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Pedro Ontoso
Miércoles, 30 de marzo 2016, 01:35
En septiembre de 2015, en Filadelfia, el Papa Francisco afirmó que el futuro de la Iglesia pasa por los laicos y por las mujeres. A partir de esa declaración, el sociólogo vasco Javier Elzo desarrolla toda una sociología del poder, muy documentada en citas, en ... su nuevo libro 'Quién manda en la Iglesia' (PPC). El investigador social, profesor emérito de la Universidad de Deusto, se muestra de acuerdo con el pontífice, pero a renglón seguido describe a la Iglesia actual como una estructura piramidal y jerarquizada, en la que las mujeres no tienen el peso que se merecen y los laicos no disfrutan del mando en plaza.
Los datos que el sociólogo aporta en su libro retratan «una Iglesia piramidal, con un Papa de poderes prácticamente ilimitados; una Iglesia gerontocrática, masculina, clerical, europea. Iglesia de la que se dicen pertenecientes 1.200 millones de personas, pero que es gobernada, en última instancia, por unas pocas personas: el Papa, los obispos en ejercicio y la burocracia de la Curia». El poder del Papa, señala Elzo, es gigantesco, desmesurado. «Él nombra a los obispos y también elige a los cardenales, quienes, a su vez, elegirán a su sucesor, si no pasan de los 80 años de edad cuando llegue el momento de la elección».
En este punto habría que hacer una salvedad. Benedicto XVI tomó la insólita e histórica decisión de dimitir, precisamente porque los 'lobos' de la Curia no le dejaban gobernar en la línea que proponía. El poder del 'número dos', el secretario de Estado, siempre ha sido desmedido, aunque la gobernanza espiritual la dictara el Santo Padre. Ahora se pretende atajar esa situación, pero Francisco no lo tiene fácil. Existen muchas resistencias. Sí cuenta en su tarea con un grupo de cardenales de toda solvencia, el llamado G9, que le ayudan en esa titánica labor. También está en marcha la reforma de las congregaciones y dicasterios, los 'ministerios' sobre los que descansa la actividad diaria.
El Papa se apoya en los Sínodos -los Concilios son otra cosa- para establecer una dirección colegiada y consensuada en la misión de la Iglesia. Pero también en estos 'cónclaves' aparecen resistencias a cambios, aunque no afecten al tuétano de la doctrina eclesial. Como en las grandes organizaciones, la fuerza del 'aparato' es omnipresente y también hay personalidades que actúan como 'fontaneros', por utilizar la jerga política. Se ha visto con los debates sobre los homosexuales y la comunión de los divorciados vueltos a casar. Está claro que hay cardenales y obispos que son más abiertos que otros, que defienden o se enrocan en posiciones más conservadoras.
Javier Elzo recurre a la historia y a los padres de la sociología, como Max Weber, para explicar con personajes contemporáneos las características del poder y de la obediencia, de la fuerza del carisma, de la gestión de la verdad y de la huella del papado a lo largo de veinte siglos. Algunas de sus ideas ya las había esbozado en su anterior libro 'Los cristianos: ¿en la sacristía o tras la pancarta?' (PPC). La elección de los obispos merece un punto y aparte.
Es el Papa quien tiene la última palabra a la hora de designar a un obispo, escogido entre los candidatos que le presenta el nuncio -el embajador- de la Santa Sede de cada país. Algunos de estos representantes diplomáticos han mandado mucho, el papel de otros, sin embargo, ha sido insignificante. El nuncio consulta con las diócesis, tanto recabando la opinión del obispo saliente como el de personalidades sobresalientes en el ámbito eclesiástico. No se consulta con los consejos locales ni con los grupos eclesiales que trabajan en las distintas parroquias. En España han tenido mucha vara de mando cardenales como Angel Suquía o Antonio María Rouco -el mapa episcopal lleva sus huellas dactilares- a la hora de la elección de obispos, más por su afinidad ideológica que por su valía personal.
Esa manera de actuar ha hecho saltar chispas en Cataluña, donde en los años sesenta se puso de moda la campaña 'Volem bisbes catalans', y en Euskadi, donde se ha reivindicado obispos de la tierra, formados en casa. La llegada de Blázquez a Bilbao y la designación de Iceta despertaron recelos -la diócesis está ya pacificada- lo mismo que la designación de Munilla en San Sebastián, donde las heridas continúan abiertas. También las hubo antes. Por ejemplo en Pamplona, con el nombramiento de Fernando Sebastián. En la mayoría de los casos hubo delegaciones locales que viajaron a entrevistarse con los obispos electos para disuadirles de aceptar el cargo.
Elzo pone algunos ejemplos de cómo funcionan las curias diocesanas a través de sus órganos de decisión, en general con poca presencia de mujeres y con un peso notable de la clase eclesial, si bien este es un formato que difiere de unas diócesis a otras, en función del talante del obispo. Que manda mucho, eso es cierto. En Bizkaia, por ejemplo, Mario Iceta, que es muy pragmático y posibilista, se apoya en dos vicarios generales, que responden a distintas sensibilidades, tanto eclesiales como ideológicas. Junto a los vicarios terriroriales conforman el Consejo Episcopal, que es la primera línea de gobierno de la diócesis. También existe un Consejo de Consultores, uno de Asuntos Económicos, otro de Vida Consagrada -órdenes religiosas- y otro de Mediación.
Son importantes el Consejo Presbiteral, integrado por sacerdotes, y el Consejo de Pastoral, en el que están representados los laicos (también los hay en el de temas económicos, como expertos en la materia). En ellos hay miembros natos y electos, pero también hay una cuota designada directamente por el obispo. Me consta que hay cuestiones que se trabajan hasta conseguir la unanimidad. Lo que no es negociable para los obispos es el control de los seminarios y de los centros de Teología, donde entra en juego la doctrina y la reproducción de la institución eclesial.
Javier Elzo constata en su libro que la sociedad occidental vive una profunda paradoja: «Por un lado, una demanda fuerte de una autonomía del pensamiento y de acción que rechaza toda autoridad exterior a la de cada uno, y por el otro, la no menos fuerte querencia, implícita o explícita, de referentes, de líderes que ayuden a ver el camino, a balizarlo y a invitarnos a seguirlo. Es lo que explica que en una sociedad que se dice secularizada un Papa se convierta en líder mundial», escribe el sociólogo vasco.
El catedrático emérito propone un modelo de Iglesia en red, «en un planetario archipiélago interrelacionado, donde las comunidades de cristianos sean más autónomas». Propone como prioridad resolver la «vergonzosa e irritante relegación de la mujer en su seno». Propone la necesidad de invertir un formato en el que «se concede todo el poder a los clérigos mientras la institución se apoya en los laicos». Propone otro modelo de gobernanza «porque la Iglesia también es terrena». Propone limitar el tiempo de mandato de los obispos, «no más de 10 años», en su opinión. También el del Papa, que acaba de decir que la Iglesia católica «no debiera tener líderes de por vida». Propone una revolución.
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