Itsaso Álvarez
Martes, 15 de marzo 2016, 01:01
El programa de La 2 'Historia de nuestro cine', moderado por Elena S. Sánchez, suele recuperar cada semana películas que no se han emitido en muchos años. Los títulos se programan en bloques temporales. Los lunes es el turno de la década de los 30 ... y 40; los martes, de los 50 y 60; miércoles, de los 70; jueves de los 80 y viernes de los 90. La semana pasada dedicó todas sus emisiones a la situación de la mujer trabajadora. Entre las películas seleccionadas estuvo 'Mi hija Hildegart', basada en una historia real impactante sucedida en España, aunque desconocida para muchos porque, aunque acaparó las portadas de los periódicos durante varios días en el año 1933, nos queda un poco lejano. El historiador y coordinador del programa, Luis E. Parés, se encargó de introducir la película dirigida por Fernando Fernán Gómez y estrenada en 1977, a partir de un guión basado en el libro 'Aurora de sangre', de Eduardo Guzmán. En pocas palabras, el largometraje cuenta cómo una mujer llamada Aurora Rodríguez, natural de Galicia, concibe la idea de tener una hija a la que educar de tal manera que pudiera consagrarse como símbolo del fin contra la opresión de la mujer y hasta tales extremos llegó que acabó matándola una mañana mientras dormía disparándole cuatro tiros. La hija fue Hildegart González, un apellido común para un nombre curioso, que también tiene su particular historia de terror.
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Todo comenzó con el nacimiento de Aurora en abril de 1879 en El Ferrol. Tuvo un hermano con el que nunca se relacionó, una hermana que la despreciaba desde que nació, una madre que la «baldaba a golpes» y un padre abogado y lector que supo hacerla heredera de sus actitudes políticas y sociales. «Aurora nunca fue a la escuela, pero pasó la mayor parte de su infancia y adolescencia en la biblioteca del padre instruyéndose sobre música, arte y política. Influenciada por su progenitor y por los amigos de éste, siempre fantaseó con la idea de llegar a transformar la sociedad», explica Carmen G. de la Cueva, periodista freelance y editora en La tribu y Frida, en 'Hildegart, el mayor 'fracaso' de una madre'. Uno de los recuerdos más exactos que Aurora conservaba y que contó desde su reclusión, en un psiquiátrico de Ciempozuelos, fue del día en que su padre le regaló una muñeca filipina. «Yo tenía cuatro años y, cuando mi padre me la enseñó, quedé deslumbrada. Tenía unos zapatos de tacón de color rojo que terminaban en punta aguda. Dejé todos los juguetes y únicamente jugaba con la muñeca: yo conocía el cuerpo y la sexualidad, pues los amigos de mi padre hablaban ante mí sin tapujos». Desde aquel momento supo que quería una muñeca de carne y hueso con la que poder estar de verdad, pero su padre le dijo que no la tendría hasta que se casase y a ella le horrorizó tanto la idea de matrimonio que sintió entonces que traería al mundo a una hija «solo para ella y para nadie más».
Antes que ella, fue madre su hermana Josefa. Resulta que el niño quedó al cuidado de la familia porque Josefa emigró a París y Aurora, que tenía catorce años, inició al bebé en la música. Lo cierto es que el pequeño llegó a ser un niño prodigio que alcanzó fama internacional como pianista, compositor y violinista. Se llamaba José Rodríguez Carballeira, de padre desconocido. Pero se le conocía como Pepito Arriola, por su abuelo materno, que era vasco. Pero cuando su madre descubrió sus habilidades, volvió de París y se lo llevó a Madrid a comienzos de noviembre de 1899. La reina regente, María Cristina, lo apadrinó y pagó sus estudios musicales. Posteriormente estudió en el conservatorio de Berlín con Richard Strauss y llegó a tocar con la Filarmónica de Berlín. En el cincuenta aniversario de su muerte, Gregorio Marañón llegó a escribir en La Vanguardia que «fue la leyenda viva más importante de la música española. Nadie subió tan rápido y tan alto, y nadie tampoco desapareció en la bruma del olvido con la facilidad que le sumió a él».
