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Pablo Martínez Zarracina
Lunes, 4 de abril 2016, 02:15
Como no soy aficionado a la pelota, apenas leí el titular: «Lakua persigue el consumo de alcohol en los frontones». Me pareció sensato. La sociedad se perfecciona mediante el cuestionamiento de las tradiciones, pensé. Así que bien por el Gobierno vasco: prohibiéndoles el alcohol a ... los pelotaris, se conseguirá que su juego sea más preciso. Y de ese modo los aficionados disfrutarán de un mejor espectáculo, en la grada, felices, con su gintonic.
«¿Se les está yendo la mano a los del Manomanista?», le pregunté después a un amigo que entiende de pelota. Lo hice sin mucho interés, por perpetrar el juego de palabras. Su respuesta llegó sin embargo llena de revelaciones. Resulta que los pelotaris son atletas rigurosos y ascéticos; todos ellos, sin excepción desde que se retiró Mikel Goñi. Y resulta que lo que el Gobierno vasco quiere prohibir en los frontones es que el alcohol se lo beba el público. Aquello me pareció inconstitucional. ¿El derecho a tomarse algo no está en el título primero de la Carta Magna? ¿Qué clase de constitución tenemos en este país?
Pero no, todo es legal. El Parlamento vasco aprobó en junio de 1998 la Ley del Deporte, y en ella se prohibe la «introducción y venta de toda clase de bebidas alcohólicas» en las instalaciones donde se celebren competiciones deportivas. Quizá recuerden que en el trámite de esa ley hubo mucho lío con la representación que le otorgaba la norma a las federaciones vascas en el extranjero. La cosa llegó hasta el Constitucional. Fue uno de esos tumultos nuestros sentimentales e inocuos. Pura distracción, ahora lo entendemos. Mientras discutíamos la posibilidad -hermosísima- de la Euskal Selekzioa de bobsleigh, el legislador nos estaba quitando el pacharán de la mano.
Lo que no se entiende es por qué lo hace. A diferencia de lo que ocurre con el consumo de tabaco en recintos cerrados, cuando uno bebe no se entromete en la salud del prójimo, al menos hasta que empiezan los botellazos. A ese respecto, el del orden público, no parece que los aficionados a la pelota hayan causado nunca problemas pudiendo beber en el interior de los frontones. Los aficionados a la pelota son una gente festiva y tolerante. En el caso excepcional de que dos espectadores se enganchen en la grada, solo les dejarían pegarse el rato necesario para cruzar apuestas y ver quién gana. Solucionado eso, los aficionados separarían a los contendientes y les harían ver que no hay que ponerse así.
Otra cosa es ver cómo entiende esa gente que hay que ponerse ahora que les prohiben tomarse un cubata la tarde feliz de la final. Cuidado con eso. Mencken escribió un artículo en el que avisaba de que una cantidad no excesiva de alcohol neutraliza las cualidades que nos hacen progresar (competitividad, ambición, astucia) y acentúa las que nos hacen más dulces (simpatía, generosidad, humor). Mencken venía a decir que, tras tomar un vino o una copa, se está en peores condiciones para dirigir una pieza de Bach, pero se está en mejores condiciones para disfrutarla.
Lo que proponía Mencken era que se achispase «ligeramente» a toda la humanidad y se la mantuviese así para siempre. De ese modo se evitarían en su opinión las injusticias y los conflictos que envilecen nuestra estancia en el mundo. Dicho de otro modo, la finalidad del achispamiento colectivo sería ética. Lo señalo porque, excluidos los motivos de salud y seguridad, da la sensación de que el alcohol se saca de los frontones por algo parecido: una difusa causa de índole moral, educativa, edificante. Y ese es un terreno que la filosofía del deporte de competición debería evitar si tuviese un poco de vergüenza. «Mi propuesta reimplantaría el cristianismo», escribió Mencken soñando ese mundo feliz suyo en el que siempre sería la 'hora feliz'. «Rescataría la humanidad de los moralistas, los pedantes y los brutos».
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