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laura caorsi
Lunes, 18 de abril 2016, 02:12
Las migraciones marcan un antes y un después en la vida de quienes se van y en la de sus afectos. Las cosas cambian. Las personas cambian. Muchos aspectos de las relaciones nunca vuelven a ser igual. A veces sutil, casi siempre profunda, la transformación ... es lo suficientemente importante como para dejar huella. Pero si a eso se le suma la pérdida de un padre, el fin de una relación de pareja, el miedo y las discusiones de familia, el resultado puede ser demoledor. En parte, así es la historia de Neuvelis Echevarría Arrieta, un ingeniero venezolano que llegó a Bilbao en 2010 y que, antes de estabilizarse, lo perdió todo.
Neuvelis tiene dos apellidos vascos, pero cuando habla de su herencia se fija en los valores más que en la genealogía. «De mi madre aprecio la constancia y la dedicación. De mi padre, la disciplina, el esfuerzo y la honestidad. Siempre que pienso en él, recuerdo esas cualidades», asegura Neuvelis, que, por momentos, no sabe si conjugar los verbos en presente o en pasado. «Es lo malo que tiene no saber qué fue de él, si está vivo o no. A mi padre lo secuestraron hace seis años. Nunca volvimos a saber de él».
«El crimen en Venezuela se agudiza con las personas que están bien económicamente -explica-. Mi padre es de origen humilde pero, como dicen aquí, se lo curró. Creía en el progreso a base de honestidad y trabajo. Le fue muy bien y a nosotros nunca nos faltó nada. Teníamos un estilo de vida cómodo, casa en la playa, en la ciudad, en el pueblo, en el campo... Y, más allá de todo eso, nos teníamos a nosotros. La familia estaba completa», dice Neuvelis, y se le estrangula la voz.
El suceso alteró por completo la vida de la familia, que vio cómo su mundo se resquebrajaba. «Fue horrible. Todo era un caos. Tuve miedo, tristeza, discutimos. Fue un momento muy feo», recuerda Neuvelis que, así como estaba, decidió emigrar. «Necesitaba aire, poner distancia, salir de allí. En esa época yo estaba en pareja con una chica que, a su vez, tenía una amiga en Euskadi. Esta amiga insistía para que viniéramos, nos dijo que nos daría una mano. Y vinimos. Así elegimos este lugar y no otro».
Sin embargo, «las cosas empezaron mal y siguieron peor. La chica ni siquiera estaba esperando en el aeropuerto. Todo fue a los tropiezos. Yo había traído algo de dinero, pero se fue acabando. Pensaba que sería fácil encontrar empleo, ya que soy ingeniero informático, y pronto entendí que no. Los tutoriales de Youtube son un competidor muy serio», dice, con un punto de humor. «La verdad es que vine sin organizar nada y eso me pasó factura». Al cabo de un año y poco, la relación de pareja terminó. Neuvelis metió «cuatro cosas en la mochila» y se marchó de la habitación que alquilaba y compartía con ella.
«Viví tres semanas en la calle», desvela. «No tenía un duro. Alguna noche dormí en una lonja, pero muchas otras dormí en las plazas, escondido», detalla. Sin embargo, ni siquiera en ese momento pensó en volver a Venezuela o en pedir ayuda a su familia. «Nunca fue una opción», reafirma. «En medio del lío, me marché con dos metas: establecerme fuera del país, para que mis familiares pudieran hacerlo más adelante si la inseguridad aumentaba allí, y formar mi propia familia con la chica con la que estaba. Lo segundo se truncó. Si volvía a casa, todo el movimiento habría sido en vano. No podía permitirme un fracaso general».
«Abrir las puertas»
De la calle salió gracias a una pareja que lo adoptó durante tres meses y lo apuntaló para que volviera a empezar. «Marina y su esposo fueron una bendición. No te imaginas la alegría que sentí al ducharme, al tener la ropa limpia otra vez. Todavía me cuesta caminar por las calles donde dormí. Ellos me ayudaron muchísimo, al igual que otras personas a las que he ido conociendo en estos años. Marilene y Víctor, por ejemplo, son mis compañeros de piso. Ella es de Brasil, él es de Galicia, y son como mi familia», dice Neuvelis, que dejó la ingeniería para dedicarse al diseño web y la fotografía.
«Trabajé en varias cosas, saber inglés me sirvió mucho para encontrar empleo en la hostelería, por ejemplo. Ahora estoy volcado en este proyecto personal. Dejé la programación, el código, para centrarme más en lo estético. Aquí he aprendido mucho. Toqué fondo, volví a empezar, conocí gente estupenda. Es difícil ayudar a alguien sin conocerlo. Siempre es más fácil juzgar. Que seas gitano, venezolano, gallego, vasco, marroquí o alemán no quiere decir que seas ladrón, mentiroso, borracho, basto, machista o clasista. Cada persona en un mundo y ¿sabes qué? El mundo no es de quienes están educados para caminar por los pasillos, sino de quienes se animan a abrir las puertas».
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