Volviendo a Aurora, al quedarse sola, se refugió en los libros de su padre. José Valenzuela Moreno recogerá después en 'El asesinato de Hildegart visto por el fiscal de la causa' que Aurora tenía, en el momento de matar a su hija Hildegart, «un cerebro desordenado por la intoxicación de mil lecturas contrapuestas y mal digeridas. ¡Oh, la parte peligrosa de los libros! Sería muy provechoso un meditado estudio de esta interesantísima cuestión... Es preferible cien mil veces la inteligencia natural de un analfabeto que la mente encenagada de un lector sin previa preparación moral e intelectual». De novios no quería saber nada. La escritora Carmen Domingo cuenta en su investigación 'Mi querida hija Hildegart' que, según sus psiquiatras, «hacia el sexo masculino no ha sentido nunca una atracción franca de hembra». Después de leer a los socialistas utópicos como Owen, Saint-Simon y Fourier y conocer sus ideas Aurora se propuso «salvar a la humanidad». ¿Cómo? Creando «un nuevo modelo de sociedad».
Manuscrito
El 'Manuscrito de Ciempozuelos', que recoge las conversaciones que los psiquiatras mantuvieron con Aurora en los años que pasó en el psiquiátrico, cuenta que pensó en reunir a familias en una finca que tenía pensado comprar en Alcalá de Henares porque no le gustaban ni el clima ni el carácter gallego. Quería escoger a hombres y mujeres atractivos y moralmente adecuados, casarlos cuanto antes y los que mejor se portasen, los elegiría para educarlos debidamente y repartirlos por toda España. Hombres y mujeres modelo con familias modélicas a los que «pagaba la sanidad de cuerpo y alma» con dinero. Y quería que las familias se extendiesen hasta formar un «linaje especial, distinguido, distinto al resto de los españoles». Los matrimonios no podrían tener más de dos hijos (hijo e hija), «ya sabía ella por entonces las medidas a seguir para que el feto fuese hembra o macho. Al preguntarle cuáles son, nos sonríe y dice que los comunes, los corrientes, los que yo conozco». Menos mal que su padre, cuando se enteró de lo que a su hija le rondaba por la cabeza, le quitó la idea.
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Recuerda Carmen G. de la Cueva que Aurora admiraba los principios de la eugenesia, una corriente que tiene como objeto mejorar la raza humana, eliminando aquellos individuos cuyos genes son defectuosos o no cumplen con los estándares. Les suena a algo, ¿verdad? En la historia sobran ejemplos de eugenesia y quizá uno de los más crudos es el de la ideología nazi, que buscaba la llamada raza aria, con un exterminio masivo de todos aquellos que no entraran dentro del ideal, sobre todo judíos, gitanos y personas con algún tipo de defecto. La madre de Hildegart acabó abandonando algunas ideas, pero no la de la creación de un ser superior, una mujer del futuro educada según su propia pedagogía. Ella se veía capaz de modelar a «la mujer más perfecta que, a modo de estatua humana, fuera el canon, la medida de la humanidad y la redentora final». Así que, muerto su padre, a los 35 años se puso a buscar a un hombre «aceptable» que estuviera dispuesto a renunciar a los derechos sobre su hija (parece que nunca se le pasó por la cabeza que podría nacer un varón). Hay diversas versiones en esta parte de la historia. Hay quien cuenta que mantuvo relaciones sexuales con un cura que conocía, pero no está confirmado. Lo que contó a los psiquiatras fue que el padre de Hildegart era «físicamente perfecto, de edad madura, en plenitud vital, inteligente tirando a astuto, de cultura extensa y poco profunda».
Embarazada, se mudó de El Ferrol a Madrid y, cuando nació la niña, un 9 de diciembre de 1914, le puso de nombre Hildegart, según Aurora significaba en alemán 'jardín de la sabiduría'. En sus escritos Aurora constató que «Hildegart no llegó a la vida por casualidad, ni por el simple deseo de sus padres al engendrarla, como nacen casi todos los seres del mundo. No era producto de una ciega pasión sexual, sino un plan perfectamente preparado, ejecutado con precisión matemática y con una finalidad concreta. Nació con un objetivo determinado, con una misión ideal de la que no podía desviarse por ninguna debilidad humana. Yo que la creé, que la hice, que la formé a lo largo de los años, sé perfectamente dónde debía llegar». La niña le salió superdotada, como Pedrito Arriola. Hasta el punto de que «a los doce años Hildegart colaboró con la revista 'Sexualidad', donde escribía sobre la educación de los hijos, la patria, la pena de muerte y el maltrato a los animales, entre otras cosas, temas que, por muy precoz y prodigiosa que fuera, hacían pensar que la mano y las teorías de su madre estaban detrás de sus textos», considera Carmen G. de la Cueva. A los catorce años cursó Derecho en la Universidad. Su primer trabajo de clase fue un ensayo sobre la eugenesia, 'Una mujer moderna ante el problema eugénico', que se publicó posteriormente como libro en 1930.
