francisco apaolaza
Viernes, 11 de marzo 2016, 02:59
En el parquecito de la calle Castilla se escapa la tarde. Marca el compás de los minutos el ruido de las piezas de dominó al chocar contra la mesa, como un fustazo en una puerta. Es el turno de Aquiles, el mayor del grupo de ... dominicanos, tres hijos y más de quince años en España. Dice no saber nada de las bandas que imponen la ley en esta Zona Cero latina del barrio de Tetuán. «Esos chicos no vienen por aquí. Somos gente tranquila». De pronto, como salidos de la nada, media docena de policías nacionales con los dedos apoyados sobre los gatillos de sus armas largas, toman la plaza, interrumpen la partida y los identifican. Ocurre todos los días. Es la otra cara de Tetuán, «copado por las bandas de arriba a abajo», describe uno de los agentes. Por allí se mueven las furgonetas y los policías de paisano en una tensión continua, como si pasearan por un avispero. «No te van a contar nada, pero aquí están todos metidos hasta las cejas», aclara otro uniformado. Peinan Tetuán a diario. Entran en los bares, registran a los clientes, piden la documentación a los varones y saben quién es quién. A los pocos minutos de la llegada de los reporteros, los agentes ya lo saben. «Tened cuidado porque ellos también se han enterado y los Dominican, si hay bronca, siempre tiran palante». Ellos son los Dominican Dont Play (DDT), posiblemente la banda callejera más violenta de España (usan machetes, navajas, pistolas y bates de béisbol). Tienen su origen en Nueva York y cuentan con conexiones con los carteles colombianos que controlan Madrid, junto a otras bandas latinas como los Trinitarios y más residualmente los Latin Kings, los Ñeta y los Forty Two. El domingo participaron en una batalla campal en la calle Josefina Llorente, muy cerca del parquecito, contra un grupo de policías fuera de servicio que se saldó con quince agentes heridos.
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En Los Méndez, un bar de esta misma calle, atrona la bachata y cuando se abre la puerta y aparecen los periodistas, callan las conversaciones y cada cual toma su cerveza y se mira las manos. «Lo que pasa en la calle, sucede en la calle. Nosotros no sabemos nada porque lo que hacemos es oír, ver y callar», susurra la camarera. Dicen los testigos que los agresores «salieron de allí a partirse la cara con los polis», que cenaban en un restaurante gallego contiguo.
Un poco más adelante de Los Méndez, un rótulo luminoso y setentero grita en letras rojas y negras: Bar Caribe. Dentro, más bachata, pollo frito y cañas heladas. Calixto lo vio todo esa noche. «Había un chaval sentado en un coche con una botella encima del vehículo y vino un hombre, le dijo algo y se lió la pelea». Lo primero fue un vaso estampado en la cara del agente que le rajó la parte inferior de un ojo. Después salieron los amigos del agresor al tiempo que llegaban los compañeros del agredido. A uno de los policías le reventaron una botella en la cabeza. «El chaval es un albañil que trabaja ahí atrás y no es nada de las bandas. Tampoco pasó nada grave. Fue una herida superficial». Superficial en el barrio latino de Tetuán significa una brecha de doce centímetros.
El sábado, las cosas fueron más duras. En el vestíbulo de la estación de la Puerta del Sol se encontraron quince DDP y cinco Trinitarios y comenzó una cacería por la calle. Un menor de quince años, miembro de estos últimos, recibió una puñalada en el hemitórax derecho que le seccionó un ventrículo del corazón.
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La Policía, que ahora intenta reconstruir los hechos de aquella batalla, teme que haya un repunte por futuras venganzas entre bandas latinas. Una brigada entera se encarga de este asunto desde hace años y ha fichado a 200 miembros solo en Madrid. El chico fallecido no figuraba entre ellos, probablemente porque estaba en periodo de acceso. Antes de convertirse en un miembro, tienen que demostrar su valía cometiendo delitos y sometiéndose a rituales no exentos de crueldad.
Pero cada vez son menos. Sometidos al cerco policial, ha mermado su número. La mayor parte se ha hecho mayor, está deportado o en la cárcel. «Los que lo hacen ahora son chavales españoles, la segunda generación», admite Pablo, 45 años, dos hijos y uno de los fijos de la partida de dominó en la plaza. El acoso es implacable. 2015 se saldó con casi 200 detenciones en Madrid.
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Locutorios y peluquerías
A primera vista Tetuán es un barrio común, con muchos bares, locutorios y peluquerías en las que se hacen relaciones sociales y que están de bote en bote hasta bien entrada la medianoche. Dentro, los jóvenes se peinan con frecuencia casi obsesiva. Antes de salir de marcha es casi obligatorio cortarse el pelo a la perfección. Es un signo de elegancia. Todo parece sumido en una cierta paz. Así vista, por la tarde, ni siquiera la discoteca Dancing Dreams de la calle San Enrique, 8, a la vera del eje de Bravo Murillo, parece un local de ocio, y sin embargo allí arde la brasa del problema. Los ficheros policiales indican que es el punto caliente. Su historial es siniestro. En 2001 mataron a un nigeriano. En 2004, a un dominicano. Son habituales las redadas contra el trapicheo. En una de ellas, un camello se tragó 28 papelinas de cocaína y tuvieron que hacerle un lavado de estómago. En otoño de 2014, dos empleados fueron detenidos por agredir con un punzón a un cliente. Lo abandonaron agonizante en un carril bus de Bravo Murillo donde lo atendieron in extremis los servicios de emergencia.
Contrastes de las grandes urbes. Al costado de la Dancing Dreams hay una iglesia evangélica. Huele a detergente y en el hall, sobre la pared, un mensaje pintado en rojo dice: «Señor, pastoréalos para que ninguno se pierda». Atiende Lydia Cáceres, que se presenta como la pastora y que conoce bien el lado duro de la calle. Habla de adolescentes perdidos a los que reclutan aprovechando la rebeldía de la edad. Dibuja un problema que «no es de pobreza, sino de falta de cariño. Los padres, que son los que vinieron a España, pasan el día trabajando y no tienen tiempo de atenderlos y educarlos. Son pobresinadaptados».
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