Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Pablo Martínez Zarracina
Lunes, 11 de abril 2016, 00:52
Ivan Ilich, el personaje de Tolstoi, descubre en su lecho de muerte, cuando está a punto de expirar, que no hay espacio en su corazón para el dolor ni el miedo. Incluso aprende en ese momento, cuando va a dejar de existir, que también la ... muerte va a dejar de existir para él. «Qué bien y qué sencillo», piensa entonces Ivan Ilich.
Las cosas no serían igual para Ivan Ilich de haber muerto hoy. Quiero decir que nada habría sido bueno y desde luego nada habría sido sencillo. Hoy, en el momento en que ese pobre funcionario de San Petersburgo exhalase su último aliento, ya estaría surgiendo el primer tuit: «RIP Ivan Ilich. Los + Grandes se nos van. Mucha penita!!!».
Hay que tener en cuenta que a Ivan Ilich lo despediría de ese modo, no sé, Morenito78, es decir, el joven que en la foto de su perfil se autorretrata montado en un camello mientras quema una bandera del Barça; el joven que encuentra conveniente autorretratarse también por escrito, bajo el autorretrato con camello: «Bohemio y mourinhista. Loco maravilloso. Sueño luego existo. Respect. Viva Ciudad Real».
A Morenito78 la muerte de Ivan Ilich le sería indiferente. Pero le proporcionaría una excusa. ¿Para conmoverse? No, para exhibirse. La muerte de los demás es un escenario propicio, ya que contagia su solemnidad, ilumina con su importancia. Es difícil estar mal sobre esas tablas. Siempre ha sido así, supongo. En el entierro de Larra no pudieron impedir que un desconocido de veinte años se subiese a la tumba y comenzase a soltar versos. Era Zorrilla y se hizo famoso.
Al menos Zorrilla tenía sus motivos, que consistían en medrar. Lo que no se sabe es qué pretende la gente con el sobreactuado festival del pésame al que nos precipitamos hoy cada dos por tres. Se muere el poeta hindú, la cantante que triunfó un poco aquel verano, el actor que jamás nos llevó a pagar por una de sus películas y entramos en un raro trance colectivo que nos empuja a exagerar, lagrimear e involucrarnos. Si el finado no es una estrella, se le transforma en el «último gran» algo y de ese modo su recién adquirida importancia justifica el numerito. «Muere el último gran poeta metafísico hindú», titulan los medios. Y Morenito78 ya está el pobre destrozado, partido en dos, hecho mierda: «RIP Rabindranat Ramchandani. Gran físico indio. Maldito cáncer, k no respeta a los científicos. You'll never walk alone! Un abrazo para su gente. Love La India. Respect».
Los famosos deben de tenerle ahora mismo muchísimo miedo a la muerte, pero no por amor a la vida o terror metafísico, sino por la que pueda formarse. Tiene que ser extraño saber que hay ahí afuera millones de personas deseando utilizar tu tumba como pedestal para erigirse ellos mismos un monumento. La excusa es siempre la admiración, pero no tiene sentido. La admiración, si es verdadera, no se vocea, del mismo modo que el amor no se demuestra a puñetazos.
Cuando palma una gran estrella, es todavía peor. Se murió Bowie y la gente se pintó en la cara, como pudo, «el mítico rayo de Ziggy Stardust» que curiosamente aparecía en la portada de un disco posterior, 'Aladdin Sane'. Y ahí estaba la afición, de luto, con la cara pintada de colores. A mí me parece un poco inexplicable, pero entiendo que nada puede hacerse. Solo cabe desear que los 'Kiss' estén comiendo sano, yendo a andar y haciéndose sus revisiones. Porque va a ser digno de verse.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.