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También sentía interés por la política y se afilió a la Juventud Socialista Madrileña, de la que llegó a ser vicepresidenta. Escribía y daba mítines en los que le acompañaban nombres tan conocidos como Santiago Carrillo y el doctor Gregorio Marañón. Hablaba y escribía sin tapujos sobre el sexo, la condición de la mujer, la maternidad en términos de eugenesia y el suicidio de raza (disgenesia). Revela Carmen Domingo en su análisis que Hildegart, además, promulgaba la esterilización obligatoria de todas aquellas personas que representasen un riesgo para la sociedad, algo que ahorraría en gastos de beneficencia. El amor y la libertad no eran cuestiones que el individuo debiera manejar sentimentalmente pues siempre supeditados tenían que trascender en la mejora de la especie. Eso sí, estaba en contra del sufragio femenino. Hildegart se hizo muy conocida y le entraron ganas de independizarse y salir del nido materno. «Ya estaremos muy poco tiempo juntas. Pienso marcharme pronto, viajar mucho, vivir mi vida. Libremente, sin imposiciones de nadie, pudiendo hacer en todo momento mi voluntad. Si eres tan inteligente como crees, no te será difícil rehacerte y acometer personalmente la pesada tarea que quisiste echar sobre mis hombros. Y si te sientes impotente, vencida, hundida en el más completo fracaso, haz lo que te parezca. Tu vida es tuya y puedes hacer con ella lo que quieras. Yo, por mi parte, estoy dispuesta a vivir la mía y ser completamente feliz», cuenta su madre que le dijo la hija.
Parricidio
Aquel fue el comienzo de su final. Los enfrentamientos entre madre e hija eran continuos y Hildegart llegó a decirle a su madre que «los hijos no son una propiedad de los padres, ni los padres tienen sobre ellos derecho de vida o muerte». Aurora, que pensaba que Hildegart estaba enamorada de un hombre y quería huir con él, no lo soportó. «Me aproximaba a ella, revólver en mano, como si una fuerza superior a mí me empujase al crimen. El instinto materno habíase esfumado repentinamente ante el impulso gigante de la voluntad, que me trazaba inflexible el doloroso camino a seguir. Era mi pensamiento como una flecha lanzada que no se detendría hasta clavarse en el blanco. Y mi final, mi término, mi blanco, era la muerte de la chiquilla en quien pusiera todas mis ilusiones, de la mujer que yo soñara con alientos mesiánicos, con impulsos sobrehumanos, capaz de trazar rutas nuevas a los hombres oprimidos y esclavizados. Su muerte era en gran parte mi fracaso». Es lo que escribió Aurora después sobre aquella mañana en la que acabó con la vida de su hija, de 18 años.
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El cadáver de Hildegart fue expuesto en la sede de su partido. El crimen convulsionó a la opinión pública de la época. La derecha culpó a las ideas del feminismo radical defendido por ambas, mientras España se convertía en foco de atención de Europa. El experimento eugenésico había hallado un trágico fin. Aurora fue condenada a 30 años de «reclusión mayor» y acabó sus días en el psiquiátrico de Ciempozuelos con un diagnóstico de esquizofrenia paranoide. Consumiría sus días confeccionando muñecas de trapo. Falleció en 1956, a los 76 años. Sobre la historia de Hildegart, mencionaremos asimismo que hay quien ha visto similitudes con el crimen de la niña Asunta Basterra Porto, de doce años, a manos de sus padres, la abogada compostelana Rosario Porto y el periodista bilbaíno Alfonso Basterra, sucedido en septiembre de 2013.
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