que resulta más espectacular cuanto más fugaz es. La superioridad en la que se regodea Bolt en sus carreras hace que parezca una máquina, que resulte casi impensable que sufra una desviación en la espalda que le provoca tener una pierna más corta que la otra. La tiene. El caribeño, sin embargo, no es la única leyenda que ha encontrado en sus genes un rival inesperado.
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Bolt nació con la columna vertebral poco reforzada y terminó por torcerse, lo que derivó en que su pierna derecha sea 1,5 centímetros más corta que la izquierda. En un deporte en que cada décima de segundo marca un abismo, esa diferencia podría resultar un hándicap insalvable. Pero el jamaicano se lo toma con sorna. «Es probable que Dios haya querido equilibrar las cosas», dijo en una entrevista en 'L'Equipe'. No obstante, ese defecto físico le ha ocasionado numerosas lesiones y una fragilidad extrema.
El hombre más veloz de todos los tiempos se rompía cada vez que forzaba la máquina en los entrenamientos. Sufría sobrecargas y roturas en la parte posterior de sus muslos y los isquiotibiales, que tienen una función determinante en un velocista. Incluso desarrolló cierta rebeldía que ocultaba un miedo atroz. No quería entrenarse, decía que no le hacía falta y que no tenía tanta ambición. Pero en realidad, Bolt temía quebrarse una y otra vez. A los 18 años le diagnosticaron esa tara congénita, pero él aceleró. Reforzó su cuerpo a base de gimnasio. Se hizo más explosivo, hasta convertirse en uno de los atletas más legendarios de todos los tiempos. Aún le espera su última aventura olímpica y la posibilidad de aumentar su legado.
El tenis se convirtió en una tortura para Andre Agassi. El jugador norteamericano, de origen iraní, maldecía su talento natural para el deporte de la raqueta y la obsesión de su padre por que fuera profesional. Mike Agassi, de hecho, le decía a su pequeño que debía llegar a ser el número 1. Tenía que superar a sus hermanos -el padre lo había intentado con todos- y consumar la última esperanza de su progenitor. Pasaba horas ante máquinas que se emplean en el tenis modificadas por su padre. El 'dragón' escupía bolas más altas que los aparatos convencionales para obligar a Andre a realizar un esfuerzo mayor y llegó a darle 'speed' antes de un partido con sólo 14 años.
Pero el ganador de ocho títulos de Grand Slam (60 trofeos en total) nació con una vértebra desviada que le impedía tener el espacio suficiente para los nervios. Además, el hueso defectuoso de su espalda seguía creciendo para intentar reparar la zona afectada. Por eso, al menor contratiempo o movimiento brusco, la vértebra dañaba algún nervio y un dolor insoportable le recorría toda la pierna y tenía que cambiar su estilo de juego en pleno partido. Agassi seguía jugando pese al sufrimiento y la adversidad, algo que iba en su propia naturaleza. «Odio el tenis, lo detesto con una oscura y secreta pasión, y sin embargo sigo jugando porque no tengo alternativa. Y ese abismo, esa contradicción entre lo que quiero hacer y lo que de hecho hago, es la esencia de mi vida», afirma en su exitosa autobiografía.
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Su colega Rafael Nadal estuvo a punto de dejar el tenis con 19 años para dedicarse al golf. La culpa fue de un pequeño hueso de su pie izquierdo, el escafoides tarsiano. Se trata de una lesión casi inédita en el deporte de élite, cuya cura se desconoce. El balear, segundo jugador con más torneos de Grand Slam (14, empatado con Sampras y a tres de Federer) siguió jugando pese al dolor en lo que es un auténtico especialista, hasta que le indicaron que su pie era imperfecto. Hasta entonces, confiaba en que se tratara de algo pasajero.
No lo es y todos los especialistas que visitó se mostraron pesimistas respecto a sus opciones de continuar en el tenis. De hecho, el de Manacor estuvo a punto de renunciar a la raqueta para intentar batir a Tiger Woods. Pero impulsado por su padre, Sebastián, uno de los grandes artífices de la personalidad de Nadal, comenzó una terapia de lo más experimental. La técnica se basaba en cambiar su calzado, nivelar sus pisadas al milímetro, hasta encontrar el punto exacto en el que su peso se repartiera y dejara ese hueso casi sin uso. El 'peaje', como resultaba evidente, sería un exceso de trabajo por parte de la espalda y las rodillas, que le ha traído grandes quebraderos de cabeza durante su carrera.
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Aunque el caso más paradigmático en el fútbol es sin duda el de Garrincha. Se llamaba Manuel Francisco dos Santos, aunque su hermana Rosa le puso el sobrenombre de este feo y veloz pájaro, muy presente en todo Brasil. El extremo carioca, uno de los mejores regateadores de todos los tiempos, tenía la pierna izquierda más corta que la derecha. Y no 1,5 centímetros como en el caso de Bolt, sino seis. Y la tenía, además, desviada hacia la derecha. De nada sirvió la cirugía con la que intentaron corregir al pequeño 'Mané' cuando era niño. Garrincha estaba torcido, desde las piernas hasta el cuello. Pero en Suecia y en Chile, donde ganó dos Mundiales (1958 y 1962, en el segundo fue designado mejor jugador del torneo), no recuerdan un regateador más ágil. Didí, Vavá, Zagalo y, por supuesto, Pelé, formaban junto a 'Mané' una de las delanteras más legendarias de la Historia. Era un icono en todo Brasil, un ejemplo para los más pobres, humildes y torpes. Todo en uno. Pero acabó arruinado y consumido por sus adicciones al alcohol y al tabaco, que lo atrapó con 10 años.
Pero el corazón más frágil del deporte es el de Dana Vollmer. La nadadora no puede alejarse más que unos metros de un desfibrilador cuando participa en una competición. El motor de la deportista de 28 años, que ostenta el récord olímpico en 100 metros mariposa, llegó a ponerse a 250 pulsaciones por minuto en 2003, antes de que la operaran. Desde entonces, la estadounidense consiguió que le permitieran competir y entrenarse al máximo nivel, pero nunca debe dejar de lado el aparato que facilita la reanimación, algo que ya han aprendido a usar todos sus familiares. Vollmer ostenta el récord mundial en 100 metros mariposa, logrado en Londres 2012.
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